Es así que, aunque muchos duden de la verosimilitud de mi palabras, o veracidad si prefieren, permanecí en esta pose, conocida como la grulla, por 4 días enteros sin relajarme o descansar (ni para tomar un Gancia o un taxi, por ej.). Y hubiera seguido en ella por mucho tiempo más, si no fuera porque tuve que abandonarla abruptamente y contra mi voluntad ante el ataque inesperado de una gaviota, rival histórico de la grulla, que intentó sorprenderme y picarme un ojo, en un rasgo irrefutable de bajeza avícola. Solté la posición y, ya sea por costumbre o por acto reflejo, le dí una tremenda patada al picotero atacante. Yo sabía concienzudamente que no era un combate parejo, pero no hubo más remedio debido a las circunstancias circundantes. El resultado fue el previsible. Ganó el palmípedo.
Pero yo no pienso bajar los brazos ante esta derrota, sino que esto me motiva y me hace mucho más fuerte. Estoy entrenando incansablemente todos los días para que nunca más un ave marítima pueda vencerme en mi orgullo. Ya van a ver lo que es bueno, matones picudos.
De cualquier manera, una sola idea sobrevuela mi cabeza: ¿cuando será el día en que gaviotas y grullas vuelvan a vivir en paz como si fueran parientes, aunque lejanos, y reine la armonía en nuestras playas, lagos y estanques?
Por mi parte no toleraré nunca más este tipo de abuso. Están avisados.
¡Que gruya la patrulla de grullas! ¡Que sufra la gaviota la derrota! ¡Viva la aliada revolución alada! Difundan el mensaje.