–Yo la abrazaré bien fuerte y me la llevaré conmigo. –Así es como Ernesto se imagina la felicidad: como algo tangible que se puede agarrar con las dos manos y, una vez aferrada, sólo se escapa si uno la suelta.
–¿Qué pasa, Ernesto? –le preguntan los del pueblo para burlarse–. ¿Ya no dices nada? No será que la has encontrado.
Pero él no responde, hace tiempo que dejó de hacerlo. Ya no le importa. Ahora sonríe mientras mantiene siempre uno de sus puños cerrado.