Ayer hubo saca, y se llevaron a Justo y a diez más, entre ellos a mí. Los fusilaron a todos, pero no me mataron.Pensé que estaba muerto. Sólo ese líquido caliente que chorreaba por mis muslos y las risotadas del Sargento Sotomayor me devolvieron al mundo de los vivos con la esperanza de saberme muerto.
En ese segundo en el que me besó la muerte, sólo pude pensar en usted, madre. En el sufrimiento que le estoy haciendo padecer. Cuando la veo salir corriendo y cargada de esperanza intentando convencer a la gente del pueblo para que cambien sus testimonios siento gran tristeza, al pensarla rebajarse ante los que ahora llevan las riendas. Usted cree que son cosas de Dios y del destino, pero si estoy condenado a muerte es porque los hombres y su falsa justicia no nos han dado la oportunidad de defendernos. Usted no sabe, madre, que estamos hacinados como alimañas, que nos divertimos contándonos los piojos y dándoles los nombres de nuestros verdugos. Yo sé que me disparará el Tuerto para acabar de reventarme por dentro con varios disparos. El muy chapucero me la tiene jurada.
Esta noche sé que me llevarán a capilla, y me darán la última oportunidad de escribirle.A pesar de acostarse con mi compañera, y en casa de usted, madre, aprovechando mi encierro, de haberme denunciado y de echarme los perros para que me despedazaran a dentelladas tras haberme dado por muerto en aquel bosque donde nos refugiábamos, si sobreviví ha sido sólo para escribirle esto:“Mi sangre roja, también corre por tus venas, Caín”.