Una lágrima, que recorre el fino rostro de porcelana de la geisha, vuela libre durante unos instantes antes de estrellarse en el suelo de bambú. Los ojos, tristes, que la han derramado buscan consuelo en la mirada, generosa, del hombre que tiene justo en frente. Y lo encuentran. El tiempo, su cómplice esta noche, parece detenerse sorprendido.
Una noche más ha conseguido mantener su cuerpo intacto; se pregunta entonces a cuántos hombres más conseguirán derrotar esas lágrimas sinceras, amargas y negras, que desborda el alma de varón que vive presa en su cuerpo.
Texto: Paloma Hidalgo Díez