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Mi abuelo me contó una vez que en el pueblo donde vivía, una joven que había nacido triste y enferma, Elisa, se convirtió en unicornio al beber de una fuente con tres caños. De ella brotaban el amor, la suerte y la salud.
— ¿Sabes de qué caño bebió?— me preguntó mi abuelo.
— Pues de la salud, ¡claro!— le contesté orgullosa.
— Pues no. Espero que algún día tú lo descubras.
Leyenda o no, lo cierto es que la joven desapareció del pueblo sin dejar rastro.
El verano que cumplí 15 años, mi abuelo murió en su pueblo. Recordé entonces aquella historia, y tras el entierro, decidí lanzarme en busca de la misteriosa fuente.
—Abril ¿dónde vas? Acábate tu desayuno— dijo mi madre enérgica.
—Me lo llevo, tengo prisa— respondí desde la puerta dando un mordisco a la tostada.
—Déjala— apuntó mi padre con un guiño—. Necesita desconectar un poco.
La noche anterior mi padre y yo habíamos estado hablando del abuelo y de la historia de la fuente.
Era temprano, pero los primeros rayos de sol henchían la mañana de un ambiente cálido. Con mi bicicleta recorrí los serpenteantes caminos rodeados de flores y árboles. Llegué a casa de don Tomás, el mejor amigo de mi abuelo. Estaba sentando en su porche. A pesar de su avanzada edad, tenía buen aspecto. Lucía un abundante cabello gris y sus cejas estaban muy pobladas.
—¿Qué te trae por aquí niña?— me dijo sonriendo mientras preparaba su pipa.
—Buenos días don Tomás, ¿tiene tiempo para mí?
—Tiempo me queda poco, pero hoy es hoy.
Sonreí. Dejé mi bicicleta tirada en las escaleras y me senté a su lado.
—Y bien, ¿en qué puedo ayudarte? — preguntó con curiosidad.
Cogí aire, una parte de mí dudaba de que don Tomás me tomara en serio.
—Cuando tenía 6 años, mi abuelo me contó la historia de la joven que se convirtió en unicornio.
De repente la cara del anciano se ensombreció.
— Jovencita eso son historias sin sentido— dijo esquivando mi mirada.
— Pero mi abuelo…
Don Tomás se levantó dirigiéndose al barandal. Allí permaneció de pie, inmóvil, mirando hacia el horizonte.
—Hay cosas que es mejor no remover.
—Entonces ¡es cierto!— dije saltando de la hamaca.
El silencio cortó el aire unos segundos que me parecieron horas. Decidí no preguntar más y bajé las escaleras con el corazón a mil.
— Era mi hija— contestó al fin con un hilo de voz.
Un escalofrío invadió mi cuerpo.
— Lo siento mucho don Tomás— dije mirando hacia él— No fue mi intención…
Pero su expresión seguía triste y él, muy lejos de allí.
Con lágrimas en los ojos partí rumbo al Cerro de las Brisas, el lugar donde estaba la fuente. Los tres caños salían de una pequeña roca. Había una placa que rezaba así: “Amor, Salud y Suerte. ¿Qué te salvará de la muerte?”
Observé que del caño del amor el agua brotaba rebosante y con brillo; del de la salud, el agua caía como un pequeño reguero cristalino; del caño de la suerte, apenas caían unas pocas gotas.
El sol del mediodía se asomó en lo alto de la colina, pintando un arco iris sobre el agua que emanaba del caño del Amor.
Recordé un cuento sobre Unicornios que leía de pequeña. Ellos compartían los colores del arcoíris y los necesitaban para existir, para que la gente creyera en ellos. Como Elisa, que buscó su unicornio.
No tenía sed pero bebí de la fuente, porque todo lo bueno nace del Amor, y lo que no se alimenta de él, inevitablemente muere.
©Nuria Caparrós Mallart
Publicado para el taller literario de Experiencias literarias