Estos últimos tiempos lo masculino se señala como tóxico, malo, algo que hay que corregir: la naturaleza propia de los hombres. Los roles masculino/femenino se han tergiversado, creándose como consecuencia movimientos colectivos ya sean de feminismo radical y su respuesta en las agrupaciones de hombres como los MGTOW. Las grandes corporaciones se han arrogado el derecho a educar a la mitad de la población: “‘uds varones, son malvados”. Todo por malentender a lo masculino. Por haberlo denigrado, negando lo divino del rol del fecundador, la parte activa de la naturaleza, la que inicia, la que insemina, la parte masculina es sagrada pero últimamente se nos ha olvidado.
Hay que aclarar que inicialmente se le quitó lo divino a la feminidad. A la mujer pronto en la historia se le despojó todo lo divino, luego se la relegó como ser de segunda, un accesorio, alguien sin voz ni voto, casi sin alma. Las religiones patriarcales dominaron el mundo, lo femenino se había depreciado. Ser mujer espiritual equivalía a ser bruja, curandera, hechicera. Le temían al poder de lo femenino y lo demonizaron. Las diosas sumerias, egipcias, griegas, romanas, se relegaron, eclipsadas por la iglesia patriarcal. El catolicismo le devolvió de cierta manera la divinidad a la mujer pero de un modo, a mi forma de verlo, muy limitado. La mujer era la madre virginal, un arquetipo difícil de conseguir porque cuando una es madre deja de ser virgen. Así la Virgen Maria era una imagen inalcanzable, tal como las modelos de portada de Cosmopolitan. Una mujer imposible. No puedo separar el sexo de lo divino, la virgen se me hacía muy asexuada, por eso no pude permanecer en su iglesia. La virgen dio paso a las santas, mujeres impolutas, dejando afuera, otra vez, a todas las mujeres que no podíamos ser buenas porque nos tocamos la entrepierna cuando se hace de noche. Esa separación sexo – divinidad creó la figura de la monja que es esposa de un ser inmaterial, con el que nunca sentirá los placeres de la carne. O quizá si, pero de manera velada, que nadie lo sepa. Y si hay consecuencias, se derrama su sangre. A escondidas.
Cuando la iglesia dejó de ejercer tanta influencia, surgió el feminismo y a la mujer se la retiró de su naturaleza maternal para convencerla que alejarse de sus hijos para dirigir una empresa es lo que la llenaría de satisfacciones. A la mujer se le dio el derecho al voto, y con él responsabilidades que antes no tenía, ahora era una contribuyente, debía trabajar y ya no pensar en tener hijos. Eso de ser madre no es lo más importante, ya las mujeres no quieren tener hijos, y cuando los tienen, los relegan en guarderías o con abuelas cuya función ya no es la de alimentar bebes, a su edad deben ser consejeras, no madres sustitutas. Los niños se crían en hogares sin los modelos arquetípicos en correcto balance. Hace falta un padre, una madre, una abuela ejerciendo de abuela. Cuando cambiamos esto empiezan los problemas.
La mujer también ha caído en la trampa de los medios de tener que encajar en las categorías que nos han propuesto, cánones de moda, caprichos, poca aceptación del cuerpo o mal enfoque en cuanto a la aceptación del cuerpo, como es el caso de las mujeres de los movimientos fat acceptance. Estas trampas fueron puestas ahí para defenestrar a la mujer de su pedestal divino y convertirla en esclava de modas pasajeras, comportamientos peligrosos como alimentarse muy mal por ser auto condescendiente con la obesidad, o en cambio, caer en la anorexia inducida, torturas absurdas como operaciones quirúrgicas invasivas para calzar en lo que se considera “bello”: una figura artificial que luce plástica. No luce divina ni tampoco humana.
La mujer dadora de vida olvida que su super poder es dar vida, incluso empieza a renegar de él, considera un derecho el arrancar la vida de su vientre, lo llama “elección”, dejando la vida por debajo de otras prioridades. Así surge la feminidad tóxica de la cual es políticamente incorrecto hablar porque según las feministas más extremas, las mujeres no son capaces de delinquir, de manipular ni de matar. A las mujeres “hay que creerles”. A todas. Ellas han perdido individualidad, ellas se creen parte de un enjambre, “me too” y otras formas de homogenizar a las mujeres.Trampas para quitarle poder a la mujer, hacerla sentir víctima, insegura, inferior. Todo esto es contrario a la mujer divina.
Eso es feminidad tóxica, es mejor alejarse de eso, y encarnar la divinidad femenina, la mujer intuitiva, sagrada, dadora de vida. Esa es la mejor manera de combatir esa feminidad tóxica, siendo mujeres dueñas de nosotras, que reconocemos la divinidad en nuestro compañero, reconocemos nuestra delicadeza y vulnerabilidad por tanto aceptamos con honor cuando un hombre decide protegernos, somos agradecidas con él, lo honramos, respetamos y amamos. Mas una mujer divina cuando no esta en pareja y se halla sola no se vuelve pesadilla para sus compañeros eventuales. Es posible encarnar la divinidad femenina. Esto lo hacemos primero reconociendo nuestros errores de mujer, y luego curando nuestro linaje femenino, y siendo mejores, cada una a su manera.
¿Y la divinidad masculina?
