Madrugada, y sin embargo... tu ausencia convierte la oscuridad en noche blanca. Hasta he olvidado vestirme de cualquier manera mientras deambulo desnudo por los espacios de nuestra habitación. Camino nervioso, respiro deficiente y hasta soy incapaz de pensar en nosotros mientras me sorprendo de cómo fui capaz de amarte en esa habitación tan oscura.
Cierro la memoria como quien bloquea la llave del gas y las persianas herméticas. ¡Me duele tanto estar sin ti! Verte caminar hacia mi con ese paso cadencioso y rotundo... el aire parecía detenerse mientras apenas podía contener mi respiración.
Me pregunto si hay necesidad de alguna lágrima. No, en la penumbra se siente uno mejor. Llorar es demasiado humilde.
Secreta es su figura, armonioso el conjunto de sus gestos. Camina siempre sigiloso sin alzar apenas la vista, temeroso, quizá, de tropezar con algún dios de la adolescencia.
Llega y se sienta, silencioso, sin quebrar la atmósfera sucia y vulgar del café de nuestras citas.
Agazapado en su postura, tensos los músculos y en alerta... hace presa con la mirada. La noche le mima el rostro. Una belleza casi láctea.
La sombra que proyectan tus pestañas, sombras de arañas rubias. Cómo siento sus cosquilleos cuando te me acercas. Me miras, te admiro, callas y frunces el entrecejo y el sol solidifica en tus ojos un acerado brillo de escorpiones.
No miro nunca tu boca de tan cerca y tan voraz.. la siento , la respiro, la sufro como un escalofrío. Y cuando te aproximas, tu boca, cráter o anémona, dejan paso a una voz cálida y agridulce como el azufre incandescente de los volcanes.
No me quites la mirada. Cuando llego por las mañanas a nuestro lugar de trabajo es lo primero que busco. Allí están tus ojos húmedos aún de sueño, pero frescos y radiantes como frutos. Quizá debería disimular un poco, pero - créeme, no puedo - me resulta imposible... tus ojos son mi alimento y mi estímulo. Yo no sé mirarme más que en tus ojos, en ellos me refugio y con ellos me acorazo. No me quites tu mirada. Único espejo donde me reconozco, única alegría con la que me peino y me despeino.
Ya sé que todas estas frivolidades acerca de cómo amarte son en definitiva algo absurdas. Es el amor quien nos contiene y nos ama, quien nos vive y nos coloca frente a frente con una exactitud milimétrica. Estratégicamente el amor nos es dado, así como la distribución arquitectónica de las estrellas, exactas e inmóviles, así el despuntar de los jazmines en este patio de La Carbonería, así el lugar y la hora de nuestro encuentro.
Y mientras tanto, bajo una claridad hermética, respiro el relente de la madrugada, el verde alimento de las plantas... un vaho cadencioso y letal sólo comparable al silencio de tu piel que
transpira en la penumbra.