Revista Diario

La Golondrina

Publicado el 15 diciembre 2010 por José Angel Barrueco
La última vez que estuve en Zamora, en la presentación de `LS6´, coincidí en el salón de actos de La Alhóndiga con Antonio Pedrero. Siempre que me encuentro con Antonio por las calles de mi ciudad apenas intercambiamos unas pocas frases, pero esos encuentros ocasionales me bastan para cerciorarme del aprecio que siento por Antonio Pedrero, quien, a su talento artístico ya reconocido durante años, suma un don de gentes que le hace especial en el trato. Antonio siempre es amable y cordial, lo cual no se puede decir de todo el mundo, ya que vivimos en una sociedad cada vez más tendente al egoísmo y a la mala educación: no es raro, en mi tierra, toparme a menudo con gente que ha optado por dejar de saludarme sin que medien explicaciones.
Lo de Pedrero me sirve para hablar de los cincuenta años de su legendario mural sobre La Golondrina, el bar que perteneció a sus padres y donde Antonio creció. En octubre y en los primeros días de noviembre hubo en nuestra ciudad una muestra que me perdí, en la iglesia de La Encarnación, y, al menos, y ya que me la perdí, espero hacerme con un ejemplar del libro editado por el IEZ Florián de Ocampo. La muestra se titulaba `Bar La Golondrina (1960 – 2010)´, y giraba en torno a ese cuadro de Antonio Pedrero. El mural es una muestra perfecta de una sociedad, una descripción acertadísima de lo que era un bar de finales de los años 50 al que sólo acudían hombres y, como se ha señalado en varias ocasiones, en el que confluyeron distintos oficios y personajes. Aparte de ese joven Claudio Rodríguez con gabardina o gabán de cuello subido, mi fragmento favorito del mural es el de los hombres del centro apoyados en la barra. El más alto tiene cara de modorra y de tristeza y sujeta con la mano derecha un vaso. A su lado, otro hombre (con aspecto de estar en mitad de una curda) le apoya la mano derecha en el hombro derecho y, con la izquierda, parece estar explicándole algo. El hombre más encorvado gasta maneras de borracho y me fascina el tono enrojecido de su pellejo, los párpados a media asta y esa actitud de quien acaban de fotografiar en medio de un soliloquio. La pareja en cuestión refleja de manera perfecta y equilibrada lo que son dos amigos empapándose en vino en la barra de un garito. La interpretación que doy aquí, claro, es la mía, lo que a mí me sugiere ese fragmento de obra cuando la miro, ya que el arte debe ofrecernos la suficiente libertad como para que no opinemos todos lo mismo al recibir las sensaciones de contemplar un cuadro o una escultura. Me hubiera gustado asistir a esa exposición, en la que se incluían los bocetos y todas las semillas que florecieron en lo que es el mural que hoy conocemos.
Justo antes de escribir estas líneas me apeteció, por completar el asunto, saber los nombres y apellidos de los retratados. Porque yo recuerdo haber leído en alguna parte algo de la historia de ese cuadro, es decir, un texto donde alguien hacía una lectura en profundidad del mismo, y donde se señalaban los personajes que vemos, algunos hoy famosos, otros ya no, pero en cualquier caso todos inmortalizados por Pedrero. Me ha sido imposible acordarme: no sé si lo leí en un artículo, en algún libro de historia o en algún reportaje. He rebuscado en mi biblioteca, pero en los tres tomos de la `Historia de Zamora´ no aparece. Tampoco en otros libros. Así que he recurrido a internet, pero no he hallado la historia del mural, lo que viene a reforzar mi sospecha: que mi ciudad está poco conectada a los mundos digitales. Me ocurre a menudo cuando busco datos de mi tierra. Es difícil. Es complicado. Como si allí aún se viviera en el siglo XIX.
El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla

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