Puede sonar a, incluso, repelente el título. Pero, sí. Supongo que si estás leyendo esto es porque te ha extrañado mi pregunta y quieres saber a lo que me refiero con ella. Me refiero, en especial, a la educación española. Una crítica al sistema educativo de este país. Muchas personas, entre los cuales, profesores de mi antiguo instituto han llegado a compararnos, y sorprenderse para sí, con el grato interés de los estudiantes de Finlandia. La verdad que, para mi sorpresa, la suya; porque, al fin y al cabo, hasta yo personalmente tendría muchísimo más interés en mis estudios si estuviera allí. Tened en cuenta que estamos hablando ante el país que, tiene (por lo que tengo entendido), el mejor sistema educativo de toda la Unión Europea y, veo absurdo que me lo comparen con España. Que, sin que sirva de precedente, podríamos decir que es el Talón de Aquiles de Finlandia. Y claro que, tampoco echo la culpa a los profesores, al fin y al cabo son profesionales que tiene por obligación adaptarse al sistema impuesto por los ministros y la política. (Claro está decir que no todos son buenos, también los que son peores que el propio sistema. Pero, oye, son profesores y tú tan sólo un alumno más, la culpa siempre es tuya.)
La mayoría de ellos, se limitan a dar el temario y no a enseñarlo de verdad. Sí, a enseñarlo de verdad. Soy una persona que tiene bastante interés en saber y aprender cosas nuevas, pero no en estudiarme lo que otros quieren que estudie por el simple hecho de ser mejor y, ser mejor en lo que me exigen serlo no en lo que yo quiero ser, ni disfruto ni hago bien (hace tiempo ya hice una crítica sobre esto mismo, que puedes encontrar en este mismo blog: Reflexión absurda.) y, precisamente, es así como nacen la mayoría de los estereotipos sociales. De hecho, en mis últimos años de instituto llegué a perder la fe en ellos por el simple hecho de que no tenían nada que aportarme y, en efecto, así ha sido. Que alguien me diga cuánto le ha enseñado bachillerato, y qué es lo que se acuerda de aquellos dos años que, la gran mayoría, define como "terrible" o "infierno" y yo, en cambio, como Selectividad. Sí, así es. Selectividad. Al fin y al cabo, ha sido la palabra con creces que más he escuchado en aquellos dos años en boca de mis profesores. Te meten miedo para estudiar más y por miedo acabas aprendiendo menos. De verdad, ¿merece esto la pena?
De igual manera, nos avergüenzan aceptar lo que sentimos hacia alguien, y no sólo la atracción que nos provoque en nosotros la otra persona. En vez de afrontar la situación con cabeza, y normalidad, nos escondemos (en sentido figurado) y si hace falta disfrazamos una verdad con tantas mentiras como sea necesario. Por qué. Qué hay de malo querer, odiar… sentir. Probablemente sea por el miedo al error que, desde la niñez, nos han inculcado los demás. A través de castigos, definen nuestro miedo y, por consiguiente, a no volver a fallar ya que, instintivamente, dejamos de intentarlo. Pero, es así, como se llega a conseguir lo que de verdad uno quiere y, si de verdad queremos su triunfo, recurriendo a una cita de Guillermo Ballenato (psicólogo, escritor y docente de mi facultad),hay que hacer alabanzas en públicos y críticas en privado, ya que desmotivar lo puede hacer cualquiera, incluso el primero que pase por delante de nosotros pero, para lograrlo sólo necesitamos la motivación de los demás, en especial, aquellos que nos apoyan y nos desean lo mejor en nuestra vida; ya sea por ego, inseguridad o la confianza que nos falta en nosotros y los demás pueden darnos.
Por qué no educar desde la emoción vinculando a ésta con la razón del alumno; ya que, de esta manera, es como se despierta el verdadero interés por la materia, y al igual que recalcar siempre el error, cuándo vamos a empezar a valorar y elogiar por el progreso (por pequeño que sea éste). Sin embargo, no somos conscientes de que castigo tras castigo refuerza ese error por el cual se está castigando para evitarlo una próxima vez. Me explico, si la educación hiciera bien su trabajo, en la sociedad no habría cárceles (o, en su caso, éstas estarían vacías). Al igual que, cuando gritas, el mensaje no llega porque las formas anulan el contenido.
