Revista Talentos

La ciudad mercadillo

Publicado el 19 agosto 2014 por Perropuka

La ciudad mercadillo

Plaza Colón, un emblemático lugar al servicio de los mercaderes


Que todos tienen derecho a ganarse la vida lo sabemos. Pero no de cualquier manera. Al parecer no basta que a título de estrenar el suculento rótulo de Capital Gastronómica de Bolivia, concedido como “regalo a la región” por el ilustre Senado plurinacional nada menos, se haya convertido a Cochabamba en la ciudad-comedor, con banquitos y ollas al paso, que todos los días se instalan en varias plazas y céntricas avenidas. Los memoriosos del hambre solo tienen que hacer el esfuerzo de agachar las posaderas en algún bordillo de acera para saciar su glotonería, varios lo hacen artísticamente, de pie. Ya no son solamente los puestos ambulantes de rellenos de papa, empanadas y otros bocados ligeros de toda la vida, sino que platos enteros se sirven desde media mañana en la Heroínas u otra gran avenida, al lado de boutiques, farmacias, librerías o tiendas de artesanías. Los turistas extranjeros prefieren llevarse una foto fresquita como recuerdo antes que comprar las postales acostumbradas. 
En las puertas de una tienda de “alta moda masculina”, justo al mediodía se empieza a formar una larga cola de desesperados clientes a la espera de la caserita que trae en taxi sus gigantescas ollas de aluminio, además de platos y cucharas en saquillos de yute, por decir que no olvida ni el perejil picado. Los clientes no son ningunos muertos de hambre, precisamente; más bien son saludables secretarias, oficinistas, amas de casa y dependientes de los negocios instalados en los alrededores. Algunos por lo menos tienen la delicadeza de llevar sus vianderas. Otros ejercitan la mandíbula ahí mismo, blandiendo algún muslo de pollo, en medio del ruido y el humo de los automóviles. No faltan quienes no le hacen ascos en llevarse la sopa en bolsas transparentes rumbo a su guarida. Todo tan vomitivo como tener una boca de alcantarilla a pocos metros. Y devoran tan gustosamente, ignorando las condiciones en que fue preparado su almuerzo en cualquier infecta cocina a ras de suelo, y tal vez lo saben pero les vale madre. Ojos que no ven.
Sucede lo mismo en la zona de los bancos, el centro financiero: usted puede ir a pagar su factura de luz y al frente darse un atracón de riñoncitos, ranga o sopa de panza. No es raro que los propios empleados, con corbata y credencial disimulada en el bolsillo de la camisa esperen su turno para ocupar un curul en la acera, al lado de las ollas y baldes con platos sucios, disfrutando de lo lindo mientras van repasando anécdotas de su ajetreado trabajo. Inverosímil pero cierto. No se salva ni la Plaza de Armas, donde es muy normal que pululen los vendedores de helados, jugos y gelatinas junto a negociantes de diversas baratijas que se han apoderado de los corredores y de las banquetas donde antes los jubilados iban a matar el tiempo. Han trasformado los sitios cívicos en vulgares merenderos a la vista de las autoridades, como si nadie se enterara de que a una escasa cuadra existe un mercado popular donde cualquiera puede ir a satisfacer sus ansias alimenticias por unos precios asequibles.  Pero no, olvidaba decir que estamos en plena revolución gutural, cultural quise decir, escenario de singulares prácticas que han relajado las costumbres hasta niveles instintivos. Da lo mismo tragar cualquier cosa en el micro como en la nauseabunda calle. Como si retornáramos de épocas de hambruna. Y encima, presumimos que aquí se come mejor que en cualquier parte del país. 
Para continuar con la idiocia, las autoridades han establecido que las plazas son más útiles como ferias que lugares para ir a pasear tranquilamente la prole. Como si no hubiera presupuesto para construir pabellones adecuados con todas las comodidades. Al municipio le sobra dinero como para malgastar más de cien mil dólares en cada aniversario regional, a la par que el alcalde no duerme preocupado por traer al artista internacional que se ajuste a sus gustos. Con ramplones conciertos homenajea a los cochabambinos y no es capaz ni siquiera de mantener decentemente las jardineras de El Prado, prácticamente el único sitio arbolado que queda en pleno centro. La avenida más emblemática de la ciudad abandonada a su suerte, con baldosas levantadas y rajaduras en el piso. Como si los madrileños contemplaran el Paseo de la Castellana (cámbiele el tópico por el de su ciudad) en estado ruinoso. Así se ve la otrora hermosa Alameda de nuestros abuelos, con árboles secos tiempo ha cual gigantescos espantapájaros. Sus cortas cuatro cuadras apenas exhiben unas maltrechas flores y el césped de las jardineras luce descuidado con lagunas de tierra. No estamos pidiendo un jardín holandés pero al menos hiciéramos honor al socorrido cartel de “ciudad de la eterna primavera” que se corea hasta el hartazgo. Entretanto, que la esquelética pérgola de madera en forma de glorieta siga esperando la visita de una buganvilla u otra enredadera. Ni hablar de los basureros en pésimo estado y de los monumentos pintarrajeados.
Para terminar de jodernos el ánimo, ahora estorban hasta el paso, ya no puedo “pasear” libremente a mis anchas porque cada cierto tiempo instalan carpas con plantines y macetas, desperdigados hasta donde se les antoje a los expositores verdolagas. Antes se iba en busca de plantas al mercado donde corresponde, hoy ¡viva la feria ecológica! en medio de heladerías y cafeterías, con tierrita vegetal incluida. Cada mes la misma estampa se apodera de la plaza Colón y de los metros iniciales de El Prado. No hace mucho esa plaza era la más coqueta y romántica de la ciudad, infaltable lugar de citas por su ubicación y por su puentecillo que en la noches cobraba cierto brillo al lado de una fuente a todo chorro. Hoy hasta el sauce llorón permanece lloroso por el abandono. Semanas que todo luce como un auténtico campamento de refugiados. Que el transeúnte se las arregle para esquivar a las casetas, los carritos de los jugueros, los puestos de periódico o los bancos de los lustrabotas. Es curioso que en La Cancha (mercado más extenso de la urbe) la alcaldía haya decidido ponerle rejas al perímetro de una plazuela y aquí en la zona más céntrica les ceda a los comerciantes los pasillos de una plaza histórica y por demás turística. Así se pretende promocionar la imagen de la ciudad. Como un auténtico mercado de pulgas, donde lo mismo da vender artesanías, cremas y productos milagrosos o instalar ferias ecologistas a todo ruido con amplificaciones. Ya hasta me da pereza seguir con el lamento. Que las imágenes hablen y luego me cuentan. 

La ciudad mercadillo

Plaza Colón: de yapa, un elegante "edefesio"

La ciudad mercadillo

Plaza Colón: ¿es esto una ciudad jardín?


La ciudad mercadillo

La ciudad mercadillo

El Prado: desinfectan con cal hasta árboles secos

  

La ciudad mercadillo

El Prado: ¿ven alguna flor que no esté en maceta?

  
  

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Sobre el autor


Perropuka 231 veces
compartido
ver su blog

El autor no ha compartido todavía su cuenta El autor no ha compartido todavía su cuenta

Revista