No sé si es él quien camina detrás mío; podría ser cualquiera. Escucho sus pasos, lentos, pero más largos que los míos. Si no tengo cuidado, va a alcanzarme. La noche nació hace dos horas, treinta y dos minutos y 25 segundos. La callejuela por la que transito es estrecha, y la luna no la ha tocado aún; muere sin salida, en un muro lleno de graffitis: “¡Viva América Unida!”, “Pato ama a Leo”,”Ni el más sabio conoce el final de todos los caminos” Y dibujos. Algunos obscenos y grotescos. También corazones sangrantes, soles imposibles, flores de pétalos enormes, rayas sin sentido aparente. Pero conozco el lugar exacto por donde puedo deslizarme a través del hueco de una cerca, hasta llegar a las calles más animadas del centro donde será fácil perderme. Mi deber es evitar que me lo quiten, y no me lo quitarán. Hoy soy la clave de nuestro futuro y, sobretodo, soy su cuidadora. Al pasar por el hueco de la cerca, un alambre oxidado me rasguña la pierna derecha haciéndome sangrar. Roja aún la sangre, como la de ellos. Arde. Quema, mientras cae en hebras finas. Tengo que apresurarme porque el aire parece volverse irrespirable, y me persigue el recuerdo de unos ojos profundos, aún sabiendo que lo que pasó, fue parte del engaño. Ahora que piensa que soy su enemiga, querrá detenerme. Ni mi piel, ni el cabello, ni las risas compartidas, podrán evitar su deseo. Me preocupa un dolor agudo en mi flanco izquierdo, y me hace detener por un momento. Mientras, me fijo con detenimiento en las viviendas sencillas de techos rojos que me rodean. Tienen cercas, ventanales con cortinas claras, y algunas, hasta juegos de niños. Pero mi niño nunca conocerá nada de eso, y yo muy pronto me olvidaré de todo. Ya estoy en la calle principal, entre el ruido del tráfico y las luces de los negocios que aún permanecen abiertos. Hace frío. Subo las solapas del tapado que me cubre, y apresuro el paso. Me atrevo a volverme y siento un gran alivio. No hay nadie detrás de mí... creo que he logrado mi propósito. En la estación de servicio puedo tomar un ómnibus que me lleve justo al lugar del encuentro. Queda poco tiempo. Mientras el vehículo atraviesa el pueblo y se interna en campo abierto, trato de recuperar la noción de lo que estoy haciendo. Al menos sé que él sigue dentro de mí, siento sus latidos. Afuera está tan oscuro, que acerco mi cara al cristal de la ventanilla. Pasarme sería ruinoso. Pero más adelante, iluminado por los faros delanteros, veo el pilar con la marca: Kmt 165. Me cuesta un poco ponerme de pie y apretar el botón de la puerta trasera. Pero todo depende de que pueda llegar al bosquecito de álamos, hasta que mis compañeros se hagan cargo de todo. Es el último esfuerzo. Me bajo y comienzo a caminar. Mis pensamientos comienzan a confundirse, porque en ellos se mezclan diferentes voces, diferentes lenguas. Claro que es natural. Mi falsa piel se va borrando lentamente, y vuelvo a percibir mis hermosas escamas azules. Mi forma también cambia, pero lo esencial permanece: el fruto que debe contener lo humano, y lo que somos y seguiremos intentando ser gracias a él. Allá adelante, una pequeña luz plateada se agita en señal de bienvenida. La nave zumba en una frecuencia audible solo para nuestros sentidos. Me siento bien. Ya somos libres, y el camino a seguir está trazado entre las estrellas, en el seno mismo del cielo inmenso. 1/04/2006
No sé si es él quien camina detrás mío; podría ser cualquiera. Escucho sus pasos, lentos, pero más largos que los míos. Si no tengo cuidado, va a alcanzarme. La noche nació hace dos horas, treinta y dos minutos y 25 segundos. La callejuela por la que transito es estrecha, y la luna no la ha tocado aún; muere sin salida, en un muro lleno de graffitis: “¡Viva América Unida!”, “Pato ama a Leo”,”Ni el más sabio conoce el final de todos los caminos” Y dibujos. Algunos obscenos y grotescos. También corazones sangrantes, soles imposibles, flores de pétalos enormes, rayas sin sentido aparente. Pero conozco el lugar exacto por donde puedo deslizarme a través del hueco de una cerca, hasta llegar a las calles más animadas del centro donde será fácil perderme. Mi deber es evitar que me lo quiten, y no me lo quitarán. Hoy soy la clave de nuestro futuro y, sobretodo, soy su cuidadora. Al pasar por el hueco de la cerca, un alambre oxidado me rasguña la pierna derecha haciéndome sangrar. Roja aún la sangre, como la de ellos. Arde. Quema, mientras cae en hebras finas. Tengo que apresurarme porque el aire parece volverse irrespirable, y me persigue el recuerdo de unos ojos profundos, aún sabiendo que lo que pasó, fue parte del engaño. Ahora que piensa que soy su enemiga, querrá detenerme. Ni mi piel, ni el cabello, ni las risas compartidas, podrán evitar su deseo. Me preocupa un dolor agudo en mi flanco izquierdo, y me hace detener por un momento. Mientras, me fijo con detenimiento en las viviendas sencillas de techos rojos que me rodean. Tienen cercas, ventanales con cortinas claras, y algunas, hasta juegos de niños. Pero mi niño nunca conocerá nada de eso, y yo muy pronto me olvidaré de todo. Ya estoy en la calle principal, entre el ruido del tráfico y las luces de los negocios que aún permanecen abiertos. Hace frío. Subo las solapas del tapado que me cubre, y apresuro el paso. Me atrevo a volverme y siento un gran alivio. No hay nadie detrás de mí... creo que he logrado mi propósito. En la estación de servicio puedo tomar un ómnibus que me lleve justo al lugar del encuentro. Queda poco tiempo. Mientras el vehículo atraviesa el pueblo y se interna en campo abierto, trato de recuperar la noción de lo que estoy haciendo. Al menos sé que él sigue dentro de mí, siento sus latidos. Afuera está tan oscuro, que acerco mi cara al cristal de la ventanilla. Pasarme sería ruinoso. Pero más adelante, iluminado por los faros delanteros, veo el pilar con la marca: Kmt 165. Me cuesta un poco ponerme de pie y apretar el botón de la puerta trasera. Pero todo depende de que pueda llegar al bosquecito de álamos, hasta que mis compañeros se hagan cargo de todo. Es el último esfuerzo. Me bajo y comienzo a caminar. Mis pensamientos comienzan a confundirse, porque en ellos se mezclan diferentes voces, diferentes lenguas. Claro que es natural. Mi falsa piel se va borrando lentamente, y vuelvo a percibir mis hermosas escamas azules. Mi forma también cambia, pero lo esencial permanece: el fruto que debe contener lo humano, y lo que somos y seguiremos intentando ser gracias a él. Allá adelante, una pequeña luz plateada se agita en señal de bienvenida. La nave zumba en una frecuencia audible solo para nuestros sentidos. Me siento bien. Ya somos libres, y el camino a seguir está trazado entre las estrellas, en el seno mismo del cielo inmenso. 1/04/2006