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LA CONFIANZA. Publicado en Levante 9 de enero de 2010

Publicado el 12 mayo 2010 por Biologiayantropologia
LA CONFIANZA
En una sociedad compleja como la que nos ha tocado vivir es imposible ser dueño de infinidad de situaciones cotidianas. Sólo nos queda la cooperación y esperar en la bondad de los demás. La crisis actual se ha dicho, y con razón, que es una crisis de confianza; o mejor, de desconfianza. Recuerdo que de pequeño se contaba como fábula familiar el suceso del padre que anima a su hijo a tirarse de un árbol, al que lo había subido previamente, con la confianza de que él, con los brazos abiertos, le espera. Al fin, el niño, confiado, se lanza al vacío y, al caer, no es recogido en los robustos y amorosos brazos de su progenitor. Su tortazo produce un sonoro llanto y un apercibimiento paternal: “así aprenderás a no fiarte ni de tu propio padre”. Lo recoge Rezzori en una de sus historias magrebíes. El padre le enseña, en realidad, no tanto la confianza, como la desconfianza.
La confianza reside de forma natural en cada uno. Como bien señala R. Spaemann, lo primero que puede decirse es que la confianza es imprescindible y, por principio, inevitable. Al que rehúye confiar en los demás, no le queda más que un remedio: suicidarse. De hecho, el niño pequeño, como señalan los psicólogos, lo primero que conoce es a su madre, no a sí mismo, y aprende a confiar primariamente en ella. Es la confianza originaria sin la cual no podrá llegar a ser él mismo. Y toda confianza posterior, todo abandonarse a otros, es la repetición de lo que pasa al principio.
Confiar en alguien, es prestarle fe: la raíz latina así lo indica (cum fido: tener fe en alguien, prestar confianza). Pero la fe es un adelanto de lo que no se ve. Por eso mismo, la confianza es una prestación adelantada. Y quien adelanta un préstamo lo hace porque alguien le inspira confianza, aunque, por la misma razón, de proyectar al futuro el resultado de la acción, y por ser libre, podría defraudar. La fe religiosa como la fe humana tienen ambas en común esto: adelantar en prenda algo que no vemos cómo será, pero que, a la persona que nos dirigimos, prestamos crédito: Dios, un familiar, un amigo. La fe es fundamento de las cosas que se esperan, al tiempo que no se ven, porque aún no han sido percibidas, pero se divisan como ciertas por el crédito de la persona que nos inspira esa confianza.
Esta situación produce, sigue diciendo R. Spaemann, de natural, una cierta indefensión. Es hacernos vulnerables. Es entregarnos voluntariamente a una situación de debilidad, con la esperanza de que de ahí surja una situación de fuerza. Es lo que ocurre con el marido que confía en su esposa (o viceversa), la de un amigo respecto a otro, la de un colega hacia el compañero, y así sucesivamente. La confianza es algo que se despierta, que se inspira, pero que no se exige. La confianza entra con fuerza en el amor. Sólo a quien se ama se confía.
Pedro López
Grupo de Estudios de Actualidad

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