Revista Talentos

La floristería (parte 1)

Publicado el 13 marzo 2019 por Aidadelpozo
Dedico la primera parte de este relato a Sana, una amiga virtual de Facebook, con motivo de su cumple, que fue hace unos días.

Merce me miró con cara de pocos amigos cuanto le di sus regalos. Normalmente yo nunca la contradecía. Cuando decidía que se pintara el salón, ella elegía el color; si había que cambiar las cortinas del dormitorio, se ponían las que a ella le gustaban; si viajábamos, cuándo y dónde eran a su elección; si había que tener sexo, igual.
Llegó aquel día y le dije que iba a comprar su regalo de cumpleaños. Me comentó que quería flores y un perfume, "La vie es Belle" en concreto y añadió que "nada de sorpresitas, porque cuando decides sorprenderme, siempre la cagas" .
Me dirigí a la floristería de siempre, cuando caí en la cuenta de que habían abierto una nueva en la calle de atrás de mi casa. No sé por qué, pero decidí comprar las flores en el nuevo establecimiento.
Una mujer de unos treinta años pulverizaba unas macetas de hojas de un verde tan brillante que su rostro casi se reflejaba en ellas. Me miró y sonrió.
-¿En qué puedo ayudarlo?
-Quiero rosas rojas. Una docena.
-¿Para su mujer? Perdone la intromisión, pero es usted joven. Quizás me meto donde no me llaman, pero yo le prepararía un ramo variado que la sorprendería. Las rosas rojas... Sé que es mi gusto, pero lo veo demasiado formal para una mujer que rondará mi edad... Un colorido ramo de flores silvestres estaría mejor.
-Es que ella es de ideas fijas y no le van las sorpresas. Y con respecto a ramos, me temo que tampoco...
-Sorpréndala. ¡Arriésguese!
-¿Entiende usted de perfumes...?
Salí de la floristería con un ramo de vivos colores, con una nota que decía "Lady million", y con el nombre de aquella mujer en la cabeza. Mientras preparaba el ramo, me atreví a preguntar cómo se llamaba.
Eva...

LA FLORISTERÍA (PARTE 1)
Me despidió con una sonrisa y caminé en dirección a la perfumería como si flotar a en una nube y con el recuerdo de su rostro en mi retina.
Al llegar a casa, Merce me sorprendió en la puerta con los brazos cruzados. Me entretuve tomando un café en el bar y estaba enfadada. Al ver el ramo bufó, pero no me sorprendió. Seguramente Eva sería una mujer de esas que, cuando reciben sorpresas, se les llena de color la mirada. A Merce, no. Sin embargo -ese día ni siquiera me planteé el porqué- no me importó el rapapolvo que me cayó por comprar esas flores y el perfume.
Me pidió el ticket de la perfumería y celebré su cumpleaños durmiendo en el salón. Era un sofá cómodo y ya estaba acostumbrado a pasar las noches en él. Me dormí pensando en Eva.
Semanas más tarde mis pasos me dirigieron a la floristería. No tenía una excusa para entrar, pero lo hice. Sin pensar en qué iba a decir cuando viese a Eva, entré. Ella no estaba. En su lugar, un señor de unos sesenta años ordenaba unas flores en jarrones de cristal. Me miró y sonrió. Reconocí la sonrisa de Eva y supuse que era su padre.
-Buenas tardes, caballero. ¿Qué desea?
-Buenas tardes. Buscaba a Eva. Me atendió hace unas semanas.
-¿Eva? Es mi hija. Ahora mismo no está. Ha ido a tomar un café a la cafetería de la esquina. ¿Puedo hacerlo yo?
-En realidad... quería hablar con ella y agradecer su consejo cuando me atendió. Compré un ramo para mi pareja y acerté de lleno. En realidad, acertó su hija...
-Entiendo. Puede venir otro día o yo le daré su recado si quiere.
-Gracias, volveré en otra ocasión.
Salí del establecimiento un tanto disgustado por no haber podido verla pero, apenas había dado unos pasos, retrocedí, crucé la acera y entré en la cafetería.
Estaba sentada en una mesa cercana a la puerta y miraba a través del ventanal. No me vio. Removía su café por inercia y parecía pensativa.
Me acerqué con mil dudas y más miedo. Mi cabeza daba vueltas a la absurda idea de estar frente a ella y quedarme como un pasmarote sin saber qué decir. Quizás no me recordara, o tal vez me tomaría por un demente si me quedaba quieto y con sonrisa de estúpido.
Cuando iba a darme la vuelta y regresar por donde había venido, Eva alzó la vista y me vio.
-Hola, ¡usted por aquí! Qué casualidad... ¿Le gustaron las flores a su mujer? Óscar... ¿ese era su nombre?
-Qué bien que se acuerde, sí, ese es.
-¿Y...? ¿Éxito total?
-Esto... Corramos un tupido velo...
-Ufff... Lo lamento. Pensé que sería una buena idea. ¿No ramo ni perfume? ¿En todo me equivoqué?
-Da igual, no se apure. Ya he vuelto a dormir en la cama, aunque el sofá es cómodo. Y guardé el ticket de la perfumería.
-¡Madre mía! ¡La que lié! ¡Deje que lo invite a un café por sus noches de sofá!
-De acuerdo, pero con una condición. Que nos tuteemos.

Aquella fue la primera tarde de muchas. Después vinieron paseos, luego algunas mañanas; más tarde, noches y, finalmente, amaneceres.

..........

Apareció mientras pensaba qué estaba haciendo con mi vida. Ya había tocado fondo. No es necesario que no exista salida, es suficiente con no verla. Yo no veía ninguna. Lo sentía por mi padre, había sido siempre un buen padre, con más aciertos que errores, lo cual daba un saldo positivo a su labor como tal. Había cumplido y no le echaba la culpa de nada. Mis desatinos eran míos y de nadie más. Él me educó para no echar balones fuera, aunque olvidó la lección sobre cómo protegerme de los que sí lo hacen.
Cuando conocí a Óscar había decidido terminar, pero no había elegido aún el modo. Pensé en las mil formas que hay de morir. Imaginé mi alma salir de mi cuerpo y gritarme "¡cobarde!". En ese momento, entró en la tienda un tipo bien parecido, atractivo y con aire melancólico. Conocía esa mirada. Dejé las plantas, aparqué mis recurrentes pensamientos suicidas y me centré en aquel hombre perdido. Pasamos un buen rato hablando de flores y perfumes. Cuando se marchó continué pulverizando las plantas y pensando, pero ya no en mí y mi vida absurda sino en él, en Óscar.
Y ahí estaba, en la cafetería, sacándome de mis pensamientos de nuevo. Sus ojos castaños me miraban buscando algo y no sabía qué. Yo no tenía mucho que ofrecer y, por supuesto, nada de especial. Cuando lo invité a sentarse conmigo y a compartir un café, pasó por mi mente, de un modo fugaz, la idea de que los hombres se fijaban en mí, pero nunca se quedaban. Era una mujer atractiva, aunque tal vez solo eso era lo que veían. Tantas huidas me habían dejado un poso amargo y esa sensación de abandono por falta de valor. Aquel hombre parecía también abandonado. No lo pregonaba su boca sino sus ojos. Tan tristes como los míos.

-Se te ve necesitado de charla. Aún puedo estar aquí unos minutos más.-afirmé.
-Y a ti, si me lo permites, se te ve demasiado pensativa. Promete no pensar mientras nos lo tomamos. Lo que quiera que sea aquello que te ronda en la cabeza te preocupa.
-No pensar... Como si fuera fácil...

(continuará).

LA FLORISTERÍA (PARTE 1)

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