Era una vieja construcción de estilo europeo que se caracterizaba de todas las demás casas a su alrededor por su enorme techo a dos aguas y paredes con vista exterior totalmente hechas de piedra y por un jardín apacible, de esos que invitan a descansar bajo uno de sus árboles.
La dueña, una mujer entrada en sus cuarenta años de modos amables con sus clientes y sabedora de su negocio: los buenos vinos y el buen queso.
Comida gourmet de corte francés que enamoraba a cualquiera.
Recuerdo buenos momentos en ese lugar. Las cenas románticas con el mas fino raclette y las noches de jazz con mis hermanos, siempre acompañados de deliciosas y abundantes viandas.
Un buen día cerró sus puertas.
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