Revista Literatura

LA DISTOPÍA DE UNA MÁSCARA SIN ROSTRO, por JOSÉ ESPÍ

Publicado el 24 octubre 2021 por David Rubio Sánchez
LA DISTOPÍA DE UNA MÁSCARA SIN ROSTRO, por JOSÉ ESPÍ

«El hombre sin rostro se acerca al gran ventanal. Desde él, incluso sin la opción visor activada, puede ver la totalidad de sus dominios». Existen pocas cosas tan prometedoras como el inicio de una novela. Sobre todo por esas preguntas implícitas. Y es que, en este caso, no solo estamos presenciando algo tan cotidiano como un hombre acercándose a una ventana; sino, ¿qué es un hombre sin rostro? ¿Qué es la opción visor? ¿Está en realidad mirando por la ventana o lo que hace es controlar sus supuestos dominios? Sin embargo, y a pesar de todas estas cuestiones, lo que más llama la atención de este principio es otra cosa: la cuestión oscura, siniestra y misteriosa que envuelve las palabras.
Hola, soy José Espí Alcaraz, o, como más me gusta que me llamen, Pepe (de la Torre), y, aprovechando el homenaje de El Tintero de Oro a H.G. Wells, hoy vengo a hablar de distopías.

LA DISTOPÍA DE UNA MÁSCARA SIN ROSTRO

«Era un día frío y luminoso de abril y los relojes estaban dando las trece». 1984, George Orwell.
Si H.G. Wells escribió varias novelas distópicas, como La máquina el tiempo o La isla del Dr. Moreau, pero con escenarios un poco menos globales o fantasiosos, George Orwell le dio otra vuelta de tuerca con historias sobre sociedades enteras dentro de un futuro no muy lejano. En ellas, como bien sabemos, un régimen totalitario se encargaba de reducir las libertades de la gente a la nada. Porque hablar de distopías es hablar de 1984. En esta cita recojo del inicio de la obra, donde se ven unos relojes que, simplemente, pueden marcar la una del mediodía o ser el mal augurio de lo que va a venir a continuación. Y es que la definición de distopía es eso: una sociedad ficticia indeseable en sí misma.

ORÍGENES PARA UN NUEVO MUNDO

«Un edificio gris, achaparrado, de solo treinta y cuatro plantas. Sobre la entrada principal se lee:”Centro de Incubación y Condicionamiento de la central de Londres” y, en un escudo se divisa el Estado Mundial: “Comunidad, Identidad, Estabilidad”». Un mundo feliz, Aldous Huxley.

Según su temática, las distopías pueden ser de dos grandes tipos. El primero correspondería a una sociedad futurista donde todo está muy bien estructurado y la parte distópica es consecuencia del propio devenir social, económico o evolutivo de la humanidad, donde las clases sociales están bien diferenciadas, las reglas marcadas al dedillo y la libertad atada a las apetencias de un dogma social. Uno de los ejemplos más claros de este tipo sería Un mundo feliz de Aldous Huxley, otra de las obras cumbre de la distopía. En ella, la gente simplemente es feliz por estar sujeto de forma genética a su sino antes de nacer. La discriminación social aceptada, junto con una estructuración social, marca el devenir de esta gran novela dejando un mensaje tan abrumador como macabro.
«Dormíamos en lo que, en otros tiempos, había sido el gimnasio. El suelo, de madera barnizada, tenía pintadas líneas y círculos correspondientes a diferentes deportes. Los aros de baloncesto todavía existían, pero las redes habían desaparecido». El cuento de la criada, Margaret Atwood.

El otro tipo de distopías son historias marcadas por algo que se ha llevado la sociedad por delante: un holocausto zombi, una invasión alienígena, una catástrofe natural... De algún modo, el mundo se ha ido al traste y la gente trata de salvarse como puede, y no suele ser nada ortodoxo. En este caso, pongo el ejemplo de El cuento de la criada de Margaret Atwood en la que, aunque no es un muy buen ejemplo ya que en el fondo sigue teniendo la estructuración social dentro de un régimen totalitario, la trama pivota sobre la pérdida de fertilidad de la gran parte de las mujeres, dejando ese papel a las “criadas”, las pocas mujeres aún fértiles que quedan, a las que se las somete a un yugo de convertirse en procreadoras a la fuerza.
LA DISTOPÍA DE UNA MÁSCARA SIN ROSTRO, por JOSÉ ESPÍ

OBSERVAR EL PRESENTE PARA VISLUMBRAR EL FUTURO

«Era un placer quemar». Fahrenheit 451, Ray Bradbury.

