La cruz del verbo es un poemario cargado de fuerza y de verdad. Rosario Bersabé que ya ha aprendió a domeñar el idioma en su anterior obra, De roca y yerbabuena, no quiere olvidar la forma y el respeto a la métrica, aunque sabe que, a veces, el ritmo no necesita de corsés, sino de libertad; de ahí que se permita ciertas licencias con la rima. A Rosario le gustan los versos impares, esos propios de la métrica italiana, el endecasílabo, el heptasílabo e, incluso, el pentasílabo que organiza, a veces, de una manera polimétrica. Arte mayor y arte menor se dan la mano en este poemario.La cruz del verbo es un título de clara evocación religiosa, aunque Rosario no escribe poemas religiosos, sino laicos, aunque comprometidos con el ser humano y con la dignidad del mismo. La cruz es ese lado duro de la vida, el dolor que se sobrelleva, las ausencias, el desamor, las injusticias, la soledad…; el verbo, en cambio, es la palabra; la palabra que se derrama que llega consoladora, que sabe arrojar luz donde antes hubo tinieblas. Un poeta es un ser especial que sabe ver más allá de las cosas. Eso hace Rosario quien, con mirada clara, se pasea por los distintos registros emocionales. De esta manera, organiza su obra en distintos apartados que se relacionan entre sí, de alguna manera, porque la voz directa de su autora así lo quiere. En “Vientos de otoño” se concentran los poemas inaugurales. Canta, para empezar, como hiciera el propio Homero, a su musa y le pide cuentas. “Oh, mi musa rebelde, / ¿por qué me eres esquiva?”. Rosario necesita tener a la musa de su lado para poder contar aquello que tiene y que, con humildad, piensa que no es innato en ella, por eso le pide a la musa: “concédeme el don de tu presencia”. La soledad, el desamor, la indiferencia, el olvido… son los temas que completan este primer apartado. Después, “Como un soplo de brisa” se encarga de ahuyentar las quimeras y esta vez ya es la oda al poeta, a ese “Cultivador de versos que de tu alma / emergen cual altivo surtidor”. La primavera, el amor, la nostalgia de la tierra y un poema deliciosamente hermoso, “El teatro de las ingenuidades” siguen derramando la brisa en el alma del lector. Rosario recuerda una infancia y, gracias a los alejandrinos, nos la presenta amplia y pura: “Fueron días dichosos, de muñecas de trapo, / caballos de cartón con riendas inventadas”.“Llora el poeta” es el siguiente capítulo formado por poemas personales, de tristeza, en los que la poeta reflexiona acerca de la brevedad de la vida y lo hace en carne propia. “El coraje de soñar” trata de superar este mal momento y Rosario se nos muestra osada, fuerte, con la ilusión intacta y apegada a “esa niña que llevo tan adentro… aún tiene el coraje de soñar”.
Dicen que la verdadera patria del hombre es la infancia y Rosario Bersabé lo sabe muy bien; de ahí que no olvide, en ningún momento, a esa niña que fue y que, en el fondo, sigue siendo. “Nacido en desabrigo” es un conjunto de poemas de corte social, de denuncia. No quiere ser ajena la voz poética al dolor ni al llanto de los niños. No quiere ser ajena ni indiferente.El poemario se completa con un ramillete de espléndidos “Sonetos”, estrofa en la que Rosario es ya una auténtica maestra. Son sonetos vibrantes, que emocionan y que calan en el alma de quien los lee. “Padre que estás en los cielos” pudiera muy bien ser una oración y, de hecho lo es, la oración de una hija hacia su padre que ya no está; un padre al que añora y al que reclama, a la vez que presiente. Sin duda un soneto de una pieza. La risa de su nieta, la pequeña Niara, consigue espantar los miedos mientras que la amistad recoge los momentos más preciosos, a la vez que surgen afectos, deudas, gustos y vacilaciones. Rosario reflexiona y crea, poco a poco, su especial cosmos, su especial manera de sentir y de ver. Y por encima late ese sentimiento de pertenencia a una tierra, a la que aspira: “En tu seno vislumbro mi destino, / vergel de sueño, ¡tierra astigitana!”.Rosario Bersabé, es cierto, no lleva muchos años escribiendo, pero sí lleva años, toda una vida, soñándose a sí misma, viendo, contemplando, atesorando momentos, inventando sensaciones, acariciando palabras; toda una vida que se derrama, verso a verso, en La cruz del verbo.No hace falta, Rosario, que invoques a los hados… la poesía está de tu parte.