La fiesta del odio

Publicado el 02 diciembre 2013 por Purasvitae @PurasVitae
El venezolano, como pez en el agua, está casi siempre cómodo cuando de fiesta hablamos. Resulta parte de nuestra naturaleza darle otra marcha a las celebraciones, es la típica expresión de que los venezolanos animan las fiestas, le ponemos ritmo y sabor, bailamos hasta que se nos olvide y como yo, esperamos hasta el final para irnos de la celebración.
Al igual que la fiesta, los venezolanos nos estamos acostumbrando a la amplitud del odio con la naturalidad con que respiramos. Mas allá del asunto político, mas allá de la problemática que vive la Venezuela comunista de estos meses, los venezolanos nos sentimos tan cómodos cuando celebramos como cuando puteamos o insultamos. Un ejemplo sencillo, la misa, el que ejerce la religión católica sabe que la misa es un encuentro con Dios y con los demás, un intento semanal de reconciliarse con la vida, con todos y con uno mismo. Hasta nos damos la paz, una vaina rarísima, pero falta que le respondamos al cura – demos gracias al Señor – para que nos volvamos a poner el traje violento con el que salimos a patear la calle.
Entonces de vuelta a la realidad nos lanzamos el carro, tocamos corneta al que va lento y si nos la ponen bombita para mentar la madre, venga que un coño e tu madre siempre es sabroso. Lo hago como si fuera respirar. Como ese ejemplo tenemos miles que no vale la pena describir pero que nos tiene que poner a pensar. La semillita oficialista de odiar al que no comulgue con nuestra forma de pensar, se regó en todo el espectro de nuestro accionar, entonces si alguno hace algo diferente o piensa diferente que nosotros le cogemos la arrechera típica del que se siente atacado por el mundo entero.
Odiar es como celebrar, es como imponer a los demás que nosotros estamos aquí y los demás que se jodan. Como el que va a un sitio público, una playa por ejemplo, y nos pone la música como si el cielo fueran cornetas y que no se le ocurra a uno quejarse porque es probable que salgamos agraviados. El respeto y la consideración se fueron a dormir y el odio se puso su traje de gala para que celebremos.
Es un chip instalado en la sociedad venezolana y nos hemos acostumbrado con una pasmosidad impresionante. Tristemente Venezuela se ha convertido en la fiesta del odio, un enorme lugar donde lo normal es maltratarse, donde el servicio no existe, donde el respeto es un mito y a esto hay que sumarle la bomba política y económica que nos puede llevar a lo más parecido a una guerra civil. Recuerden que ya estamos en la guerra económica.
Estamos aguantados porque el miedo nos tiene la cuerda corta, pero en lo que un hecho relevante tenga resonancia, vendrá la implosión.
Odiamos a los demás porque creemos que vinieron al mundo a jodernos, por aquello de que tenemos que cuidarnos porque todo el que ande por ahí es candidato a destruirnos. Por eso cuando vamos a la Venezuela un poco más calmada de la provincia, nos damos cuenta que todavía queda tranquilidad y todavía hay gente que quiere y se anima a ayudar.
Tenemos que salirnos de esta fiesta y entrar a la fiesta natural del venezolano, donde nos sonreímos, donde podemos confiar en el otro, donde tenemos fe en la gente, donde podemos tener la esperanza de los que se fueron vuelvan cuando gusten, que el que se quiera ir lo haga temporalmente y el que sea para siempre nos lleve en buen recuerdo.
El cambio empieza por uno, por mí, por el que lea. Si nos atrevemos a cambiar, esta Venezuela comunista se acabará en poco tiempo, si seguimos este sendero la costumbre a que nos controlen seguirá y el odio que sentiremos por eso será un gran colchón en el que seguiremos durmiendo.
A pesar de todo este quilombo: Tengo fe. Alguna vez fuimos mejores personas, con muchísimos defectos pero con ese talante que nos hizo amigables a donde fuéramos.