Así que la persona termina su educación y se lanza a la tarea de concursante en activo. Apenas consigue algo relevante mientras el resto de compañeros se gana la vida masticando tartas sin parar. La persona lo intenta, se ha preparado para eso, asiste a todo tipo de concursos. Cada vez peor, como si no ubicara del todo su lugar correcto a pesar de tantos años de preparación. Una leve incomodidad sorda, dolores abdominales intermitentes, ¿y qué tal ese episodio de diarrea?
Recuerda el análisis de adolescencia y decide hacerse otros como joven adulto; para su sorpresa, no aparecen ni rastro de alergias alimentarias, el hecho de que no avance no tiene que ver con eso, dicen. Quizá los exámenes anteriores estaban mal. A fin de cuentas, no se puede sobrevivir con esas intolerancias pero inflándose a nata, le dicen. Los exámenes anteriores eran mentira. Ahora es un adulto, trabaje más duro en sus concursos.
El único remedio es resignarse y duplicar los esfuerzos. Lleva años entrenando, domina el arte de masticar a dos carrillos, obtiene tiempos récords en fulminar tartas de dos pisos y la incomodidad latente, a fuerza de voluntad, se ha ignorado con pocas dificultades. Los efectos secundarios son peores, sin embargo, con aumento de largas semanas de hinchazón. La voluntad se muestra un arma insuficiente para sobreponerse. No consigue entrar en la clasificación de los diez primeros, ni siquiera entre los cien primeros de cada certamen. Los dolores pasan de intermitentes a constantes. Diarrea continua, vómitos.
Le han dicho que no le pasa nada. La conclusión es fácil: otros se ganan la vida con sus concursos y la persona simplemente es un inútil, por mucha formación o entrenamiento que tenga. No sale adelante porque es un fracaso mediocre, incapaz de mantener a su familia ni a sí mismo; a cierta gente le toca brillar en la vida y otra nace para estrellarse, es así de crudo.
La consecuencia inevitable al asumir su incapacidad es un proceso depresivo y unas intensas ganas de quitarse de en medio. Antes de suicidarse, como ya no hay nada que perder, decide probar algunas cosas para mitigar la pregunta, que sigue gritando como el primer día: el futuro tiene que ser algo más que las tartas con nata. Una temporada de leche sin lactosa. Pan de cualquier cosa menos trigo. Las mejorías son espectaculares y correlacionadas, adiós hinchazón o dolores en los períodos de experimentos.
Y si las tartas con nata, entonces.
Y si el origen de todo.
Busca un nuevo análisis independiente. Esta vez va a un experto en la materia, no al médico de cabecera. Los análisis dan positivo por tercera vez.
Intolerancia a la lactosa y alergia al gluten como una casa, exacerbadas a límites peligrosos para la salud por tanta insistencia justo, justo en una actividad vital tan inadecuada como inflarse a tartas con nata rellenas de nata y adornadas con nata. El analista en esta ocasión no le resta importancia sino que explica con datos e información la dieta específica que debería seguir. Porque en el mundo también hay Concursos de tartas veganas, por ejemplo. O de Comedores de Vegetales Crudos. O incluso otras posibilidades más extensas, como dedicarse a cultivar trigo en vez de comérselo.
¿Por qué no se lo habían explicado antes? Casi se revienta las tripas insistendo por años en una actividad que no le sirve ni le servirá nunca para sobrevivir.
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(la vomitona más grande jamás contada en este blog)