El hombre anunció la finalidad de la enorme máquina, de la que salían tubos de metal en diversas direcciones.
Los boquiabiertos entusiastas dejaron escapar suspiros de admiración.
Pidió dos voluntarios para probarla.
El primero de ellos se internó en el cubículo central. El científico accionó una palanca y tras unos segundos, una luz amarilla irradió con fuerza desde el centro de la máquina cegando a todos temporalmente. Al recobrar la vista, el voluntario ya no estaba.
Los gestos de asombro eran totales. El científico en cambio, sacó de su bolsillo un reloj de mano y con cinco dedos levantados indicó que comenzaba la cuenta regresiva. Al caer el último dedo, la puerta de la sala se abrió y entró el voluntario, con una sonrisa de oreja a oreja.
Guardando su reloj, el hombre anunció:
- Solo ha viajado unos segundos en el tiempo y dado que el mundo se desplaza a pesar que no nos damos cuenta, apareció en el pasado, un piso abajo.
La multitud en la sala aplaudió a rabiar.
Llamó al segundo voluntario, que al ver sano y salvo al otro, estaba muy tranquilo. Se introdujo en el asiento de metal y aguardó la escena que había visto con antelación.
Todos volvieron a ser cegados un instante.
Cuando la luz se disipó, el segundo voluntario tampoco estaba. Nuevos aplausos retumbaron en el auditorio. Sin embargo, esta vez el rostro del científico no mantenía el semblante de triunfo. Vislumbraba, en cambio, frustración.
Meneó la cabeza, contrariado y se dirigió al público.
- Me temo que he calculado mal en esta ocasión, lo he mandado cinco horas al futuro en lugar de cinco segundos.
Una mujer se acercó, angustiada.
- Era mi novio ¿dónde está ahora?
- Lo siento señorita, pero lo hemos perdido. Cinco horas en el futuro equivalen a una ubicación física a la que aún no hemos llegado, es decir que ha caído en el vacío y perdido en el espacio.
La mujer se largó a llorar, en tanto el público estalló en otra andanada de aplausos ante tan brillante conclusión.