Revista Literatura

¡la cena está servida!

Publicado el 16 junio 2014 por Lourdesms
[Esta entrada puedes leerla con acompañamiento musical seleccionando la pista "Cena" en el reproductor del lateral derecho]
El camino conducía hasta un montón de cabañas de leñadores, sin duda, era un pueblo derruido y abandonado, pero también era mi único refugio, pues estaba cayendo la noche.
Me quedé inmóvil durante unos instantes para escuchar en derredor. No se oía nada. Me dirigí hacia la primera casa y comencé a inspeccionar el terreno. Aunque la apariencia externa era desastrosa, lo extraño fue que el interior se encontraba dispuesto como para una suntuosa cena de Navidad. La cabaña sólo constaba de salón, despensa y cocina. La chimenea estaba encendida; el suelo, de madera, relucía con las llamas; la mesa, dispuesta para siete, estaba ataviada con un mantel de encaje perfectamente limpio y exhibía una vajilla de Sargadelos en perfecto estado, con copas llenas de vino y un gran plato en el centro cuyo contenido se ocultaba bajo una sábana lo que, sin duda, sería el menú de la cena. Saludé con cortesía y educación, pero no respondió nadie. Estaba todo perfectamente limpio y ordenado, como si alguien esperara visita aquella noche, pero ¿quién esperaba visita?, y ¿a quién esperaba? Un gran reloj de pared anunció las nueve de la noche.
¡LA CENA ESTÁ SERVIDA!
 Salí de la casa con aspecto confundido y, lo que son las cosas, decidí que pasar la noche en una casa abandonada, destartalada, vieja, destechada y polvorienta, era lo que me infundiría más confianza y seguridad en esos momentos. Debía actuar rápido, pues no sabía si algo me acechaba en la oscuridad.Observé que el resto de cabañas tenían las puertas y ventanas tapiadas con planchas metálicas, por lo que me fue del todo imposible acceder al interior de cada una, también, el acceso al mudo campanario era del todo impracticable. Mi única opción parecía ser… Mi única opción. Miré hacia allí.En el áspero silenció nocturno escuché una sucesión de crujidos y lo que parecían quejidos; alguien o algo se aproximaba por el bosque. Mis piernas comenzaron a correr solas hacia la cabaña mientras mi cerebro intentaba decidir qué hacer. Antes de lo que canta un gallo me hallé en el interior del salón con la puerta cerrada a cal y canto. Temeroso de que realmente hubiera alguien allí, volví a saludar y me disculpé por haber irrumpido de nuevo de esa manera tan grosera. De pronto, se escuchó un vehemente toque en la puerta; me cubrí la cara con los brazos presa del pavor. La llamada volvió a producirse después de unos segundos. Después, su ejecutor trasladó sus impetuosos golpes al cristal de la única ventana de la casa, que, gracias a Dios, tenía las contras cerradas. En medio del caos y la confusión, decidí que me escondería tras la puerta, la abriría y así, cuando la persona en cuestión hubiera entrado, saldría de la casa.
El plan dio comienzo: Abrí la puerta y un tropel de seres espectrales llenaron la estancia, en total eran seis, el último de ellos, sorprendiéndome, cerró la puerta con llave y me saludó efusivamente con un viscoso apretón de manos y una sonrisa pútrida, algo que el resto se apresuró a imitar: Todos me felicitaron y me dieron la bienvenida. Acto seguido, comenzaron a saltar por encima de la mesa profiriendo espeluznantes gritos y alaridos de regocijo; cuando el plato principal fue descubierto, lo comprendí todo: Los siete comensales de la mesa se habían completado, y ahora, ya podía dar comienzo el aquelarre que se prolongaría en la hasta que el fantasmagórico campanario anunciara, con voz quejumbrosa, el regreso del alba.
¡LA CENA ESTÁ SERVIDA!

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