Eran pasadas las diez de la mañana y el sol empezaba a despuntar por la loma. Desde muy temprano el señor Miguel y Adela, su mujer, habian empezado a trabajar en el huerto cercano a su casa. La tierra parda, casi roja, se resistia a ser zarandeada por la hazada porque apenas habia descansado durante la noche por el frio de la escarcha. Parecía mentira que hubiese empezado el mes de Julio y la temperatura nocturna tuviera tan mala uva, pensaba, mientras se desperezaba con los rayos de sol y los fuertes golpes de la señora Adela.
El señor Miguel era un hombre campechano que adoraba la tierra. Con su sombrero de paja calado en su pelona cabeza, trataba de entender como era eso de la "prima de riesgo" que unas veces bajaba y otras subía, como si se tratara de las olas del mar. De primas, recordaba a Carmina, una hija de su tio Manolo, compañera de juegos y secretos, de caracter templado y alegre, y respecto al mar, solo le había una vez en una escursión del inserso. ¡Que buena idea esa de poder viajar a bajo coste, después de toda una vida de trabajo!
Es verdad que le impresionó mucho, pero él era de tierra adentro, de paisajes rodeados de montañas, de prados verdes y sabor a miel de abeja. Aquellas abejas que una vez le persiguieron a muerte cuando junto con su mejor amigo intentaron robarles tan preciado manjar.
Adela era de un pueblo vecino y se había enamorado de Miguel nada más verle. Estaba segando, aquella tarde que subió a una tierra a llevar la merienda a su padre que también segaba la suya.
El trigo se dejaba atrapar por las fuertes y callosas manos de Miguel, acompasadas por el viento. La belleza de la tarde se confundia con los ojos negros de Adela. Cerca, un gorrión, componía una melodia de amor en aquella tarde asomada a la magia del momento.
Después sellaron ante Dios y los hombres su amor. Más tarde vinieron los hijos. Años intensos de trabajo en el campo, de amor del bueno, de sonrisas y besos. De enfermedades superadas, de malos momentos, de penas y llantos.
Hoy la vieja tierra les cobija de nuevo. Tendrán que recoger una buena cosecha. Este fin de semana vendrán los hijos que viven en la capital.
Segun dicen, no corren buenos tiempos para la economia familiar. Recortes por aqui y por allí...la incertidumbre ha hecho a sus hijos reservados, cautelosos, con miedo a vivír.
Siempre que pueden vuelven a su hogar, para recobrar la paz, que las circustancias adversas les está arrebatando.
Los ojos negros de Adela, siempre miran de frente, las fuertes manos de Miguel siempre tienen las mismas caricías, la tierra, siempre les recibe con los brazos abiertos.