A veces llegamos hasta aquí para hablar de algo, y a veces romper el cristal de lo virtual, porque a veces se traspasa, es cierto, con más o menos tino. Venimos hasta aquí para hablar de un viejo recuerdo, excentricidades, un libro, neuras, una película, mil canciones. Por momentos dejamos algo nuestro, los más, todo es ficción, como cuando quemamos iglesias, o penetramos en un bosque para comer galletas que nos engrandezcan o nos dejen más pequeños si cabe.
Llenos de dignidad, de soberbias malgastadas, de egos desnutridos en busca de fáciles aplausos. La función sigue, no es lo mismo predicar que sembrar estrellas, aunque luego las maten de un balazo en el puesto de una feria de agosto, decir que estás vivo, que respiras, puro góspel, como en Porgy and Bess, improvisación de domingos, dejar que un viejo amante se cuele en tu cama y te abrace sólo ese sábado que necesita de la comunión de dos cuerpos desnudos, cuando la realidad está tan lejos, allá en las orillas de Lampedusa, entre muertos, peces de nadie que sólo buscan ser ángeles en ciudades de asfalto; las tragedias nadan en la nada, sin saber nadar entre la podredumbre de la mísera humanidad, y pese a todo aún puedo besarte, dejarte mi boca abandonada al aleteo de tu lengua, y hacer latir los besos, aún puedo olvidar o recordar, rescatar las sombras que me dicen que la vida es ya y volar por encima de los hospitales y el pánico escénico ante las blusas blancas, y escucharte decirme que el instinto de supervivencia puede más que los te quieros, aferrarme a ti, a esos nosotros, despojados de pronombres, dame la mano y vamos a sentarnos en aquel banco de octubre que firmó el abrazo de un sueño. Subamos al escenario e interpretemos de nuevo ese abrazo, pintémosle una sonrisa ruborizada como cuando éramos niños, y muramos en el intento de hacer nacer una nueva ilusión, un sueño de verano, volemos hacia el autoengaño entre estas sábanas que sudan miedos y tempestades, que las mentiras no duelen hasta que la verdad las hace estallar, y tengamos la fiesta en paz, preparar un buen desayuno, mientras buscas los croissants, un domingo más, hasta que termine la función y volvamos al ímpetu de programar la temporada con una nueva obra.