Frases y consignas son muchas veces estrategia de supervivencia, expresiones vacías de contenido que se repiten una y otra vez hasta formar parte del paisaje. La universidad es para los revolucionarios es una de esas frases que sin embargo cobra sentido cuando podemos asomarnos al interior de un mitin de repudio o acto de reafirmación revolucionaria como el de la semana pasada a las Damas de Blanco.
No me detendré demasiado en el potencial riesgo de una filmación así en la que es evidente el distanciamiento de Luz Escobar con lo que pasa alrededor, sobre todo, visto y oído el reclamo de algunas participantes para entrar a dar golpes en la casa de Laura Pollán; qué no hubieran estado dispuestas a hacer esas aguerridas compañeritas de haber descubierto entre ellas un enemigo.
Quiero llamar la atención sobre el uso de estudiantes universitarios en estas manifestaciones de odio. Son llevados de manera dolosa, tomando en cuenta el peso que tiene sobre los jóvenes lo gregario, y luego allí, el comportamiento que se espera de ellos. Espontáneo o inducido, el temor a demostrar una falta de firmeza ideológica que repercuta en su futuro profesional, ser ocurrentes y/o carismáticos con fines diversos.
Los estudiantes son llevados allí en su horario lectivo, para una actividad curricular que cuenta como una asistencia a clases, les endilgan una historia mal contada, y entre generalizaciones y omisiones cada cual construye su versión. Luego está la actitud individual que se vuelve colectiva (otra vez lo gregario). Mientras se mantienen cantando canciones, puede ser molesto, pero no amenazante, pero siempre hay espontáneos o aleccionados que quieren descollar, subir la parada, y en ese ambiente enervado, esos jóvenes estudiantes, esos buenos muchachos que cuidan el medio ambiente y quieren a sus abuelitos, no digo que no lo pensarían dos veces, no; no lo pensarían para cometer cualquier vandalismo en nombre de su revolución, una revolución que ni es de ellos ni es revolución, (otra vez el vaciado de contenido).
Las Damas de Blanco representan una parte de lo que en cualquier país democrático conforma la oposición al gobierno. Demonizarlas sistemáticamente les ha propiciado visibilidad, y por muchos videos que se editen para hacerlas ver mal, su marcha pacífica sigue cosechando simpatías.
Las ferias del odio que monta el aparato represivo con la venia del gobierno (valga la redundancia) en la calle Neptuno, muy cerca de la Universidad, deberían ser incompatibles con la actual campaña por la optimización económica, la austeridad y el ahorro. Ómnibus y combustible para trasladar a los estudiantes desde sedes universitarias distantes como la Cujae o el Pedagógico Varona, meriendas, una pantalla montada en medio de la calle para audiovisuales, un punto de reunión en el Parque Trillo donde se distribuyen los efectivos…
Estas ferias del odio también deberían ser incompatibles con la actual campaña por la erradicación de las conductas antisociales, los malos hábitos y la recuperación de la disciplina ciudadana, vistas las carencias del hombre nuevo para desenvolverse en su entorno. Sirven sin embargo para todo lo contrario: rememoran los vergonzosos episodios de los ochenta, hijos del acoso judío en la Alemania nazi, espolean lo peor de cada universitario compulsado a gritar, como tan bien puede verse en el video.
Muchos aludirán a la responsabilidad individual. Cada joven ya es mayor y sabe lo que hace. Y es ahí donde radica la sutileza de la represión gubernamental: no le importa cómo pienses, pero grita y no te pasará nada. El camino democrático tendrá como uno de los mayores retos restañar el daño antropológico de tales “sutilezas”.