Esta mañana fui a comprar algunas cosas, antes de dar almuerzo a B. Se hizo un poco tarde, así que en cuanto llegamos a la casa, apenas le quité la chamarra, la senté y saqué un plátano para dárselo.
"¿Por qué dejé que lo viera?", pensé, mientras el lloridito de B empezaba a tomar fuerza. Le había dado una sabrosa y nutritiva mitad de plátano, pero ella quería la otra: la que seguía con cáscara.
Desde la última vez que comió plátano, quiere la cáscara. Esa vez, para darle gusto, la dejé manipular y llevarse a la boca la cáscara, en un intento de pelarlo juntas y despedir a la amable envoltura protectora; pero hubo llanto, sacudida y muy poco plátano comido.
Esta vez, por mero cansancio, sin ninguna intención pedagógica, le di una lavada a su codiciado medio plátano con cáscara, y se lo dejé. Tan contenta.
Yo busqué en Google para ver si estaba intoxicando a mi hija, y me llevé la sorpresa de que la cáscara de plátano no solamente si se come, sino que es recomendable hacerlo.
Silvia Parque