Ella tenía treinta años. Estudiábamos juntas en la universidad. Era simpática, extrovertida y poseía un encanto especial. Aparecía por la escalera de la facultad y yo ya sonreía. Mis diecinueve años de inexperiencia se sonrojaban con una sola de sus sonrisas. "¡Hola, Laura!", gritaba bajo la escalera nada más verme. "Hola, Marta", titubeaba yo y también sonreía. Era mi luz.
Hasta entonces no me había sentido atraida por ninguna mujer y estaba confundida. Era solo atracción por ella. Ganas de abrazarla, de besarla, de acariciar su cara y tocar su pelo color azafrán.
No eran estos tiempos, eran otros, veinticinco años atrás. Aún era extraño verlo, lo era incluso contarlo a los amigos, impensable contarlo a tus padres. Sin embargo, yo tuve la gran fortuna de contar con una madre que escuchaba siempre y que solo dio a mis hermanos y a mí un solo consejo: buscar siempre aquello que os haga felices y nunca dejéis de perseguirlo.
Así que un buen día, cuando mi pecho parecía que iba a estallar por la angustia de tener que contar, cogí de la mano a mi madre y le pedí que me escuchara. Tenía la posibilidad de que, en este caso, reaccionara con una respuesta diferente a la que yo esperaba de ella, pero decidí enfrentarme a mis miedos y abrirle mi corazón.
Mi madre me miró durante unos segundos y permaneció callada. Temí que estuviese decepcionada con su hija pequeña. Despues sonrió, cogió mis manos y las abrazó en un tierno lazo con las suyas. Mi madre, la misma de siempre, la que nunca nos juzgó, repitió su máxima: "Busca siempre lo que te haga feliz, Laura".
Al día siguiente, Marta apareció con un vaquero y una camiseta roja, ondeando su roja melena al viento. Nos saludamos y fuimos a la biblioteca para terminar un trabajo de clase. Entre montañas de libros y bajito, le susurré "te quiero".
Hoy mi amor ha muerto, tras veinticinco años juntas. Solo pudo separarnos algo que la comió por dentro y que los médicos no pudieron parar.
Hoy recuerdo cada día que pasamos juntas, tras aquel "te quiero" y lo felices que fuimos. Yo, oliendo su pelo rojo cada mañana, tras despertar y ella mostrándome el mundo y enseñándome lo hermoso que puede llegar a ser compartiéndolo con alguien.
Mi familia y nuestros amigos me acompañan. Mi madre me coge la mano. Hace unos segundos me ha susurrado al oído lo orgullosa que ha estado siempre de mí y ha añadido "me hiciste caso, buscaste siempre la felicidad y ella vino a ti. Sigue caminando".
Y eso haré, siempre.