Revista Literatura

La duda del matrimonio.

Publicado el 28 agosto 2011 por Marga @MdCala

Hoy he leído este artículo de El País, y me ha informado y aclarado bastante sobre algo que se plantea a menudo: matrimonio… ¿sí o no?

 

Hace tan sólo un par de décadas, no existía la duda del enlace religioso entre dos personas que llevaban algún tiempo de relación (antes llamado noviazgo…). Era una decisión tácita que no solía incluir expresión formal en sociedad, a no ser que se perteneciera a la realeza, la nobleza o al entorno de alguno de esos círculos pijos que aún persisten… En caso de embarazo imprevisto, ni siquiera se planteaba la alternativa.

 

Ahora, en la actualidad, están aumentando las uniones de hecho frente a cualquier tipo de enlace (generalmente como paso previo necesario), acto este que ya contempla otras formas y ritos, amén de diversas modalidades de unión. A pesar de la definición de matrimonio (que ya va cambiando en algunas páginas de consulta), en algunos países como España (al menos hasta que haya un cambio de color político) también puede celebrarse dicho contrato entre dos personas del mismo sexo.

 

Mi opinión, particularísima y tras casi 18 años de matrimonio, está muy en la línea de lo expresado por Gerardo Meil, autor de “Las uniones de hecho en España”, que así recoge el antes citado artículo de Charo Nogueira:

 

“Tras hacer encuestas y trabajos cualitativos con jóvenes sobre los motivos para casarse”, explica este experto, “he llegado a la conclusión de que la gente, además de valorar las ventajas legales que ofrece el matrimonio, que normalmente desconoce, tiene la percepción de que el rito matrimonial da seguridad”. La boda es “un acto formal sacralizado, aunque sea ante un juez”, prosigue Meil. “Es algo que hay que organizar, que se realiza ante una persona que representa a la autoridad y ante testigos. Los invitados son el círculo de personas relevantes para los contrayentes y cuya opinión les importa”.

La boda equivale a mayor seguridad y compromiso, aunque ya pueda disolverse tres meses después de contraerla. “La idea asentada es que el matrimonio dura para toda la vida, salvo que se rompa. En cambio, la pareja de hecho dura mientras dura”, recapitula Meil. Es decir, la convivencia sin papeles tiene un matiz transitorio, mientras el matrimonio carece de “connotación temporal”.


Para mí el matrimonio es una apuesta vital por ese amor que siente la pareja cuando decide unirse para siempre. Es un acto de confianza recíproco e ilimitado. Un grito público de fe en el otro y de exclusión de terceros. No hablo de religiones, pero sí de creencias, porque has de creer ciegamente en tu pareja para poder (querer) casarte con ella, ya sea eclesiástica o civilmente. La duda no ha lugar ni razón.

 

La duda del matrimonio.

Constituye una demostración social de que tu compromiso con esa persona está por encima de tu egotista deseo de libertad: no hay nada que te importe más que ella, ni siquiera tu independencia, tu comodidad, tus bienes, tu familia, el entorno, su pasado, el tuyo, las consecuencias… y así lo firmas, rubricas y ratificas ante tu pareja, la autoridad competente y el mundo entero.

 

Y esa magna exhibición de amor y locura transitoria -ocurra lo que ocurra después- no es comparable con ninguna otra forma de emparejamiento existente. Yo no tengo duda. Soy una romántica empedernida que escribe ficción: ¿acaso esperabais otra cosa…?

 


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