Por fin, pudimos entrar, de diez en diez separados en grupos, con gendarmes como guias (la gendarmería era responsable del circo ellos habían llegado en el tren e incluso se habían encargado de montar las carpas y armar las estructuras metálicas). Mi grupo fue llevado hasta un juego diseñado para estudiantes de mi nivel. Frente a nosotros se alzaba una torre de acero de unos treinta metros de altura, la estructura se parecía un poco a la torre Eiffel pero de su base colgaban dos pequeños habitáculos que pendían de la cúspide de la torre gracias a gruesos cables de acero trenzado. nuestro guia nos explicó que los niños serian seleccionados al azar y de par en par se sentarían allí con auriculares en sus orejas para responder preguntas durante tres minutos que era lo que duraba el juego. A medida que fueras eligiendo correctamente las respuestas en una botonera situada al frente te irías izando verticalmente hacia la cima de la torre, en ella conocerías la Ciudad desde el aire, con una hermosa vista panorámica. Ese era el triunfo que merecían los buenos estudiantes. En cambio, conforme fueses errando, el cubículo en que estabas sentado detendría su asenso pero empezaría a girar horizontalmente alrededor de la torre cada vez más velozmente a medida que fallasen las respuestas. No llegarías a ningún lado, solo girarías sin sentido. Ese era lo que merecían los malos estudiantes que no avanzarían en la vida si no prestaban atención y empleaban bien los conocimientos que daba la escuela.
Por sorteo Sandra (por las chicas) y yo por los varones trepamos a nuestros asientos y nos cubrimos las orejas con grandes auriculares, luego de asegurarnos firmemente comenzamos a subir. A pesar del entusiasmo de ir respondiendo preguntas sencillas y de ver cada vez más claramente las formas originales de las ruedas giratorias, los grandes martillos, los cohetes y las inmensas carpas plateadas que formaban el circo cada vez nos sentíamos más nerviosos porque estábamos alejándonos alarmantemente del suelo.El rostro de Sandrita estaba cada vez más lívido. Sus ojos muy abiertos me miraban fijamente, seria por nervios ya que ella era buena alumna, sus notas eran mejores que las mías. Yo, haciendo alarde de un valor que no tenía, mire hacia abajo y a través del piso de acrílico vi a mis compañeros como pequeños borrones blancuzcos y, desconcentrado, respondí la opción “C” a la pregunta de “-¿En qué año descubrió Colon el continente americano?-” es decir, respondí que el genovés había desembarcado en 1792 e instantáneamente sentí un escalofrío de terror que me nacía en los pies y ascendía a través de la columna hasta mis ojos ya llorosos y la nariz congestionada. Fuertemente aferrado a mi silla sentí asombrado como esta se movía segura hacia arriba mientras que frente mío ya no vi a Sandra, su silla había quedado unos metros más baja que la mía y se había empezado a mover horizontalmente. Sin pensar y cada vez más rápido fui respondiendo el resto del interrogatorio, de tanto en tanto sentí aun zumbido creciente que me indicaba que Sandra estaba respondiendo de mal a peor y giraba a mayor velocidad pero ya no me atreví nuevamente a mirar hacia abajo. De repente, y cuando ya casi había llegado a la cúspide de la torre oí bajo mío un chasquido tremendo, el ruido del cable del otro cubículo al romperse y luego el sonido del cable viboreando libre en el aire como celebrando haber expulsado a mi compañera al vacío.A mí me bajaron rápidamente y los gendarmes vaciaron y cerraron el circo en cuestión de minutos. Mis padres me recibieron en casa muy asustados, ya se habían enterado del horrible accidente. Yo no pude dormir esa noche, tuve fiebre y delire -según me contaron luego- sobre cifras y respuestas. Nunca le conté a nadie que yo me equivoque, que la torre fallo al permitirme avanzar. Era muy probable que Sandra haya respondido acertadamente en el momento en que yo me equivoque. Era probable que yo debiese haber muerto en ese desastroso accidente.Se dijo luego que a la Señorita Blanca la trasladaron a una escuela rural. Se la considero responsable por el error de la chica.Por supuesto que La Ciudad Automática fue cerrada rápidamente luego de esa falla en sus juegos. El circo fue precintado y en la espera de investigaciones que el estado nunca término de ordenar fue arrumbándose frente a la Estación del pueblo hasta convertirse en una tétrica ruina llena de leyendas de duendes y apariciones de fantasmas. Yo no pude volver a acercarme nunca al macabro basural. Ni a buscar cosas interesantes o útiles ni luego en mi adolescencia aunque en esa época los jóvenes lo habían convertido en una “Villa Cariño”. Para mi eran demasiados malos recuerdos.En fin, confieso, que alguna parte mía el alivio de haber salvado mi vida se mezcló para siempre con la desilusión de no haber conocido en detalle el gran circo.