La extraña

“La miré con mis mortales ojos la única vez. Y su silencio fue como el de un jardín cerrado.”  César Antonio Molina 
No sé quién es esa mujer, ni sé de qué habla cuando habla.
Me resulta extraña, tan extraña como la góndola de un supermercado especializado en artículos comestibles del Japón.
¿Qué fue de sus sueños? ¿Sueña?
Su frente es un gran signo de pregunta o — mejor dicho— la perplejidad de un: “¿y ahora qué?”
Ella me mira como si no viera nada.
Como cualquiera que mira un poste de luz al pasar.
Como miran las piedras.
Como miran los perros de la calle
las fuentes, al pasar.
Al pasar...
Hay veces, en que uno se pierde y no sabe de qué se pierde. Sí, ella parece perdida.
Definitivamente, esa mujer no se parece en nada a mí.
Así como quien deja un último renglón sin palabras, ni firma ni postdata; así como se dejan las cosas sin intención de dejarlas; como se regala la sombra en las veredas ajenas. Así, se sacó su anillo, abandonándolo frente al espejo.
La extraña — obviamente —, no dijo nada.