para conservar el equilibrio debes estar en movimiento...”.
Albert Einstein.La ficción para combatir la realidad, esa es la cuestión, pero ¿qué realidad? ¿La que nos imponen? ¿Realidad de realidades? La ciclista de las soluciones imaginarias, última novela del escritor venezolano Edgar Borges (afincado en España desde hace más de una década), nos muestra una forma diferente de enfrentar esa realidad impuesta. Borges encuentra en la ficción el arma para combatir la apatía, la desidia, la pereza de lo cotidiano. Esta novela, es, a mi modo de entender la ficción que en ella se plantea, una bomba de relojería, un llamado, un grito para denunciar, para hacernos ver lo terrible de esa “realidad impuesta”, en la que una gran mayoría cae, y en la que una gran mayoría vive sin más planteamiento que el de dejarse someter, por aquello de que es más cómodo dejarse llevar por la inercia que combatir la imposición.Podemos citar a Platón, por ejemplo y su dilema de cuál es la naturaleza de la verdadera realidad (“Lo real es lo que no vemos, y lo que vemos es solo la apariencia, una falsa realidad.” ), para entender el mundo que recrea Edgar Borges en su novela, un barrio donde se genera un conflicto con la aparición de una ciclista que lucha por mostrar otra realidad, podríamos decir que la ciclista nos lleva al mundo de las ideas, según Platón, ese lugar donde lo aparente no es realmente lo que sucede. En esta novela Borges, nos sitúa ante un mundo, una sociedad que ha perdido cualquier sentido de lo real (según la idea), porque la idea prevalece, y como el poder que pretende controlar al individuo, lo sabe, pone todos los medios que tiene a su alcance para destruir la idea, para acabar con el pensamiento, creando con sus mecanismos seres autómatas que han perdido el rumbo (el camino del bosque, y el bosque en sí), ese bosque que los bosquimanos perdieron, y que el señor Silva busca a través de ese laberinto de callejuelas “trabajo al final de una callejuela picando piedras para construir otra callejuela”, nos dice en un pasaje de esta novela, el ser humano construyendo su propio laberinto del que no podrá salir porque ha perdido la idea, o lo que es lo mismo, la base de toda realidad, de lo que se esconde tras lo aparente. El señor Silva padece el mal de la mirada trastocada, que podríamos definir como que su mirada está dotada de ese elemento tan necesario para la observación, como es el pensamiento que nos lleva a reflexionar sobre lo que vemos, que nos lleva a profundizar en la cuestión del porqué de las cosas, a buscar la razón por la que las cosas ocurren y a no dejarnos llevar por la inercia del no pensamiento, del aletargamiento en el que parece haber sucumbido el ser humano moderno.Ibsen lo dejó claro en su obra, y se enfrentó a la “realidad impuesta”, y establecida como herramienta para doblegar, para desnaturalizar al ser humano, para convertirlo en un idiota que no se plantea el por qué hace todos los días el mismo recorrido de su casa al trabajo y viceversa, pero no solo Ibsen afronta este tema, también Faulkner lo hace en sus novelas, describiendo a unos seres totalmente ajenos al llamado del sentido común y la razón, seres enajenados de todo raciocinio que irán cual burro con orejeras en busca de la zanahoria, la que el poder pone ante sus ojos, pero que nunca llegarán a alcanzar.Hace algún tiempo leí un ensayo que hablaba de la perversidad del consumismo, y de sus templos de “oración”, esos mega centros comerciales donde se nos muestra una infinidad de objetos, que parecen estar a nuestro alcance siempre, y que nos nublan la visión, porque nos hacen creer que podemos adquirirlos en cualquier momento de nuestras vidas, aunque para ello tengamos que sacrificar éstas, ante el poderoso, y arrodillarnos para recibir el óbolo que nos ofrece a un precio tan grande, la misma libertad, el mismo pensamiento, entregar la mirada, la capacidad de observación, la cualidad del sentido crítico, la rebeldía, en definitiva entregarnos al mayor postor con obediencia y servidumbre, además de mansedumbre. Esa es la “otra realidad”, la que nos enseña Borges en esta novela, la cara oculta de un barrio, que no quiere que nada ni nadie altere sus costumbres, porque sienten el vértigo de lo desconocido, de esa otra realidad “el bosque”, que les fue arrebatada, el contacto con la raíz, con la base, con la tierra, “si un árbol pierde su raíz, muere”, pero el ser humano que pierde la suya, también muere y entrega su vida a esos garantes de esa “su” realidad, el dogma, “esto es lo que realmente existe, y no debemos plantearte otra posibilidad”, y de hacerlo, como hace el señor Silva, se enfrenta a “un veneno, la cárcel o el manicomio”, como salidas por su afrenta a los vecinos del barrio de callejuelas, donde todos trabajan al final de una callejuela picando piedra para seguir construyendo callejuelas con el fin de alejarlos, cada vez más, del bosque, de la raíz que los hace seres racionales, seres humanos, seres con libre albedrío dispuestos a luchar contra esa “realidad establecida” por los creadores de realidades: los poderes: político, militar, religioso y judicial. “Para cada quien una salida diferente”, nos dice Edgar Borges en su novela, como si una condena no escrita estuviera instituida en el imaginario colectivo del barrio, que no permitirá que nada ni nadie cambie “su realidad impuesta”.Albert Einstein dijo: “La vida es como montar en bicicleta, para conservar el equilibrio debes estar en movimiento...”. Y Edgar Borges en La ciclista de las soluciones imaginarias nos invita, no solo a montar en bicicleta, sino a enfrentar la “realidad” a través de la ficción, para vencer al opresor.
El autor de La ciclista de las soluciones imaginarias es: