Quizá sea la ausencia de ella después de tantos años de vivir apartados, quizá sea la inexorable realidad que acompaña a la paternidad, o quizá solo sea añoranza, no lo sé, pero tras unos días de disfrutar de mi familia, me doy cuenta de lo mucho que los necesitamos, que los necesito.
Educamos a los hijos, yo el primero, para que hablen tres o cuatro idiomas, para que sean independientes, para que no necesiten de más compañía que la propia, los consideramos triunfadores si consiguen un buen empleo en el extranjero, “mi hijo trabaja en Londres, o New York, o donde sea”, se nos infla el pecho de pensar que algunos somos esos hijos de los que nuestros padres presumen con orgullo, y la vida nos va bien, de verdad, porque el extranjero tiene eso, da igual cómo te vaya, que siempre te va bien. Y tu familia mientras te envía alguna foto por Whatsapp de tus sobrinos, o del hijo de una prima, de la boda de un sobrino, la noticia del fallecimiento de una abuela, o de una tía, el divorcio de un primo, de una hermana, la graduación de los más niños, el esfuerzo de sus padres para que sean triunfadores y se vayan a vivir al extranjero.
¿Y qué triunfo es si no ves a tu padre envejecer?
Nunca he sido demasiado “familiero”, la verdad. Ya de muy joven me marché a vivir con mi pareja de entonces y nunca más volví (salvo un par de veces en las que quedé totalmente arruinado y mi padre me acogió temporalmente), y sin embargo, la convivencia de varias semanas con mi familia más cercana después de años de no hacerlo, me ha tambaleado todos los esquemas.
¿Qué triunfo es el que no escuchas las historias que te ha de explicar tu padre?
La vida, además, me emparejó con una persona que todavía tiene la cuerda más larga que yo y que incluso cuando nos conocimos ya hacía muchos años que rodaba fuera de su círculo familiar más íntimo. Dos personas que encontramos la felicidad absoluta a bordo de un coche viajando sin más rumbo que la intuición, con nuestros hijos en el asiento trasero, y todo por descubrir a nuestro frente. ¡No aguantaríamos en un sitio fijo sin salir de viaje más de tres meses!, pero ambos echamos de menos a nuestras familias respectivas. Nos consuela el haber construido una propia, nuestro propio círculo de la confianza, como aquel en el que se esforzaba por entrar Gaylor Fucker, pero me aterra pensar en el momento en que de ese círculo comenzarán a salir miembros para convertirse en triunfadores, a salir para seguir el modelo de vida que nosotros mismos les hemos hecho entender que es el camino correcto.
¿Qué triunfo es el que no puedes gritar un gol del Barça con tu padre?
Por años me ha sorprendido la pasividad de amigos, de familiares, de conocidos que no se han movido en lustros de los mismos asientos en los que los dejé una década y media atrás, vidas que parecía que se hubieran momificado en el mismo momento en que los dejé, y que ahora me pregunto si realmente no han sido ellos los que han decidido envejecer junto a los suyos, y esa actitud que tomé por un tiempo como una muestra de debilidad, no sea en realidad una opción más real, más sana.
Estoy convencido que no, y que el modelo de vida que he escogido, que hemos escogido en nuestro círculo más íntimo, es el correcto, pero joder, cuánto echo de menos a mi familia...