¿Cómo se hace para repetir el punto justo de la temperatura ideal de una mano que toca a la otra?
¿Cómo se hace para beber un elixir venenoso al mismo tiempo en el que uno se inyecta material anti ofídico?
¿Cómo se hace para resguardarse y entregarse intermitentemente?
Cae la gota sobre la hoja, y desde la hoja vuelve a caer por el tronco del árbol, hasta que se desprende al fin y se disuelve en el espejo de agua circular que hay sobre el cordón de la vereda.
Hora: 15 p.m.
¿Cuántas gotas de agua se funden en un espejo circular a las 15 p.m. de una tarde de mayo?
Para ser otro día es una hora cualquiera. Una voz en off sale de alguna esfera paralela al cuerpo, hace una revolución dentro de éste y nos hace un plantón: stop a las intervenciones del cuerpo, no más cerrojos, cuerdas, esposas, nada que ate, contenga, suprima; que vuele, y que vuele alto. Es la hora en el que se suspenden los cálculos y errores de cálculo, nada de dedos escondidos detrás de la espalda, especulando resultados absurdos de una ecuación de la cual ni Einstein tiene el resultado.
Hoy los genios somos nosotros, sueltos como dos chicos que se escapan a la hora del recreo. Urge. Suena la sirena. Suena la alarma. Suena el celular. Suena la campana para volver a clase. La gota está a punto de lanzarse y de estallar contra otras gotas de agua que unidas forman un charco. Hora de hacerse la rata y de jugar hamacándonos repetitivamente en una soga con una cubierta hasta lanzarnos al río. No más guerras inciviles entre el deseo y la mente.
En un microsegundo hacemos todo: nos escapamos, nos hamacamos, nos lanzamos, volamos y nos fundimos en el agua.
Patricia Lohin
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