Cuando escribo la fecha en la pizarra, a principio de clase, a veces dudo con el año y pregunto a mis alumnos, más que nada por hacerlos reír. Pero hoy me ha asaltado cierto pánico al considerar que, un día, mis alumnos puedan decirme una fecha cuarenta años en el futuro y yo sea ya un anciano; o aún peor, que los chicos pronuncien una fecha sesenta o cien años en el futuro y yo lleve de repente mucho tiempo muerto, y sea solo un espectro encerrado en esta aula, entre estas viejas paredes, tiza en mano, para la eternidad.
(Me pasó el martes, y lo anoté durante el recreo)