MAMÁ, DAME DINERO
J llevaba una moneda de veinticinco; yo, tres duros. Entre los dos sumábamos un total de cuarenta pesetas. Era evidente que con eso no íbamos a poder pillar hachís. Solo había una opción: pedirle dinero a mi madre. Aunque primero debíamos encontrar una buena excusa para justificar el préstamo. De camino a casa de mis padres pensamos en algunas. Era difícil dar con una que fuese creíble. Además estaba el hecho de que ese mes mi madre ya me había prestado dinero en un par de ocasiones. Llegamos y antes de llamar nos pusimos de acuerdo en qué debía decirle. Mi madre estaba sola en casa, mi padre estaba trabajando y mis hermanas estudiando. Nada más recibirnos mi madre se olió el motivo de nuestra visita y me dijo que dinero no me iba a dar.
- Pero mamá, lo necesito para...- No me interesa saber para qué lo necesitas. Búscate un trabajo y así podrás hacer frente a todos tus gastos.
¿Buscarme un trabajo? ¡Ni de ciña! Ya había trabajado demasiado. Desde que terminé la EGB no había hecho otra cosa que trabajar. Primero pasé cuatro años en un almacén de droguería aguantando a un jefe que era un hijo de puta, un verdadero sádico con un único pensamiento en la cabeza: joderme la vida. Luego trabajé en Simago dos años más hasta que fui reclamado por el ejército. Casi un año de mi vida entregado por la cara a esos necios. Ya me habían robado demasiados años. En cuanto me licenciaron me dije que a partir de entonces sólo haría lo que yo quisiera, ni más ni menos. Llevaba más de un año sin dar un palo al agua, viviendo en una casa de alquiler compartida con dos amigos. Me las arreglaba con lo que ganaba actuando en un grupo de teatro alternativo, que todo hay que decirlo, no era mucho, y sobre todo, con lo que conseguía sacarle a mi madre.
- Escúchame...- No quiero escucharte. Digas lo que digas no te voy a dar ni una peseta.- Pero mamá...- Ni peros ni nada. La semana pasada ya te di para no sé qué, la otra te di para no sé qué cuántos. Me paso la vida dándote.- Te prometo que este mes no te pido más.- Eso me dijiste la última vez.- Lo digo en serio. Me tienen que pagar unas actuaciones y no necesitaré más préstamos. Lo que pasa es que cobraré dentro de diez o doce días.- Si te buscases un trabajo como es debido.- Ya tengo un trabajo. Actúo en un grupo.- ¿A eso le llamas trabajo? Debería caérsete la cara de vergüenza.
Vergüenza la que me estaba haciendo pasar delante de mi colega. J se había quedado en el umbral de la puerta del salón y en todo momento trataba de mantenerse alejado de la conversación. Por un momento pensé en rendirme pero la expectativa de pasarme la tarde sin fumarme un porro me dio fuerzas y arrojo para insistir:
- Por favor, mamá, neceito dinero. Con mil duros me vale.- ¿Cinco mil pesetas? Tú te crees que a nosotros nos regalan el dinero. Tu padre se pasa el día en la carnicería y yo no paro de hacer pantalones para la tienda de la esquina. Me estoy quedando ciega de tanto coser por las noches. Ya no puedo ni enhebrar la aguja...- Que te lo devuelvo en cuanto me paguen las actuaciones.- Te he dicho que no y es que no.- Lo necesito.- Si tanto lo necesitas encuentra un trabajo.- ¡Joder con el puto trabajo!- Claro, para qué vas a trabajar si es más fácil venir a pedirle dinero a tu madre.- No es eso. Tú te crees que me gusta venir a pedirte dinero cada dos por tres.- No sé si te gusta o no, el caso es que no paras de hacerlo.- Joder, cuando te pones en ese plan no hay forma de hablar contigo.- ¿En qué plan quieres que me ponga? Ya no eres un niño, es hora de que vayas sentando la cabeza y seas autosuficiente.- Por favor te lo pido. Déjame mil duros y...- No.- Por favor.- No.
Cogí el vaso que estaba sobre la mesa y lo estampé contra la pared. El agua que contenía salpicó las paredes y el sofá, y un raudal de trocitos de vidrio se esparció por toda la habitación. Mi madre palideció. Vi el miedo en sus ojos, miedo de mí, de su hijo. Me dirigí a la puerta de salida, J me siguió. Salimos de la casa, pensé en dar un portazo pero en cambio cerré la puerta suavemente.
Pepe Pereza.