La crítica anónima

Publicado el 11 octubre 2011 por Volia Nihil
Los blogs son plataformas online híbridas entre el internet 1.0 y el 2.0, porque aunque exista un único emisor por blog -a no ser que sea un blog colectivo- los lectores-receptores participan aportando comentarios y pueden trasladar el debate a su propio blog o a otros portales/foros de internet. Es decir que los receptores son a la vez emisores de información y viceversa.
Las principales plataformas de blogs gratuitos permiten a los administradores filtrar los comentarios de distintas formas: pueden activar la opción de moderarlos antes de ser publicados a través de la aprobación individual de cada mensaje, pueden introducir palabras clave para que los comentarios que las contengan no se publiquen y vayan directamente a SPAM y pueden elegir el grado de anonimato de sus comentaristas. Esta última opción establece distintas autorizaciones para discriminar qué tipo de lectores pueden dejar un comentario en una entrada: todos o únicamente usuarios registrados (en la propia plataforma o en otros servicios subsidiarios). La opción "todos" posibilita que puedan responder tanto los usuarios registrados como los "anónimos". 
Sobre esta última opción se ha hablado mucho. Hasta hace unos meses yo permitía en mi blog cualquier tipo de comentarista, estuviese o no registrado. Sin embargo conforme las visitas han ido aumentando, también lo han hecho los comentarios de usuarios que, amparándose en el anonimato, se han dedicado a hacer el troll. Todo el mundo sabe qué es un troll, así que no hace falta entrar en definiciones. Este tipo de usuarios dificultan y entorpecen cualquier tipo de debate si lo hay, o simplemente afean de forma gratuita cualquier entrada con insultos y provocaciones -la mayoría de ellas bastante pobres, pero molestas.
Cuando tenía activada la opción de que todos los usuarios pudiesen comentar, incluidos los anónimos, sabía a lo que me exponía y lo toleré porque el número de trolls por entrada era tolerable y a veces me hacían gracia, a veces me reía con ellos, pese a ellos. De hecho me parecían hasta simpáticos -repito, pese a ellos- y sus intervenciones me entretenían unos segundos en esos minutos tontos que todos tenemos o deberíamos tener. Incluso escribí algunas poesías partiendo de comentarios de trolls, intentando crear un juego en el que sus ofensas formasen parte de mis ¿poesías?. No quisieron jugar conmigo y el número de trolls aumentó tanto que tuve que restringir la participación en cada entrada a usuarios registrados, pese a las quejas de algunos amigos que se negaban (y se niegan) a registrarse para poder comentar.
Todo este rollo asunto de los trolls y del anonimato me suele a la larga aburrir, no me interesa mucho leer sobre esta problemática este asunto y mucho menos aburrir a los demás con él. Sin embargo en apenas dos días he leído dos entradas bastante interesantes sobre la crítica el insulto anónimo que me gustaría compartir. Kiko Amat publicó el 30 de Septiembre en el suplemento de Cultura/S de La Vanguardia un artículo bastante certero y macarra sobre este tipo de actitudes:
Cuando yo era joven, hace 10.000 años luz en una galaxia muy lejana, los litigios se saldaban presentándote llave inglesa en mano en el bar habitual del contrincante, habiendo o no presentado antes el listado de agravios (“¿Así que mi Gladys la chupa en los vestuarios, eh?”). Era eso o atrapar al enemigo en algún instante desprevenido y arrearle con una tochana en la nuca. En ambos casos, la presencia física de uno se consideraba indispensable para llevar la justicia a buen puerto. A no ser, por supuesto, que uno fuese una miserable rata de cloaca. Entonces podía vengarse la afrenta desde el anonimato, depositando un zurullo de mastín en el buzón del otro, o espolvoreando el depósito de su TZR con sidral. Huelga decir que nadie respetaba esta forma de revancha, y esa era una razón añadida (a la cobardía) para que el vengador enmascarado permaneciera oculto en la infamia. Un atacante anónimo no es un héroe, por mucho que su víctima se lo andara buscando: sigue siendo una basura a la que todos escupen, como un delator carcelario. El código no escrito de la raza humana es, y siempre será: da la cara, canalla.
El artículo completo se puede leer aquí: ¡Twitterlinchamiento!
