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La corrupción

Publicado el 29 octubre 2010 por Igork

bacanal romana

Una cena "ligera"

En la magistral «Historia de Roma», el maestro Indro Montanelli narra cómo fue una cena en la que participó Cicerón: «Eran obligatorios, como entremeses, mariscos, pajaritos de nido con espárragos, pastel de ostra, etcétera. Después venía el yantar propiamente dicho: tetas de lechona, pescado, ánades, liebres, guanajos, pavos reales de Samos, perdices de Frigia, morenas de Gabes y esturiones de Rodas. Quesos, dulces y vinos». Y Montanelli dice: «Puesto que todo dependía del dinero, el dinero se había convertido en la única preocupación de todos». Ya se huele la futura hecatombe del Imperio.
Corrían los tiempos de Pompeyo y César y hasta Roma llegaban toneladas de riquezas de las provincias conquistadas. En Roma ni quedaban los pequeños labradores que sostuvieron la expansión de la República ni los severos Senadores que la dirigieron con acierto, honradez y sentido de estado. Fijaos en el contraste con los primeros tiempos, cuando Roma sobresalió de entre las cientos, miles de ciudades de la antigüedad:«Y el rancho consistía en pan y legumbres. Estaban tan habituados a esta dieta, que los veteranos de las legiones, en un año de carestía de trigo, se quejaron de verse obligados a comer carne».
Y así se llega a la corrupción. De la corrupción nacen los dictadores. Octaviano, el primer Augusto, entendió que «los romanos habían dejado de creer en las instituciones democráticas y republicanas porque conocían su corrupción, pero estaban apegados a las formas. Pedían orden, paz y seguridad, una buena administración, una moneda saneada y los ahorros garantizados. Y Octaviano se aprestó a darles todas estas cosas». ¿Os suena? Nadie pedía la «isonomía» o demokratie de la que hablé en un post anterior. Sólo orden y seguridad.
No me toméis por un calvinista, también prefiero degustar los buenos vinos y no haría ascos a un pastel de ostras, pero hay algo en la historia de la Antigua Roma que se repite hoy; los hombres, sus pasiones y sus debilidades. La Europa de hoy me recuerda ese banquete opíparo, pagado con la esclavitud de celtas, hispanos, griegos y cartagineses.

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