En un mundo de propaganda informativa, fake news o conspiraciones varias, una distopía es el instrumento perfecto para la denuncia social. El conformismo o la aceptación de algunas normas imbuidas de poco a poco o la propaganda difundida por los medios pueden hacer que la sociedad en cuestión no pueda ver más allá de sus narices. Pero para eso están las distopías, para ejemplificar lo que el ojo humano no ve. Porque todo es útil para conformar una historia que critica la propia realidad, y, aunque el resultado final pueda parecer un tanto exagerado, la metáfora que queda es sumamente potente, porque ¿en serio es necesario quemar unos libros por temor a la discordia y sufrimiento que puedan causar? ¿En serio no tienen otra cosa que hacer los bomberos que quemar dichos libros?
«Alguien debía de haber calumniado a Josef K., porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana». El proceso, Franz Kafka.

También hay casos en que puede que las cosas, dentro de las propias historias, no lleguen a ser tan evidentes; puede que la trama no se dé en un futuro lejano, o que la tierra no haya sido asolada por ninguna catástrofe; puede que el protagonista en cuestión comparta con el lector la misma vida, y, de rebote, la ignorancia que le lleva a sufrir lo indecible. Y, para esto, nada mejor que la metáfora kafkiana. En El proceso, Josef K. se ve envuelto en un delito que ni conoce ni recuerda haber cometido. Nos encontramos ante otro tipo de distopía, creo que del tipo estructurado, pero en el que la sociedad es totalmente normal con la salvedad de las extrañas normas que solo afectan al protagonista y al propio lector.

DISTOPIAS MINIMALISTAS

«Tal como dictaba la ley, la pena de muerte le fue comunicada a Cincinatus C. en voz baja», Invitado a una decapitación, Vladimir Nabokov.

Aun así, una historia no tiene por qué valerse de una sociedad al completo para desarrollar una distopía. Kafka, en El castillo o La metamorfosis ya jugó con este concepto, pero a mí me gustó más la novela de Navokov, Invitado a una decapitación, de la que traigo las primeras líneas. En este caso, se plantea una distopía minimalista, concentrada en la celda carcelaria del propio Cincinatus C. mientras espera el día de la decapitación. En ella van sucediéndose visitas y acontecimientos cada vez más disparatados en una distopía que se desarrolla en la mente desquiciada de un preso condenado a un crimen innombrable.

UCRONÍAS Y DISTOPÍAS

«La mejilla de César está aplastada contra el suelo. Sabe que es el suelo porque ya no queda vacío por el que seguir cayendo. Sus nervios silencian un dolor que se propaga dese la sien hasta algún punto más allá de las rodillas». Ojalá tú nunca, de Javier Miró.

A priori, el género distópico puede estar encajonado en la ciencia ficción, y eso limita mucho a la hora de gustos. Pero ¿en serio es necesario que las distopías sean futuristas o historias metafóricas? Pues bien, si algo tienen este tipo de historias es que pueden mezclarse con infinidad de géneros. Una de los recursos con que mejor casa es con las ucronías. En Ojalá tú nunca nos podemos encontrar con una historia en la época que sea con la situación que sea con los personajes que se deseen, ya que estaremos ante una realidad alternativa, inventada por el autor alterando el consiguiente momento jonbar, como vimos en el microrreto ¿Y si…? el año pasado. En este caso me planteé traer El hombre del castillo, de Philip K. Dick, pero preferí optar por una novela más actual. Aunque, también es cierto que poco puedo decir de Ojalá tú nunca ya que es una historia ucrónica escrita de tal modo que tratar de hablar de cualquier cosa de ella ya es en sí un spoiler. Solo diré que los nazis ganaron la guerra y mantienen un pulso con la URSS a modo de guerra fría.