Lo masculino también fue denigrado. Se ha abusado de función de proveer, hay hombres que solo son valorados por sus chequeras, y en vez de padres, son vistos como billeteras ambulantes. Niños que solo hablan con su papá para pedirles dinero. Hoy es escaso ver a padres enseñando a sus hijos, jugando con ellos. Todo se distorsiona, se señala como débil al hombre que juega a las princesas con su hija menor de edad, se glorifica el torcer la naturaleza al jugar a las princesas con hijos varones, convirtiéndolos en drag queen cuando deberían ser niños que hacen cosas de niño. Se descontextualiza al varón, poniendo al mismo nivel a un violador que al hombre que galantemente se dirige a una mujer. Es increíble que se condene al acto de cortejo, ese que ha iniciado tantos romances, tantas vidas. Yo no estaría aquí si mi abuelo no se hubiera atrevido a hablarle a mi abuela. Esos acercamientos que los hombres han hecho por milenios, ahora se pretenden igualar todos a la categoría del “acoso callejero”. Se ha omitido el hecho de que un varón se acerque a una dama con el genuino interés de conocerla, porque le gustó. ¿Hay algo malo en ello?
El negar al hombre conquistador e igualarlo con el violento solo ha conseguido aumentar la violencia, pues se está dandole demasiada propaganda a actos violentos para justificar que vivimos en una “sociedad machista”. Conductas machistas prevalecen tornándose violentas, y vemos a mujeres que son atacadas por hombres que aun no han evolucionado. Pero que son menos, mas los medios masivos difunden para crear un resentimiento masivo hacia los hombres. “Nos están matando”, me pregunto ¿cuántas veces lo pueden matar a uno? Exageran las tragedias, sobreexponen a las víctimas y a los hombres que actuaron desde sus instintos mas bajos, olvidando que la mayoría son hombres sanos, que aman a sus hijos y a sus esposas. Los hombres fieles, los padres dedicados. Esos hombres no son noticia. Hay hombres que caen en la trampa de creer que todas las mujeres son iguales, lo creen, lo decretan y lo materializan. Los hombres ya no son creadores deliberados, se crean ellos mismos un reino en el que ellos son manipulados por mujeres vîboras, malvadas. Es una trampa, no todas las víboras son mortales, ni todas las mujeres iguales.
Si volvemos los ojos a lo espiritual y retomamos la feminidad como algo sagrado que usa los recursos físicos que tiene nuestro cuerpo para interactuar en este mundo material, tenemos capacidad de ver más colores, por tanto somos buenas recolectando frutos y acompañando a los hijos al doctor. El que una mujer sea la que cambie los pañales al bebé no es ofensa, no es machismo, es amor que aprovecha de la sensibilidad femenina que actúa para lograr lo mejor para el ser humano que estamos preparando para integrarse a este mundo. Un bebé es un ser muy vulnerable y sensible. Nadie como la madre para conectar todos sus sentidos y poder dotar de vida, nutrición y guía a los hijos. La crianza cercana es un rol femenino y sagrado, es la misión de la madre, como Gea, aquella mujer simbólica que nos alimenta con sus frutos, nos acoge y nos da refugio. Ser eso para los hijos nos eleva a la divinidad. Ser mujeres, madres, alimento, refugio y guía para nuestros hijos.
El aspecto de la feminidad no es exclusivo de las mujeres. El hombre es capaz, en ausencia de su compañera, de intervenir de forma activa en el cuidado de los niños, su alimentación y su guía. El hombre también es capaz de sentimientos asociados a la feminidad, como la ternura y la compasión.
Si volvemos los ojos a lo espiritual y retomamos la masculinidad que usa como algo sagrado sus esfuerzos que logra con la potencia de su masculinidad. El hombre potente, inseminador, que da vida y se responsabiliza por ella, el hombre que trata a su mujer como si fuera una Diosa, ese hombre es el hombre al que queremos llamar la atención, honrarlo, respetarlo, ofrecerle alimento, servirlo pues él me provee de valores, su trabajo viene a parar a mis manos, él es quien trae la finanzas, la materialización del dinero, así como la feminidad lo produce en sus entrañas, el hombre masculino trabaja sus talentos y los multiplica.
El aspecto de la masculinidad no es exclusivo de los hombres. Las mujeres también pueden llegar a expresarlo, en especial cuando la figura paterna ha estado ausente. Ellas pueden desarrollar su aspecto masculino proveyendo para si mismas y sus hijos, siendo ellas quien multiplica sus talentos de forma activa.
La imponente espada de acero buñido entra en el cálix de oro bañándose con el vino que contiene.
El rito cuando lo masculino penetra a lo femenino guarda en si un poder muy grande que puede llevar a sensaciones extracorpóreas o de percepciones alteradas de consciencia. Estos estados de profundo intercambio entre la psique de los amantes solo se dan dentro del círculo sagrado del compromiso de ambos. El matrimonio más allá de como lo conciben las leyes. La pareja comprometida se entrega a los goces abiertos del sexo porque sabe que esa es solo la entrada a niveles de compenetración mucho más elevados. Estos resultados son imposibles de tener en relaciones esporádicas en la promiscuidad, en el baño de un bar, sin que intervenga el cortejo, sin lugar a la ternura. El sexo así ya no transporta a la pareja a los umbrales del cielo, es simple cópula, el deseo de devorar, hambre, algo fisiológico/animal. Nada más. Devolvamos lo sagrado a la sexualidad.
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