-Ya se fue el día, declamaba.
Cabeza gacha y recitando unas frases que sólo él entendía, volvía al interior de la casa.
Mecánicamente se descalzaba sentado en la cama y cuando reposaba la cabeza en la raída y mugrienta almohada, exclamaba mirando al techo: -otro día no llegaste perra muerte, mañana te espero.
Convencido de que su cita no se cumpliría mientras su cuerpo estuviese en el catre, Oliverio dormía a pierna suelta y sin preocupaciones, pero cuando los primeros rayos de luz del alba se hacían notar en la piel del viejo supersticioso, los demonios se apoderaban de él sin que fuera capaz de dominarlos hasta bien entrada la noche.
Habían pasado sesenta años desde que una arrugada gitana se cruzó con él para decirle al oído que la parca se lo llevaría a plena luz del día. Desde aquel aciago encuentro, Oliveiro no hizo más que buscar y esperar a la dama negra sin que ella quisiera, de momento, presentarse.