Un claro ejemplo podría ser que, tras haberte esforzado para sacar una buena nota en un examen, te suelen decir "Muy bien, pero si te hubieras esforzado más tendrías más nota" y, como respuesta, podríamos decir: "Sí, y si tú trabajases el doble, tendrías dos sueldos." Para que nazcan virtudes habrá que sembrar recompensas y, si queremos ver la eficacia de un progreso, hay que ver el programa que se aplica y la manera de aplicarlo. También es verdad, la razón varía con el contexto; ya que no nos comportamos de la misma forma ante cualquiera, según con quien estemos nos comportaremos de una manera u otra. No es lo mismo estar con tus amigos, que en clase o con tus padres. Toda conducta por tanto, tiene siempre una justificación, ya que nadie hace nada sin motivos; y todo motivo conlleva un resultado.
A lo largo de nuestra vida académica, ¿nos enseñan las distintas aptitudes de la comunicación: escribir, expresar, emocionar… etc? Lo único que se nos enseña realmente, es el idioma. ¿Dónde adquirimos la motivación, la autoconfianza y la actitud? ¿Dónde se imparte la materia "inteligencia psíquica"? Da lo mismo lo que estudies que si no tienes todo esto, estás perdido. Gran parte del contenido educativo es saber compartirlo con los demás. En otras palabras, el genio es quien ve las cosas en las semillas. A raíz de esta "pequeña conclusión" podemos decir que la educación no es sólo saber o aprender un contenido en concreto, sino aprender a ser feliz. Aprender a integrarnos los unos y los otros. Nunca nos hemos planteado quién es nuestro compañero, amigo, pareja o el familiar al que tenemos a nuestro lado en un futuro. A quién tenemos al lado, puede que incluso sea ministro y no nos demos cuenta. Hay que aprender a disfrutar porque al disfrutarlo es cuando alcanzas la excelencia de lo que haces. El aprendizaje no es una acción dirigida por alguien, sino un trabajo autónomo. O, al menos, así debería ser. En mi caso, no me gustaría trabajar de aquello que aunque no me guste cobrase una pasta, sino en aquel otro oficio que me haga confundir mis obligaciones con mi tiempo libre.
El secreto de la felicidad consiste en dar lo mejor de nosotros mismos, y sólo compitiendo contra nosotros y cooperando con los demás seremos capaces de conseguir ser felices. Por ello, no hagas caso a lo que te digan, sé tú mismo; ya que, por muy mal que piensen de ti, si tú te lo crees serás así. La creencia es tan poderosa como definitiva y, por tanto, el cartel que te coloquen los demás, lo empezarás a ser en el momento de creértelo tú también. Por ejemplo, si los demás se comportan ante ti como si tú fueses el jefe, te saluden como la autoridad y no como un compañero más de trabajo, y tú sin saber por qué te saludan de esa manera le sigues el saludo; eres el jefe.
La palabra enseña y el ejemplo arrastra, es decir, de nada sirve decir que fumar es malo, si cuando lo dices tienes un cigarro en la mano; como, tampoco sería creíble que un padre le dijese a su hijo "No pegues a tu hermano" y, seguidamente, le dé un guantazo. Antes de que te crean los demás, te deberás creer a ti mismo. Al igual que hay que tener cuidado a lo que prestamos atención ya que de ésta depende tu grado de importancia hacia los demás, o algo. Aunque, sólo sea un acto involuntario, a lo que hagas más caso, crecerá en tu vida a mayor o menor medida. Por ejemplo, si te acabas de dar un golpe en el pie contra la esquina de uno de los muebles del salón, parece que el dolor es mayor porque es a lo que hemos damos prioridad en el momento.
Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo.