Los días en que, a punto de amanecer, la luna me sorprende llena, enorme y tan baja que parece que va a rozar el suelo, no puedo evitar pensar en lo diminuta que soy y a la vez, sentirme grande. En ese espacio que es el cosmos, tan infinitamente enorme, que no puedo imaginarlo siquiera, soy mucho menos que una gota de agua en los océanos de la tierra. Y sin embargo, hay días en que me siento más grande que el propio universo. Una sonrisa que podría eclipsar a esa maravillosa luna y unas ganas de vivir, que de ser estrellas, llenarían el cosmos. La contrapartida es que en los días malos también mi pena eclipsaría de igual modo. Y tengo esa sensación angustiosa de que no puedo parar mis lágrimas y estas me van a ahogar, como sucedía a Alicia en el país de las maravillas cuando menguaba después de haber llorado desconsoladamente. Esa opresión en el pecho que causa el dolor, hace que te sientas pequeña. Pero desde hace días si tengo ganas de ser pequeña solo es porque deseo quitarme unos kilos. Tengo obsesión por la báscula, esa que todas las mujeres tenemos aunque nos digan que estamos increíbles. Desafortunadamente para mí, también tengo fijación por la Nutella, las milhojas y las palmeras de chocolate fondant... Desde un tiempo a esta parte me he empeňado en sentirme enorme y en sonreír, pese a las adversidades y a la báscula. Como dice un amigo mío, para llorar siempre hay tiempo y ahora toca sonreír. Así que hoy me voy a dar el homenaje de comerme un palmerón de chocolate y sin esperar a la próxima megaluna, voy a disfrutar de este tiempo regalado. Con amigos, familia y mis letras. Y voy a hacer todo lo posible para que disfrutéis conmigo de mi amor por la escritura. LA FUNCIÓN CONTINÚA.