Algunos días, cuando el revuelo hormonal le permite cierta tranquilidad, mi hija adolescente se sienta, después de comer, a contarme el acontecer de sus jaleos de pandilla, las nuevas afinidades o las antiguas rencillas propias de la edad, una montaña rusa de sentimientos hacia sus amigas a las que adora hasta el punto del chachi piruli o con las que de pronto ya no se lleva.Yo, como madre cotilla que se precie, siempre tiro un poquito por el tema de los amoríos. Reconozco que me hace mucha gracia saber con quien anda enamoriscada cada quien, sobre todo porque a muchas de esas nuevas parejas las conozco desde que iban en andador y todavía no tenían dientes.Ayer le pregunté por la situación sentimental de una de sus íntimas, así como la que no quiere la cosa, no tanto por cotillear a la chiquilla, sino para ver si detrás de la historia de la amiga, soltaba algo de ella misma, que al fin y al cabo es lo que me tiene en ascuas.“Fulamita está en la friendzone”, me dijo sin dar más explicaciones. Yo que “ni papa” de inglés y muchísimo menos de esas jergas que ahora usan, sólo alcancé a soltarle algo así como un “vaya por Dios” desvaído, sin mucha fuerza, más que nada por no arriesgarme a meter la pata y porque en el tono supe enseguida que eso de la friendzone no debía ser nada bueno.Como de tonta no tiene un pelo y enseguida se dio cuenta de que yo estaba fuera de juego, me explicó que ese anglicanismo que me había soltado viene a ser aquello tan viejo de al que me gusta no le gusto y lo que quiere es ser mi amigo.Ah! ya…le dije yo así ya como muy subidita ¿no?, como en plan ahora sé de lo que hablamos.Pero claro, luego me quedé dándole vueltas al coco y pensando en cómo ha cambiado todo y al fin y al cabo en como todo es lo mismo. Supongo que la diferencia es que eso de la friendzone ,que no sé si es un estado del facebook, un grupo del tuenti o una nueva red social, aunará ahora en alguna nube virtual, los sentimientos y los lloros del amor no correspondido que a los quince se vuelven trágicos.También me paré a pensar en que si a mí me coge de nuevas, yo que me considero una usuaria activa de una gran parte de lo que nos ha traído internet, no os voy a contar lo que debe sentir alguien de la generación de mis padres cuando tienen que asimilar un paquete de información tan grande de la mano de una gente tan menuda.Hace unos días una de mis tías, hermana de mi madre, estaba en una comida familiar con sus hijas, nietos y hasta un bisnieto que acaba de nacer. Ella veía que su nieto, justo enfrente suya en la mesa, pasó una comida extraña. Todo el tiempo con la cabeza gacha, sin hablar prácticamente nada…raro, muy raro. A la hora del café le faltó tiempo para coger a su hija por banda y comentarle el disgusto que estaba pasando. Yo no puedo ni comer de ver al niño tan pensativo y tan triste, le decía la pobre a su hija muy consternada. Mi prima, en vista del sofocón que tenía su madre, fue a hablar con el “niño” (que ya tiene 20) a ver cuál era el motivo de la alarma, volviendo muerta de risa por lo que había averiguado. El chaval llevaba toda la comida con el móvil sobre las piernas hablando por el WhatsApp.Su madre la miró con cara de quedarse tranquila, como entendiendo. Hacía gestos de asentimiento, contenta la pobre mujer de que no hubiera motivo de susto. -Y digo yo, hija -le preguntó en un arranque de curiosidad cuando ella ya se iba- y eso que tú dices del guasa ese que tiene el niño, eso ¿qué es lo que es?