Que ahí mismo, el mandatario, le haya dado una plaqueta de reconocimiento y un traje típico demuestra el nivel al que se maneja la diplomacia boliviana, a los tumbos y golpes de improvisación. Seguramente será más difícil que una gambeta que el servicio diplomático hubiese negociado un encuentro correcto para satisfacer los caprichos pueriles de Evo.Luego que los hinchas de Su Majestad no se quejen de que el futbolista le haya obsequiado su camiseta sudada (según las malas lenguas).
Condecorar a gil y mil, en este país ya es parte del patrimonio cultural. Lo mismo da declarar huéspedes ilustres a unos pajarracos migratorios que otorgar reconocimientos oficiales a talentosos del balón. En otros tiempos se concedían tales honores a héroes de guerra o a personajes de trayectoria reconocida. Ahora se condecora hasta el oficio de ser papá (puntualmente, en el municipio de Cochabamba). Tremendos servicios al Estado son patear un balón (falta saber cuál es el mérito de mi admirado Messi con la nación boliviana) o traer hijos al mundo, que por otro lado, son oficios bastante normales en el resto del planeta, pero parece que aquí no. Como tampoco había sido normal que unos reclutas bisoños se hayan extraviado en territorio extranjero, a tal punto que su encarcelamiento por unas semanas en celdas chilenas alcanzó pronto cuotas de heroísmo, que una vez liberados, les significó sendas medallas de hojalata, homenajes con guirnaldas y promesas de trabajo. De supuestos héroes del mar y guerreros del arcoíris empieza a llenarse la nueva patria. Y claro, el mundo contempla, rendido a sus pies.
Pobre país, de evada en evada, ya no solamente por la incontinencia verbal del caudillo (el último destello de su sabiduría; sugerir a sus bases cocaleras que dejen de usar condón porque estaba preocupado por la poca población del país), sino porque sus conductas y formas extravagantes de gobernar se han vuelto la norma, contagiando a las demás autoridades que responden a su influencia. Incluso la sociedad se ha vuelto tan permeable que todo se acepta como algo natural. Gobernados por la diplomacia del poncho, que todo lo oculta, disimula, contiene e improvisa bajo su manto. Coloridos, exultantes y exóticos nos damos a conocer ante el exterior, de la mano de un poncho como mejor embajador, reforzando más y más la imagen postal de la Bolivia montañosa y atrasada. Comosi el resto del país no existiera. Y luego sueltan el verso lírico y cansino de la plurinación.
Hace apenas unas horas, se acaba de emitir un decreto que establece de facto la asunción de los hijos del presidente a rango de príncipes. Y de yapa, a la esposa del vicepresidente, para que el dúo dinámico no se resquebraje, en su abnegada lucha contra el imperialismo. Una muestra más de la conducta errática de Morales, quien en su primer periodo había borrado de un plumazo la figura de Primera Dama de la Nación, no sabemos si por considerarla insulsa o debido a su eterna soltería. De los continuos viajes a Venezuela parece que retomó la idea al observar que las hijas del difunto Chávez la pasaban de maravillas viajando. "El presidente (Morales) se siente solo en las Cumbres, donde no tiene quién lo represente cuando se reúnen las esposas de los mandatarios", explicó la ministra de Comunicación, argumentando que no tenía nada de anormal costear los pasajes y viáticos de la familia en viajes oficiales a partir de la fecha. Pero todos se preguntan qué tiene de serio y provechoso para el país que una menor de edad se codee con damas mayores y encopetadas.
Como si no resultara suficientemente oneroso para el tesoro público, pagar todos los gastos del presidente, ahora nos encajan vía decretazo las ansias de conocer mundo de su prole. Que este es el país más pobre de Sudamérica y no un emirato petrolero, a ver si de una vez se enteran nuestros gobernantes antes de cacarear el discurso de la austeridad y responsabilidad social. Pero tal parece que estamos haciendo historia, como siempre. Quizá acabamos de batir un record al tener la primera dama más joven del mundo. Si esto no es folclorismo barato y ramplón, seré el primer en aplaudir.
País retorcido, país de caricatura, eso somos.