Revista Talentos

La farsa millonaria, no milenaria

Publicado el 22 junio 2013 por Perropuka

La farsa millonaria, no milenaria

La media luna, símbolo político de la región amazónica

Hoy, viernes 21 de junio, desperté temprano antes que salga el sol, a pesar de ser día feriado. Por obra y gracia del imperio plurinacional se recibe obligatoriamente el Año Nuevo Aymara, que para efectos retóricos y propagandísticos se le ha puesto el cartel envolvente (apelando al lenguaje enrevesado del vicepresidente), pero inconsulto, de Año Nuevo Andino-Amazónico; eso sí, cuidando siempre que se realice el rito aymara. Nos hablan de descolonizaje pero no les tiembla el pulso para imponer la simbología andina a las otras etnias de raíces amazónicas y guaraníes. 
Cómo serán de memoriosos los nuevos profetas que no entendemos en qué se basan para certificar que estamos en el año 5.521. A falta de escritura, de pergaminos o de registros tallados en piedra habrá que suponer que desde tiempos inmemoriales, los sacerdotes vienen sacándole muescas al astro rey para llevar la cuenta. Y voilá, somos más antiguos y más sabios que los chinos, por ejemplo. 
Sin embargo, si de verdad es tan milenaria esta liturgia, no logro entender por qué hay tanta confusión de conceptos entre sus promotores, devenidos en guías espirituales. Habiendo visto las diferentes entrevistas en todo el espectro televisivo no había unanimidad entre los criterios. Unos decían que se celebra el Wilkakuti, otros el Intihuatana, algunos hablan del Inti Raymi o Fiesta del Sol. Lo único que queda claro es el hecho astronómico y científico del solsticio invernal que también conmemoran en otras partes del mundo. Dotarle de una parafernalia oficial a una sencilla celebración como fue antes la tradición indígena de dar inicio al ciclo agrícola a través del culto al sol, suena a impostación, a remedo patético de la tradición cristiana. Basta el ejemplo visto hace pocos días cuando en la ciudad de El Alto, la alcaldía procedió a regalar canastones a los concejales, al más puro estilo navideño con la gran diferencia de que en vez de panetón y pavo se obsequió productos andinos. 
Presuroso de menoscabar la influencia católica, y con el pretexto del discurso descolonizador, el régimen de Morales modificó la Constitución, estableciendo el laicismo del estado como si nos quitara un peso de encima. Pero obsesionado por el resentimiento y afán de revanchismo, en poco menos de una década construyó su nueva religión basada en una mescolanza de ritos pachamámicos, filosofía ecologista y pensamiento mágico que parece extraído de un libro de autoayuda. Así nació la Religión Ancestral Andina-Amazónica, tan antigua como estos siete años de esplendor plurinacional.
Curiosa y circense es la liturgia evista para revestir de espiritualidad a todo cuanto acto público merezca tal solemnidad. De pronto, como de generación espontánea surgieron sacerdotes, o amautas dispuestos a ungir al escogido, claro está, bien disfrazados con sotanas moda occidental pero matizadas con ribetes andinos. Entre sahumerios con incienso de la lejana Arabia y hierbas locales, invocan a los espíritus tutelares mientras los heraldos hacen tronar sus milenarias cornetas de bestias traídas hace quinientos años por los invasores europeos. Pero más curiosa es aun la ceremonia de entronizar a un aymara como si fuera un inca (cultura que sometió a la fuerza a los aymaras), en un sitio todavía más ajeno como es Tiwanacu, emplazamiento perteneciente a una cultura mucho más antigua que las anteriores.
Es gracioso ver a los gringos ingenuos que llegan al país a gozar de la experiencia mística, a “recargarse de energías positivas”, repiten como mantras todos los nuevos fanáticos. Es lamentable cómo los organizadores llevan cientos, miles de turistas a las ruinas arqueológicas con el consiguiente deterioro de las mismas. Como siga aumentando el flujo caótico y masivo, en pocos años ya no quedará ningún vestigio. Dicen ser herederos y guardianes de tan importante legado pero no tienen ningún escrúpulo para hollar tales sitios sagrados. La ceremonia colorida de Tiwanacu es el mejor testimonio de esta farsa monumental, que significa una sangría onerosa al erario público cada año. Movilizar tantos recursos humanos, entre funcionarios protocolares, agentes de seguridad, policía, guardia militar, además de los lujosos vehículos en los que se desplazan todas las autoridades y cabezas de reparticiones del Estado no sale del bolsillo de los jerarcas de esta revolución collage.
Cómo es de comercial la cosa, que los miles de jóvenes que se apuntan a la peregrinación lo hacen motivados por el espíritu aventurero, conducido en la comodidad calentita de un bus. Trepar montañas o recorrer caminos a pie ya es demasiado pedir a la generación del celular. Linda experiencia, cósmica y religiosa resulta el apostarse en los alrededores de unas ruinas, farreando toda la noche al abrigo de una carpa mientras el frio hace tiritar sus corazones. Con la cabeza hecha jirones al día siguiente se desperezan lagañosos dispuestos a recibir los rayos del sol naciente como si fueran baterías fotovoltaicas. Alelados y autómatas levantan los brazos por pura imitación sin conocer su significado. Pura joda. 
Así de artificiosa resulta esta nueva moda. Carente de filosofía, el régimen imperante busca camuflar su pragmatismo ideológico (como buena agrupación pastiche que es albergando en su seno a neoliberales reciclados, marxistas y pachamamistas) dorando su revolución con mitología indigenista reconstruida según la imaginación de sus antropólogos. A reconstruir la raza cósmica, el nuevo pueblo elegido. “Somos un referente mundial”, afirmó convencido el vicepresidente explicando que el resto del planeta está tomando nota de los profundos cambios. Muy solemne muy creído de sí mismo. Pura cáscara teórica, cimientos huecos, poesía color viento, nada de sustancia. Ya veremos si la revolución dura los quinientos años que prometen.

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