LA DISTOPÍA DE UNA MÁSCARA SIN ROSTRO, por JOSÉ ESPÍ

¡Muy pronto un nuevo número de El Tintero de Oro magazine!


LA CLAVE DISTÓPICA

«El doctor Alexander Hoffmann, sentado junto a la chimenea de su estudio, en Ginebra, con un puro a medio fumar, apagado, en el cenicero que tenía a su lado y con lámpara de resorte Anglepoise cerca del hombro, pasaba las páginas de una primera edición de La expresión de las emociones en los animales y en el hombre de Charles Darwin». El índice del miedo, Robert Harris.

Desde mi punto de vista, para que una distopía funcione necesita tener una utopía asociada, aunque sea solo de manera conceptual. Nos encontramos con una de esas dualidades como el bien y el mal o la noche y el día; binomios que no pueden existir por separado. La búsqueda de esa contrapartida es un aliciente más y lo que nos lleva a esta novela que, aunque pocos la tacharían de distopía, más bien de thriller financiero/tecnológico, yo sí que sentí ese tira y afloja entre las dos vertientes. A través de un futuro muy cercano, se centra en esa búsqueda utópica de mercado, pero con el sempiterno e implícito miedo por caer en las fauces de otra cosa perversa. La historia se va conformando por encima de esa línea endeble que separa ambas ideas como un funambulista sobre una cuerda floja, sin red y con un sino que deparará el devenir de la humanidad.
«Al despertar en el bosque en medio el frio y la oscuridad nocturna había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior», La carretera de Cormac McCarthy.

Lo que hace de las distopías algo que guste tanto, y para mí lo mejor, es el misterio que las envuelve. El misterio por saber qué ha pasado, por conocer por qué el mundo se ha ido al traste. Y el mejor ejemplo de ello es La carretera de Cormac McCarthy. En esta novela no se sabe nada. El mundo está devastado por algo que no se conoce y la gente ha de ir de un lado a otro para tratar de encontrar comida y, de algún modo, ir sobreviviendo. La historia es tan compleja y tensa que no hace falta ni que haya un conflicto inicial que ponga en marcha la novela. Desde la primera línea, el lector se pone en guardia ante algo que aún no sabe, pero que, en todo momento, teme que se le venga encima. Y es que, en esta novela se plantea el misterio a lo desconocido como principal arma, porque los humanos queremos saber, queremos entender, y si la cosa está versada sobre algo sombrío y conflictivo aún nos da mayor gusanillo. A las pocas páginas, esa querencia se transforma en necesidad. Necesitamos saber el porqué de la ausencia de libertad, conocer quién es el Gran Hermano, aceptar el sufrimiento que no deja a la gente desarrollarse con normalidad o, como empiezo esta entrada, entender por qué hay un hombre sin rostro asomándose a un ventanal que, además, es el mandamás de todo lo que ve.
Por cierto, esas primeras líneas son las únicas en las que no he desvelado la novela que inician.

EL ROSTRO TRAS LA MÁSCARA

Y no es que se me haya pasado, es que me lo estaba reservando para ahora: es el principio de mi primera novela, Máscaras sin nombre, que, como habréis adivinado, es una distopía. Tampoco será complicado adivinar en qué obras se ha basado. En ella, la sociedad se ve comprometida dentro de una compleja historia fantástica que, bajo la apariencia de una novela de ciencia ficción, posee un trasfondo psicológico que hará cuestionar la propia realidad social; y es que ¿percibimos todos el mundo de igual modo o nos movemos entre distintas realidades?

LA DISTOPÍA DE UNA MÁSCARA SIN ROSTRO, por JOSÉ ESPÍ

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     Y vosotros, ¿leéis distopía? ¿Conocéis otros títulos? ¿Os ha picado para comenzar a escribir alguna?  
¡Saludos, tinteros! 
    Gracias, Pepe, por este fantástico artículo. Si queréis más información sobre Máscaras sin nombre os recomiendo visitar el blog Entre unas cuatro esquinas, AQUÍ. Y ya sabéis que la sección ¿Qué te cuentas? está permanentemente abierta para todos aquellos que queráis contarnos cosas sobre vuestra obra o hablarnos de géneros tan apasionantes como las Distopías.


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