Revista Literatura

La generosidad de la tía Piedad

Publicado el 02 agosto 2015 por Alberto7815

Buena tarde de domingo.Aquí mi nuevo cuento semanal. Por esas gentes calladas que tanto hacen por los demás, creyéndose analfabetas pero que, en realidad, son auténticamente sabias.Un abrazo admirativo.
Cuentos a la luz de los valoresLa generosidad de la tía Piedad
La tía Piedad, con su moño alto canoso, su toquilla y su delantal a cuadros blancos y negros, siempre impoluta, aguarda a sus nietos como cada sábado por la tarde que toca visita.Los nietos de la tía Piedad, dos mocosos, uno de 9 años y la otra de 11, se disponen, obligados por sus padres, a visitar a su abuela como cada tarde de sábado, una vez al mes. A ellos les parecen un rollo estas visitas, que les hurtan ratos de juegos y pelis en el centro comercial de rigor.La tía Piedad es viuda desde hace años. Toda su vida la ha pasado trabajando para mantener la casa. Su marido quedó inútil en la guerra y aunque le surgieron oportunidades de declarar nulo el matrimonio y rehacer el futuro jamás quiso dejar de lado a su Crescencio ni sacar adelante a su único hijo, Carlos.Carlitos y Andreíta son dos mocosos mimados a los que sus padres quisieron dar todo lo que ellos no pudieron poseer al proceder de orígenes humildes. No son malos chicos, pero el exceso de bienes materiales les han hecho antojadizos e intolerantes a la espera.La tía Piedad, cada sábado, se esfuerza en prepararles la mejor merienda, esa merienda que a ella jamás nadie le preparó: zumo de naranja, rebanadas de nocilla o bocadillos de jamón. Son sus nietos su tesoro, aunque sienta que ellos no la quieren como ella querría que la quisieran.Y la tía Piedad y Carlitos, y Andreíta, ven pasar la tarde del sábado, la una con lo efímero de quien tanto ha esperado, y los otros con la lentitud de quienes esperan que pase cuanto antes.Ella les cuenta, ellos escuchan silenciosos, aburridos. Ella les pregunta, ellos le responden con monosílabos a duras penas. Ella se empeña en acogerles, ellos se empeñan en marcharse.La tía Piedad después de que sus nietos se marchan se queda sola, mientras recoge los restos de la merienda, se entristece al pensar que el mundo no es para ella, que no sabe darles lo que ellos querrían. Ni sabe de aparatos informáticos ni está puesta al día en lo último de la moda. Siente que no sabe nada, que toda su vida ha sido una ignorante.El resto de la vida de la tía Piedad transcurre ayudando a otros que, aunque a ella le parezca mentira, tienen menos que ella. Y así se deja la vista remendando ropa vieja para que puedan volver a usarla quienes nada tienen o haciendo esos potajes que ha hecho toda su vida para que quienes no tienen qué comer, puedan llevarse a la boca, al menos, un plato caliente.Pero Andreíta y Carlitos nada saben de eso, ni tampoco les importa. Lo único que les importa es tener todo lo mejor y aprobar curso para disfrutar de vacaciones, esas vacaciones que su abuela nunca supo lo que eran.Carlitos y Andreíta, se ven liberados cuando vuelven a su casa, a sus habitaciones respectivas para jugar con la maquineta al videojuego preferido o a ver los dibujos de la tele. No saben, tampoco ellos. No, no saben nada de la abnegación de su abuela ni del trabajo duro ni de la soledad o la rabia. Sólo saben que pronto irán de campamento o que tienen el cumpleaños de alguien en el centro comercial.No, no saben. Y, por eso, la mañana en que, con motivo del fin de curso, les vengan a hablar de solidaridad se van a sorprender tanto.Ellos, que todo lo ignoran de las penurias de los pobres y de esos otros mundos de inmigrantes y mafias, de desheredados y miserias se van a sorprender tanto.Y es que en esa jornada de pedagogía de la miseria les irán explicando esos otros mundos tan alejados de sus comodidades y posesiones materiales. Hablarán cooperantes y afectados, voluntarios e indigentes. Carlitos y Andreíta, como el resto de sus compis de cole presenciarán imágenes poco agradables y sentirán, porque al fin y al cabo no son malos chicos, si no que tienen corazón, el deseo de hacer algo por los demás aunque sea darles una pequeña parte de su propina semanal.Pero la bomba será cuando, ya casi al final, entre, al salón de actos, una anciana señora que subirá al estrado con sencillez y no pocos nervios. Cuando Carlitos y Andreíta la vean, abrirán sus ojos tanto que pudieran salírseles de sus órbitas. ¡Es su abuela!Y la tía Piedad , mirándoles a los ojos, con voz débil pero firme, cascada pero impetuosa, contará una historia. Esa historia que nunca contó a sus nietos en las tardes de los sábados. Hablará de cómo en su casa escondió al Floren, al que buscaban para darle el paseíllo por desafecto a los mandamases del pueblo; cómo siempre se acogió a un pobre en la cena de Navidad, porque aunque poco, en su casa, siempre hubo algo para dar a quien fuera más pobre que ella; que ahora colaboraba remendando ropa y haciendo potajes. Contó aquello que siempre había callado las tardes de los sábados, que se sentía analfabeta, pero que para ayudar no había que tener estudios; que la única manera de acallar a los fantasmas de la tristeza y la soledad era haciendo algo para que los demás se sintieran bien. Contó y contó durante una hora en medio del silencio. NO, ella no puso imágenes en la pared ni leyó palabras bonitas, sólo contó lo único que había sabido hacer toda su vida.Y Carlitos y Andreíta, ese día y muchos días después, presumirían de que aquella tía Piedad, era su abuela y que sabía preparar las mejores meriendas del mundo mundial. Y ya no tuvieron sus padres que obligarles a que la visitaran los sábados por la tarde, es más, por su propia iniciativa, iban algunos otros días. Y ahora ya no era como antaño en que el silencio y las prisas triunfaban. Ahora Carlitos y Andreíta eran los que preguntaban a su abuela y casi era ella la que tenía que decirles que se hacía tarde, que sus papás les estarían esperando para cenar.

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