La estupidez insiste siempre. No ceja en su intento jamás. Cuando menos te lo esperas sale al paso, te embauca, te abre las fauces e hilvana tres frases sonrojantes en tu boca o sencillamente en tu mente sin que apenas puedas reaccionar. Así de fácil y así de rápido. Porque la gente no tiene miedo a morir. Tiene miedo a morir sola, y de ahí el éxito de las comunicaciones y su tecnología asociada para este siglo. La gente necesita estar en contacto, saber que hay alguien al otro lado de la coraza que nos colocamos a pesar de que muchos intentamos vestir de manera diferente, tener gustos musicales raros. A pesar de intentar ser por todos los medios, independientes y distintos uno de otros, todos tenemos más o menos miedo a no alcanzar la playa. Esa es la pesadilla última y acuciante, la soledad. Dicen de mí que tengo mala memoria porque a las cuatro de la tarde no recuerdo lo que he almorzado. Es verdad pero es falso. Para mí el tiempo concreto tiene una manera de mezclarse que no me preocupa especialmente y por tanto da pie a mi mala memoria selectiva. Selectiva, oiga. Pertenezco a esa estirpe de boxeadores poco agresivos; uno de esos que se limitan a esquivar los golpes sin lanzar embestidas de manera nerviosa. Soy de esos que quieren pasar sin muchas penas. De esos a los que no les gusta sufrir. Si hay en la vida dos tipos de gente: los que buscan cumplir un objetivo en la vida y los que huyen de todo, yo me siento más cerca de los segundos una vez más porque más que huir, lo que intento es avanzar como en aquel videojuego de aviones, ya digo, esquivando obstáculos, salvando los muebles con el mínimo daño que me permita llegar al final sin tener que recurrir a otra nueva vida, sin tener que volver a empezar de nuevo, aunque para ello a veces haya de prescindir del contacto cuerpo a cuerpo para bien y para mal y eso me conlleve demasiadas veces al inmovilismo a sabiendas de que lo bonito o lo realmente merecedor de vida sea levantar las alas una y otra vez, emprender cualquier cosa, una relación amorosa, una amistad, un trabajo… lo que sea. Emprender implica acometer una tarea que encierra términos tan relativos como dificultad o peligro. Términos que echan para atrás; de ahí que emprender sea una acción atrevida, valiente. Porque emprender conlleva también abandono o abstención, el cambio de una cosa por otra. Aventura. Querencia por lo desconocido y por la vida, por la infancia y su tiempo libre, por las vacaciones, ahora precisamente que es tiempo vacacional para mucha gente y mucha gente no trabaja en este país, unos porque están de verdaderas vacaciones (remuneradas) y otros porque no pueden trabajar. Yo, este año voy a trabajar todo el mes de Agosto por primera vez en mi vida. Yo he de hacer este mes de Agosto y es un hecho éste, el trabajar -salvo, supongo, en los casos vocacionales- que me parece que exije demasiado de nosotros pues de alguna manera nos incapacita para ser lo que realmente somos, para amar y traicionar, para besar y pensar y dormir. Para ser aquel que pasa. En cambio nos enrolamos en un barco de cobardes desde el que nos sentimos dignificados cuando tan sólo imbéciles es lo que somos. Porque ya lo he dicho, la estupidez insiste siempre y a veces es difícil no abrirle la puerta. O la boca.