Carlos Melián Moreno
El avión se retrasó la penúltima vez que viajé a la Habana y llegué al barrio del amigo que me daría albergue a una hora avanzada de la noche. En algún lugar que no recuerdo agarré un taxi con dos tripulantes, -el chofer tenía un cuello de toro y el copiloto era una especie de fisiculturista- que hablaron todo el tiempo de apuestas de gallos y los escuché con tanta curiosidad que olvidé preguntar a tiempo por la dirección que llevaba, y cuando lo hice el
fisiculturista me miró de arriba a abajo con cierta aprehensión y me dijo que se me había pasado hace un rato, y que mejor cogiera otra máquina de vuelta.
Me bajé en Tropicana, y no cogí otra máquina de vuelta ni un carajo por otros 20 pesos que es lo que cuesta de madrugada y comencé a caminar. Y a caminar. Y puse el reproductor del móvil. Y de pronto la avenida 41 que es grande y espaciosa, y no está mal iluminada, comenzó a crecer, y a crecer con Cerati, y luego con Spinetta, y luego con el son oscuro del Adalberto Álvarez de aquel Son 14 de los ochenta. Y fui levemente feliz y de alguna manera el propietario de todo lo que me rodeaba.
A la altura de una esquina donde había un teléfono pasó por la senda contraria un patrullero de policía y los tripulantes me miraron, y casi los saludo, y el patrullero pasó, y yo me saqué la billetera del bolsillo. El patrullero rechinó las ruedas a mis espaldas y cuando me bloqueó el paso espectacularmente ya yo los esperaba con mi carnet en la mano y los audífonos quitados.
Uno de ellos, más joven que yo, puso una bota lustrada en el asfalto, se bajó, se acomodó el cinturón, y se me acercó. Que para dónde iba y qué llevaba en el maletín, le dije que estaba medio perdido y que en el maletín había dos aguacates y un par de botas. El policía se extrañó, miró a su compañero. Se inclinó, metió la mano y en efecto, adentro había dos aguacates con un par de botas. Se incorporó, le hizo un tacto a la mochila que yo llevaba a la espalda, y a la otra que llevaba colgando al pecho y me dijo que qué llevaba ahí, le dije que una computadora porque era periodista.
Me pidió el carnet y leyéndolo me preguntó que si yo era de Santiago, le dije que sí, lo llevó a su compañero, que lo examinó en la oscuridad sin prender la luz de la cabina y lo devolvió, el agente se me acercó nuevamente y me lo entregó. Entonces, mientras le daba la vuelta al auto, le pregunté dónde estaba la dirección que yo buscaba. Balbució algo que ya yo sabía. Y se alejaron.
Cerré el zíper, dejé la avenida y me interné en una selva oscura y erótica, de casas bajas, gatos, maricas y putas sobremaquilladas que me observaban pasar trepadas en los árboles y en el tendido eléctrico. Más adelante, barrio adentro, otro patrullero se atravesó
espectacularmente.
El socio mío salió a buscarme un rato después porque yo no daba con la dirección. Los aguacates eran para su mamá, las botas para otro socio que no tenía zapatos. La madre y mi amigo me observaron comer, y yo hice algunos comentarios sobre Oriente porque me preguntaron cómo estaba Oriente, y les dije que hacía unos meses, cuando tenía trabajo, me habían encargado hacer un reportaje sobre Servicios Comunales en Santiago, y que yo había salido para la calle para hacerlos trizas y caminé y caminé, y me di cuenta que todas las calles estaban limpias, y que eso –los miré sonriendo con la boca llena- me había decepcionado un poco.
Al otro día salí a lo que iba: dos horas de asesoría de guión. Luego recogí mis cosas y me fui para Villanueva, que es ahora la nueva terminal de lista de espera de Ómnibus. Estaba repleta. Solo para anotarme estuve una hora y media. Fui a la AHS a que me reintegraran el dinero del pasaje del mes pasado, y allí me dijeron que me habían conseguido un boleto en avión. Hice añicos el papelito de la lista de espera y esperé mi vuelo un par de días en los que visité a amigos que me habían tirado el salve en otras ocasiones y gasté 50 pesos, que era buena parte de lo que tenía.
Entonces pasó aquél huracán justo el día en que me iba y cuando llegué al aeropuerto me dijeron que se había cancelado el vuelo por razones “de causa mayor”, y cuando sucede esto –causa mayor- no reponen el vuelo. Me dijeron que podría reembolsar pero mi pasaje era
institucional, devolví el billete a la AHS y regresé a Villanueva, coloqué los bultos en el suelo menos la mochila de la computadora, me senté, me amarré el asa de la mochila grande en un tobillo por si me quedaba dormido y me puse a mirar a la gente.
Entonces se me acercó un policía de allí vestido de civil. Me dijo que si no me acordaba de él y le dije que sí, claro. Hicimos algunos comentarios amables y se alejó.
El mes anterior yo le había preguntado por qué me había pedido el carnet. Me dijo que lo hacía porque yo era sospechoso. Entonces las manos me habían comenzado a temblar, las miró y dijo: “¿ves?” Y me condujo.
Yo andaba en camiseta porque hacia un perro calor y en aquella oficina estaba puesta la consola creo que a menos de 15 grados. Y yo temblaba de frío. Y realmente tenía mucha curiosidad. Me preguntaron que quien yo era, saqué mi carnet de identidad y dije que periodista. Y me preguntaron que si podría probarlo. Entonces recordé que el día anterior había salido una entrevista a mi persona en el Granma. La saqué estrujada y sucia del fondo de la mochila y se las mostré. Vieron la foto, vieron mi rostro. Y después de hablar del concepto de represión y de fuerzas represivas, me dejaron ir.
Doce horas después amanecí acostado en un sillón y conversé con un hombre barbudo y sudado con rayas de sal en la camisa que iba para Bayamo. Me contó que la noche anterior un policía vestido de civil lo había levantado del sillón por dormir como yo había dormido, y se lo había llevado para una estación, y que lo sacaron al día siguiente y que en ese tiempo se le había pasado la lista de espera. Le pregunté que si se le había fresqueado al tipo, y me dijo secamente que no. Entonces suspiró y dijo: la Habana está mala.
Y nos pusimos a hablar de la basura que había por donde quiera, y le dije que Santiago estaba limpio, y él que Bayamo también. Y él asintió. Y yo le dije que era mejor vivir en un lugar limpio, e hice un énfasis para que la palabra limpio trascendiera, y que quizá por eso un socio mío de San Miguel del Padrón pensaba que se acercaba algo así como el fin de Cuba y había decidido irse. Luego me paré, me dolían los glúteos, desayuné un huevo hervido y me puse a caminar.
Un par de horas después, regresaba a bordo de una Yutong, y durante un rato, mirando la llanura de Matanzas y vacas flacas que pasaban, recordé la hermosa madrugada caminando por 41 con la Habana para mí, escuchando, como si de mí se tratara “yo seguí a la estrella más voraz/ nunca me llevó tan lejos/ para qué creer en el azar/ yo nací/ para esto/ yo nací para esto-o…” de Cerati.
*Tomado de http://www.progresosemanal.us