Revista Diario

La familia Molossidae sale de paseo

Publicado el 11 abril 2012 por Frankh @frankh_art
La familia Molossidae sale de paseoPuerto de Valparaíso, Chile, años '70s.
Desde las ventanas del segundo piso se ven los techos, las copas de los árboles y a unas cuadras - alta, color arena - la torre de una iglesia. La torre tiene un campanario y se puede saber la hora contando sus tañidos.

Pero lo más interesante de la torre no es su arquitectura, sus aspiraciones celestiales, ni los cantos metálicos de sus campanas: al atardecer, desde esa ventana puedo observar como salen de ella los murciélagos.

Emergen volando hacia el aire de la tarde, aleteando en direcciones quebradas, expandiéndose bajo las estrellas que están recién asomando. Tienen un aleteo vigoroso, pero dubitativo. Unos van hacia los techos, otros hacia los árboles, hacia arriba, abajo, hacia los cerros y hacia los edificios más altos.
Es una nube silenciosa que cada anochecer sale responsablemente a escena.

El murciélago no va y viene como el pájaro. El murciélago despierta, sale de su escondite, come, come come y come y se vuelve a dormir. No molesta a nadie, devora insectos y frutos silvestres en cantidades increíbles y regresa a su dormitorio. Acaba con toneladas de insectos dañinos para el ser humano en esas pocas horas de cada día. Es un buen compañero que ha sufrido una pésima propaganda en novelas, películas y leyendas.

El murciélago es feo, y por lo tanto debe ser malo (como erróneamente nos dice nuestra cultura helenística). No siempre es así, muchas veces no es así, en este caso tampoco es así.

Los de la torre deben ser Myotis chiloensis (de la Familia, Molossidae), la especie más común en el centro de Chile. Existen en gran cantidad en ciudades y en el campo, son una especie autóctona.

Me pregunto si los tátara tátara nietos de los murciélagos que yo miraba, seguirán aún en esa torre, saliendo más o menos cuando las campanas tañían las seis o las siete de la tarde.

Seguro que lo hacen y seguro que aún casi nadie levanta la vista del cemento y de los letreros para observar esa maravilla que la naturaleza nos sirve en bandeja cada atardecer del Puerto.

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