
Miguel Parra
Ahora se sigue con la tarea, pero con los pies en el suelo. La robótica ha pasado por sucesivas fases de modestia. Lo sistemas expertos aparecieron como algoritmos especializados en áreas concretas de la actividad humana. Dada la complejidad de la inteligencia, se apostó por simular a profesionales. Surgieron programas capaces de pilotar un avión o realizar un diagnóstico tras escuchar al paciente. Con campos semánticos acotados y una heurística específica, formas de razonar, era más factible aproximarse a lo que realizamos los humanos cuando somos racionales. Y de paso se patentaron programas útiles y comercializables, aunque no todos, claro. En el campo de la robótica se insistió en la percepción. Que una máquina capte un objeto sobre un fondo e interactúe con él se convirtió en uno de los asuntos más arduos para la ingeniería, pero se avanzó. Hoy hay autómatas que se mantienen de pie y se desplazan por sinuosos entornos, aunque no manejen una representación del espacio similar a la nuestra. En el camino se perdió el problema de la conciencia, la identidad y el lenguaje. A pesar del optimismo teórico de pensadores como Minsky, Dennett o Penrose, no resulta nada sencillo explicar estos procesos, que con tanta facilidad dominamos los humanos. Hay dos tipos de obstáculos, los científicos y los filosóficos. Todavía no disponemos de una descripción de los mecanismos físicos, químicos y biológicos que intervienen en el hecho de estar conscientes. Aunque se van localizando las rutas neuronales implicadas, la explicación no es completa ni se sabe en qué nivel se encuentra, es decir, si es una propiedad emergente de alto nivel o hay factores de carácter micro, como piensa Penrose. Los obstáculos filosóficos tienen que ver con ese miedo que tenemos los humanos a las naturalizaciones. Tememos ser convertidos en lo que somos: un objeto material, bien organizado, pero material. Tememos ser desplazados del centro del mundo: después del heliocentrismo, el darwinismo, el marxismo y Freud, no queremos abandonar el último reducto de lo humano. Y la inteligencia artificial, que seguramente nos hará la vida más placentera, se presenta como la amenaza fantasma, o algo así. El legado teórico de científicos como Turing o Minsky dará mucho de sí en las próximas décadas. Fueron pensadores que abordaron la complejidad de la inteligencia humana, primero para comprenderla y luego para reproducirla con el fin de mejorar nuestras existencias. Si esto no es humanismo…http://www.diariodejerez.es/article/jerez/2215250/la/herencia/minsky.html
