La habitación

Publicado el 02 octubre 2015 por Aidadelpozo

Agarra con fuerza mis muñecas. Emito un gritito suave. No es un ruego para que cese, es un ruego para que continúe. Él lo sabe. Con la rapidez que hace la práctica, ata una de mis muñecas a la cama con una sola mano, mientras con la otra sigue sujetando la otra con firmeza.

Lo miro. Su rostro es perturbador, su aliento también. Jadea y exhala aire de un modo especial, como si lo que exhalara no fuera aire sino puro deseo animal. Él sabe que eso me excita y yo sé que el que sea consciente que su sola presencia me hace estremecer, es lo que más enciende todo su cuerpo. Está tenso, siempre se tensa cuando me tiene de este modo. Su tensión, su deseo, ese aire caliente que sale de su boca y a veces hasta de su nariz, me hace sentirme más viva aún, si cabe...

La sala apenas tiene decoración alguna. Una cama, las sábanas blancas que cubren, una mesilla con dos cajones y un sillón orejero. Encima de la mesilla, una pequeña lámpara que apenas da luz y unas cuantas velas, distribuidas por el suelo y que dan a la estancia un aspecto fantasmagórico y misterioso.

Cuando ya me ha atado las muñecas, ata mis pies a la cama. No tengo miedo, jamás lo tuve, lo que nace en mí cada vez que me tiene así son ganas, es morirme un poco y vivir mucho. Inexplicable, lo sé, pero es lo que ambos deseamos. Lo amo como jamás podré amar a nadie, como jamás amé. Forma parte de mí y yo de él pues también siento que poseo a este hombre y de este modo tan íntimo y profundo. Todo él es mío y toda yo soy suya, y eso es para ambos el summun de la felicidad.

Nuestros caminos se cruzaron hace cuatro años y desde entonces caminamos juntos. La vida cotidiana nos lleva a hacerlo serenos y sonrientes. Aunque ambos sabemos que se camina por sendas y no por nubes, es en estas ocasiones cuando más cercanos nos hallamos del mismo sol. Aquí, ahora, en esta cama. Atada yo, encima de mí, él. Sintiendo los dos.

Solemos hacer esto una o dos veces vez al mes, desde que descubrimos por puro azar, que esto que hacemos nos permite mantener el fuego del principio y avivarlo para que permanezca encendido.

Jamás olvidaremos esa primera vez y en ocasiones la recordamos frente a una copa de buen vino. Javier sonríe y me pregunta por el vino. Yo quiero aprender muchas cosas, me faltan horas para aprender, comento con una sonrisa coqueta en los labios, y él se ríe. Quiero saborear un buen vino y disfrutar de él como Javier lo hace. Me pregunta mientras me mira a los ojos sobre lo que siento cuando lo paladeo, después de agitar suavemente la copa, ver cómo el color del vino deja un leve reborde en ella y llevármela a la nariz para notar todos los aromas que desprende el caldo.

-¿Madera? ¿Bayas? ¿Bosque? ¿Cuero? ¿Notas algún aroma especial? ¿Deja algún regusto en tu paladar, algún sabor que reconozcas conforme llega a tu garganta?

Me encojo de hombros y sonrío.

-Moras.

-Mentirosa, no notas para nada que este vino sepa a moras. Te burlas de mí y te castigaré por ello.

-¿Recuerdas la primera vez que lo hiciste? Nos dejamos seducir por este maravilloso juego y soy feliz al haber escapado de tantos lazos impuestos.

-Tan vívido es el recuerdo de aquel día como lo es ahora contemplar tu mirada y sentirme pleno. Hermosos ojos, amor. Pero no quieras disimular y escurrir el bulto. Sabes que te voy a castigar por decir que este vino sabe a moras. ¡A moras!

En ocasiones, tras un par de copas de vino, continuamos la velada disfrutando de nuestro juego. Regresamos a casa, entramos en la habitación semivacía y nos transformamos. No hay ayer, no hay mañana. A veces ata él, otras veces soy yo la que ato y castiga. No es sumisión ni dominación ni se pude decir que sean prácticas sadomasoquistas, no es nada de eso. Es simplemente jugar a saltarse las normas. Recuerdo que la primera vez en que lo hicimos -¡maravillosa fortuna la nuestra que nos sorprendió de ese modo!- , fue todo un descubrimiento que nos dejó un tanto descolocados. Sudorosos, exhaustos, jadeando aún, palpitando nuestros corazones y nuestros sexos al unísono, tac tac tac... ¡Sin normas, que tanto enjaulan, que tanto oprimen!

Hoy ha sido uno de esos días. Tras cenar y recoger me ha mirado con esa mirada especial, distinta a sus miradas cuando lo que busca es sexo y cariño. Es una mirada un tanto felina pues sus ojos verdes se iluminan de un modo diferente. Como si yo fuera su presa y deseara saltar sobre mí para devorarme. He sonreído y me he acercado a él, despacio, moviendo las caderas como serpiente. Me pongo de puntillas para alcanzar sus labios. Jugosos, lascivos, sensuales... Soy su postre y él es el mío. En esa habitación...

Y cuando hemos acabado y me ha desatado, aún con mis piernas temblorosas y mi cuerpo vibrando todavía, un sollozo lastimero e infantil nos ha sacado de nuestro segundo dormitorio, de nuestra habitación sin reglas.

-¿Te toca o me toca?-pregunto mientras me froto las muñecas. Aunque son cintas de seda, se me han adormecido un poco las manos.

-Mmmmmm... Creo que me toca a mí. ¿Todo bien, Marta?

-He disfrutado mucho. ¿Y tú, mi amor?

-¿Qué te dice mi cara?

-Que sí. Voy a cambiarme de habitación mientras atiendes a Iván.

-¡Este renacuajo va para tenor, menudos pulmones tiene!

Javier sonríe mientras se levanta de la cama, se pone el boxer y busca sus zapatillas. Como de costumbre, su modo de quitárselas consiste en lanzarlas con ímpetu y cada una ha ido a parar a un sitio. Una de ellas ha desaparecido y la busca debajo de la cama. He aprovechado para darle un cachete en el trasero y, al darse la vuelta, me ha dado un sonoro beso en la mejilla. Iván continúa llorando en la habitación de al lado. Nuestro hijo ha cumplido un año el mes pasado y es el mejor regalo que la vida nos otorgó, aunque cuando nos amamos así, que el pequeño se despierte no deja de fastidiarnos un poco. Pero ahora me alegro de que lo haya hecho después de terminar de jugar... Adoro esto, adoro mi vida, adoro a Javier y esta habitación. Y ahora, con la llegada de Iván, puedo decir que mi círculo, definitivamente, se ha completado.