Revista Literatura
"Memoria Histórica" es un término que llevamos viendo y escuchando con cada vez más frecuencia y que alude, como imagino bien sabréis, a una ley que pretende, a grandes rasgos, borrar de un plumazo cualquier referencia al gobierno del dictador Francisco Franco, a cuantos personajes le secundaron y recibieron sendos honores como el de tener una calle con su nombre y a la herencia que dejó en forma de monumentos conmemorativos. Esto es algo que todavía genera controversia en la sociedad porque si bien hay quien piensa que es necesario erradicar de nuestras calles a quienes colaboraron de una forma u otra con el régimen franquista, también los hay que opinan que nada de lo que se haga va a cambiar lo que ocurrió y que borrar de nuestra memoria ciertos hechos y nombres no nos va a hacer mejores ni como individuos ni como colectivo.
Obviando el marcado carácter político del asunto, lo cierto es que lo que está ocurriendo con esto de la ley de (des)Memoria Histórica es algo que parece que forma parte del propio espíritu del ser humano. Ya cuando acabó la guerra civil y el bando rebelde se proclamó vencedor, muchos seguidores de Franco no tardaron en arrancar y destrozar algunas placas de calles dedicadas a figuras ilustres de la República, situación por cierto casi idéntica a lo que se vivió no hace tanto tiempo cuando algunas personas exigieron que se retirasen las que, en su época, fueron colocadas para honrar a varios militares y personalidades franquistas y que fueron también objeto de numerosos actos vandálicos, al menos aquí en Alicante. Como vemos, la historia se repite... y no es la primera vez.
Podemos viajar aún más atrás en el tiempo, hasta la época egipcia por ejemplo, en la que el nombre se consideraba sumamente importante. Tanto que, cuando se quería olvidar a alguien, se borraba su nombre de cualquier inscripción en la que hubiera sido grabado previamente, razón además por la cual ahora mismo no sabemos casi nada de muchos de los faraones y de otras personas de alto rango que vivieron en dicho periodo. Es casi seguro que han sido muchas otras las culturas y civilizaciones que, a lo largo de los milenios, han obrado de manera similar. Gracias a su esfuerzo, a día de hoy existen numerosas lagunas en nuestro pasado que, probablemente, no se resolverán jamás.
Estoy de acuerdo con el hecho de que haya gente que pueda no merecer ser recordada con una calle o con otro tipo de monumento erigido en su memoria pero lo cierto es que hacer desaparecer dicho recuerdo no va a borrar lo que esas personas hicieron en vida. Nada va a cambiar eso. Lo pasado, pasado está y, como dice el refrán, "agua pasada no mueve molino". Y hablando de agua, Franco inauguró una gran cantidad de pantanos y embalses que, a día de hoy, todavía abastecen a muchos lugares de la península. Lanzo pues al aire esta pregunta: como los hizo él, y son por lo tanto un vestigio de aquel tiempo, ¿han de ser entonces también borrados del mapa?
Yo no tengo más voz y voto que cualquiera que me lea pero opino que no deberíamos tocar algunas cosas. En todo caso se podría adecuar su mensaje a lo que sabemos hoy, es decir, recordar en una placa a la persona en concreto tanto por lo bueno (si lo hubo) como por lo malo. De este modo la gente no la olvidaría, que es lo que se pretende con esta ley. Muchos me diréis que con que se les mencione en los libros de historia es suficiente, que no necesitan más pero, ¿quién nos dice que, en el futuro, no se pretenderá desde ciertos estamentos que también en dichos libros se omita cualquier periodo que se crea conveniente que no debemos recordar? Da lo mismo por dónde comencemos el plato si nuestra intención es dejarlo vacío...
La historia, para lo bueno y para lo malo, debería ser transmitida en toda su plenitud, sin omitir nada por escabroso que pueda ser, y esto vale no solo para lo escrito sino para cualquier elemento que los más o menos ilustres de una determinada época quieran dejar a sus descendientes. "Quienes no conocen los errores de su pasado están condenados a repetirlos..." es una reflexión compartida por muchos sabios, en la que creo profundamente y que ha quedado demostrada en numerosas ocasiones. Por desgracia, el hombre es el único animal que tropieza no dos, sino múltiples veces con la misma piedra y a menudo no aprende la lección ni siquiera después de abrirse la cabeza.