La educación sexual

Publicado el 03 febrero 2014 por Colo Villén @Coliflorchita
Curiosamente los domingos en el desayuno hablamos de sexo y son conversaciones fugaces pero en las que se intercambian visiones más que interesantes. El acabar poniendo voz a pensamientos que una tiene parece que convierte en real lo que hasta el momento son tan sólo percepciones y sentimientos propios. Vamos, que una se desnuda en la palabra y de pronto se siente vulnerable incluso ante la persona que tal vez más la conozca… o crea conocer.
No me resultó nada sencillo expresar y aún más dialogar sobre aquello que pienso, quizás porque no he logrado perfilarlo bien en mi interior todavía. Encontré mis razones abstractas, chocando ante la realidad extendida que todos conocemos y asumimos. Concretamente hablo sobre de la educación sexual, donde el argumento predominante se centra en que no importa lo que te esfuerces porque los hijxs a esa edad no nos escuchan.
Para mí la educación sexual va más allá de tratar de concienciar acerca de protegerse frente a las ETS, muchas de las cuales raramente se nombran aparte del SIDA, y de la importancia de emplear métodos anticonceptivos adecuados a cada una de nosotras y nuestra pareja con el fin de evitar posibles embarazos no deseados. Creo que ésta es la parte aceptada casi por igual en nuestra sociedad, la parte en la que prácticamente todos coincidimos. Otra cosa es que verdaderamente se hable con claridad a lxs hijxs, con empatía, y no se delegue en ello a las instituciones, los amigos o su propia experiencia.
Como digo, ésta me parece la parte sencilla de la educación sexual de cara a tomar consciencia y comprensión de la importancia de manejar situaciones en el seno familiar. Sin embargo, entiendo que la educación sexual no sólo conlleva estas pautas prácticas sino toda una serie de matices emocionales que son igualmente importantes y que pueden afectar, y de hecho estoy segura de que así es, a los más jóvenes y no tan jóvenes. Las relaciones sexuales, cualquiera que sea su índole, conllevan en sí toda una serie de emociones y percepciones de una misma, de nuestro cuerpo y su capacidad y no son fáciles de desentrañar sin caer en las redes de lo que socialmente se considera “adecuado” y “correcto”, así como lograr escapar de las etiquetas y de los modelos irreales que nos transmiten los medios de comunicación, el cine e incluso la literatura.
Considero que estos aspectos afectan por igual a hombres y mujeres, que alientan a crear falsas expectativas acerca de los encuentros sexuales y acaban por generar presiones innecesarias. Por no hablar del Amor, ligado eternamente a la idea manida del amor romántico: las mujeres virginales, sensibles, fieles, pacientes y vulnerables frente a los apuestos galanes salvadores que nos llevan a éxtasis con sólo tomarnos de la cintura para amarnos y desearnos toda la vida… en fin…
No sé cómo experimenta un hombre el despertar a la sexualidad, pero como mujer, considero fundamental tomar consciencia de nuestro cuerpo y de nuestra soberanía sobre él lo antes posible. Porque existe la coacción (sin llegar a forzar, por supuesto)  y otras mil manera más sutiles de tratar de empujarnos a hacer algo que no acabamos de desear en un momento determinado, por diversos motivos: porque la experiencia no se esté ajustado a nuestras expectativas (casi siempre irreales por otro lado), porque no sintamos la capacidad de imponernos y reconducir la situación, porque se tema el alcance social y sufrir las etiquetas de la juventud, porque nos sintamos inseguras, porque no aceptemos nuestro físico y una larga lista de posibilidades.  Y de este modo, es fácil que luego asomen los sentimientos de abandono, vergüenza, desprotección, desaprobación ante nosotras mismas e incluso culpabilidad.
Como en todo, sólo la propia experiencia nos garantiza el hacer de cada encuentro únicamente aquello que nosotras deseemos que sea, pudiendo vivirlo y gozarlo con absoluta naturalidad. Pero hasta entonces nos hallamos ante un camino por recorrer en el que debemos desprendernos de muchos lastres asimilados por puro desconocimiento de esta faceta nuestra.
Será que hasta lograr el punto en el que me presenté con la mente completamente abierta y sabedora del poder que tengo sobre mi cuerpo, el respeto absoluto primero ante él y mí misma y después hacia mis parejas sexuales, que pudieran serlo también sentimentales, he tenido que archivar y desechar muchas sensaciones y muchos falsos mitos. Saberme, al fin, la única y última responsable de mi disfrute, no desde el egoísmo, sino desde la liberación del otrx.
Será que tal vez me hubiera gustado hablar claramente con alguien acerca de estos detalles y no he sabido dar con la persona o personas adecuadas hasta ya bien avanzada mi vida sexual, por lo que considero importante mantener los ojos bien abiertos y la intuición a flor de piel cuando comencemos a ver asomar ese rubor en nuestras hijas, al menos para que sepan que estamos también dispuestas para mostrarles nuestra percepción, si ellas lo desean, de mujer a mujer.

Ilustración de Natalie Courbete