Revista Literatura

La desesperanzada vida del señor Felix

Publicado el 09 abril 2011 por Felipepostigo

La desesperanzada vida del señor Felix

Carlos
Lápiz de color y pastel


"Dijeron que eran hechos probados: que antes del Movimiento Nacional, era un destacado izquierdista, un traidor al servicio del comunismo internacional. Que a raíz de las elecciones de febrero de 1936, resultó elegido concejal, y que aunque constaba que se opuso a varios desafueros extremistas, también se significó contra el surgir de la Nueva España y que aquel mismo "día glorioso", a primera hora, hasta se atrevió a marchar a la capital en busca de refuerzos que sofocaran la rebelión. Que como no le fue posible, se pasó a zona enemiga y que allí prestó servicio… Ingresó en prisión en abril de 1939 y aunque al final tuvieron a bien concederle la libertad; la suya siempre fue  condicional, cedida a regañadientes, y siempre pesó sobre el y sobre su familia como una infamia".
Me contó tantas veces esta historia, que la aprendí de memoria. Por eso, cuando paramos esta mañana frente a la misma valla verde, donde él se detenía a liar su Ideales, me vino a la cabeza como la tabla del seis. Sin querer la he recitado y después lo he vuelto a ver acercarse despacio, con su boina calada, su chaqueta y su pantalón de pana, con su paso derrotado, su mirada plomiza y la media sonrisa de quien sabe que ha encontrado un amigo para charlar. Creo, o estoy seguro, que nunca llegó a retener mi nombre, pero se que confiaba en mi lo suficiente para saber que lo volvería a escuchar. Y me volvía a hablar de sus años de dependiente, peón y conserje, de la bruja de su nuera, del calzonazos de su hijo, de aquel cáncer que se lo estaba comiendo y que le importaba un pimiento. Luego; siempre volvía a  su infancia en el pueblo, a su padre, a las muchas novias de su juventud, a sus estudios de topografía en Zaragoza, al día que conoció a su Inés... Sobre todo hablaba de su Inés y de la mala vida que llevó por su causa. En ese punto, y era el único, siempre se le dislocaba el párkinson, dejaba caer alguna lágrima y se le quebraba la voz. Al final y después de tantos años , casi me he emocionado también. En ese momento me hubiera gustado decirle un montón de cosas. Por ejemplo que aunque hace mucho que cayó el Régimen, su culpabilidad sigue siendo oficial, por que en estos nuevos tiempos, que tanto anhelaba y se ha perdido, aun es válido el veredicto de un tribunal militar y golpista. Que siguen mandando los mismos y que se juzga a los jueces que se interesan por el paradero de los miles de hombres que yacen forzosamente olvidados en los campos de esta España, democrática y libre, que vergonzosamente sigue sin ser capaz de hacerse justicia a si misma. Pero justo a tiempo he recordado que los auténticos ateos no tienen cielo, que su alma es mortal y que no escuchan plegarias. Por eso, y sólo por eso, no  he dicho nada. 

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