Hace algunos minutos Javier Serrano ha publicado la segunda parte de "El arte de insultar" de Arthur Schopenhauer sobre el mismo tema en la era preinternet -obviamente- pero igualmente de interés actual tanto por su contenido como por la existencia de ese tipo de actitudes en las publicaciones en papel.


Un crítico anónimo es un sujeto queno quiere rendir cuentas sobre lo que dice o calla acerca delos demás y de las obras que éstos producen. 
Hay que considerar de entrada alcrítico anónimo como un bribón que desde el principio se proponeengañarnos. Así lo intuyen aquellos críticos que escriben en lasrevistas honnêtes [honestas] y firman con nombre y apellido. 
Cuando se trata de atacar, Don Anónimopersonifica a Don Canalla. 
Antes que nada, habría que eliminarese refugio de todas bellaquería literaria, el anonimato. Hasido introducido en las revistas literarias so pretexto de protegeral crítico honorable, mentor del público, de la cólera del autorreseñado y de la de sus padrinos. Sólo que por cada caso como éstehay cien más en los que sólo sirve para librar de todaresponsabilidad al que no está en condiciones de defender aquelloque dice, o incluso para encubrir la vergüenza de quienes son losuficientemente venales e indignos como para elogiar ante el públicoun libro malo a cambio de la propina de un editor. A menudo sirvetambién para tapar la mediocridad, la insignificancia y laincompetencia del que juzga. Es increíble la desfachatez de algunossujetos y las trampas que cometen cuando se sienten amparados por elanonimato. Así como existen antídotos, sirva como antídotouniversal contra la crítica contenida en todas las recensionesanónimas, sin importar si pecan por alabar lo malo o censurar lobueno, el siguiente: «¡Bribón, danos tu nombre! Pues sólo lospícaros y los criminales se cubren el rostro o se ocultan tras unacapa para asaltar a la gente decente». Por lo tanto: «¡Danos tunombre, bribón!» [...] ¿Acaso se permitiría que un hombre,estando enmascarado, arengara a la multitud o hablara ante unaasamblea? ¿Y qué tal si éste, para colmo, se atreviera a atacar alos demás y cubrirlos de oprobios? ¿No lo pondrían enseguida depatitas en la calle? 
Quien escribe y polemiza anónimamentese hace eo ipso sospechoso de querer engañar al público omanchar impunemente el honor ajeno. Por eso, para mencionar alcrítico anónimo, aunque sea ocasionalmente y sin ánimo decensurarlo, se deberían emplear epítetos como: «el cobarde yanónimo bribón tal o cual» o «el embozado y anónimo truhán detal o cual revista», y así sucesivamente. Éste es en verdad eltono correcto y apropiado para referirse a tales sujetos y dejarlossin trabajo.
Enlaces a las dos entradas de su blog:
"EL ARTE DE INSULTAR" (1) - ARTHUR SCHOPENHAUER
"EL ARTE DE INSULTAR" (y 2) - ARTHUR SCHOPENHAUER
Dicho (y copiado) todo esto, no infravaloro ni rechazo ciertas críticas anónimas por el simplemente hecho de serlo. Muchas críticas sin firmar son bastante certeras, incluso algunas de ellas constructivas. Sin embargo en internet la posibilidad de escribir anónimamente hace que un gran porcentaje (si digo 99% sería casi verdad, pero como no dispongo de datos no quiero inventarme porcentajes como hacen en los telediarios) haga uso de ese derecho simplemente para molestar sin dar la cara, sin tener responsabilidades ni cargar con las posibles represalias. Por otra parte registrarse con un apodo o seudónimo no es tan complicado y es prácticamente igual de anónimo, lo que podría indicar -pero no lo puedo asegurar- que se tratan en gran parte de usuarios que ya están registrados y tienen sus propios blogs pero que prefieren no dar la "cara". Para bien o para mal yo siempre he firmado mis comentarios, tanto con mi seudónimo (que no es anónimo) como con mi nombre y apellidos (que es tan nombreyapellidos como mi seudónimo, con el que me identifico igualmente "en sociedad"). No me importa decir lo que pienso públicamente, no por valentía ni honestidad, sino porque decir las cosas y firmarlas es un gusto y una sensación tan especial que merece la pena ganarse algunos enemigos aunque no tengan la talla suficiente para serlo.
Con todo este rollo este texto lo único que pretendía es que los que me visitan lean los artículos que he enlazado, lo demás puede ser considerado paja. Ojo, no hay que menospreciar la paja, al contrario.