Revista Literatura

La historia del siglo XX en clave esotérica

Publicado el 10 febrero 2013 por Rafael García Del Valle @erraticario

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En el artículo anterior, se dejaban ver los aspectos sociales e históricos que incapacitan a las gentes de Occidente para protagonizar una verdadera transformación social. En este, vamos a entrar en algunos aspectos del mundo esotérico –conocimientos que requieren cierta iniciación, en el sentido de conocer el código oculto, que no secreto, para interpretar el mensaje—que describen lo mismo, pero desde los mitos, que resulta más entretenido y espanta a los mirones.

Se decía que el hombre masa es todo aquel que, sabiéndose vulgar, no se angustia al reconocerse idéntico a los demás. No tiene curiosidad por saber más, carece de proyectos personales y se deja llevar por la corriente social, preocupado sólo por su bienestar. Es decir, se trata de un individuo que se ha estancado en su evolución. No es que no sepa hacia dónde tirar. Es que, sencillamente, ni siquiera se plantea que haya que tirar.

La “persona” es un modo de comportamiento dictado por la sociedad y por las expectativas que uno tiene de sí mismo, una máscara de integración que nada tiene que ver con el verdadero ser. Decía Jung que lo que diferencia a unos individuos de otros es lo que cada uno conoce de sí mismo, de su psique, esto es, de lo que se esconde detrás de la máscara. Y el mundo actual no sabe nada de su psique, no hay diferenciación real, sólo una “sociedad masa” cuyos individuos carecen de consciencia de sí mismos, gobernados por tanto por fuerzas inconscientes cuyo influjo incluso, en su inconsciencia, ignoran.

El mundo masculino tradicional, con su intelectualismo y su racionalismo, es un obstáculo para el proceso de desarrollo de la conciencia:

La resistencia del consciente frente al inconsciente, así como la subestimación de este último, es una necesidad histórica de la evolución […]. Pero el consciente del hombre moderno se ha alejado demasiado del hecho real del inconsciente. Hasta se ha olvidado que la psique no es en modo alguno nuestra intención, sino que es autónoma e inconsciente en su mayor parte. De aquí que, en el hombre civilizado, la aproximación del inconsciente origine el pánico, lo cual se debe, no en pequeña parte, a la amenazadora analogía con la perturbación mental

(Jung, Psicología y alquimia)

El consciente del hombre occidental contemporáneo accede a un análisis del inconsciente mientras éste se considere objeto pasivo, como una fantasía, pero no lo acepta como realidad independiente. Hay aquí una línea de pensamiento que es la clave en todo este asunto: la evolución del ser humano ha requerido un distanciamiento entre consciente e inconsciente pero, llegados a un punto límite, se hace necesario un regreso al vínculo original.

Esto responde al pensamiento hermético tradicional, lo que se ha dado en llamar filosofía perenne y que subyace a todas las tradiciones ancestrales, desde la Kabbalah judía hasta el cristianismo esotérico pasando por Oriente, según el cual la historia consiste en una sucesión de eventos “provocados” por los cuales el ser humano se desconectó de su aspecto “divino” y debe aprender el modo de regresar a él. La sucesión de tales eventos responde a la necesidad de que se desarrolle suficientemente la individualidad, el ego, de modo que la conexión con el aspecto divino, el Espíritu, el Todo o como se quiera llamar, no disuelva un ego demasiado débil para afrontar el reto de que dicho Espíritu se manifieste en la materia a través de cada individuo. Tal es el ser “trascendido” o “iluminado”.

Algunas semejanzas

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En la Kabbalah, por ejemplo, se considera que el proceso surge como un incremento en la pureza del “egoísmo”, incremento debido a que el deseo nunca está satisfecho y permite así su evolución: primero, se desean cosas materiales para la supervivencia; garantizadas estas, se desea poder; logrado este, se busca conocimiento; superado todo ello, se deseará lo máximo, es decir, lo Absoluto, la integración con Dios.

Para los rosacruces y, en general, el esoterismo de corte cristiano, la evolución del Cosmos responde a la tarea del Logos o principio universal de manifestarse en la materia. El ser humano es un vehículo en un proceso que se origina en lo mineral y va desarrollando mayor consciencia a través de lo vegetal y lo animal. El humano parte de un alma grupal, indiferenciada, y, según pasan las épocas, se va desarrollando una consciencia más definida y nítida sobre sí misma.

Los mitos y los textos sagrados esconderían una misma y única enseñanza para ser descifrada según las épocas y la necesidad de evolución. Con todo ello, podemos observar las semejanzas con el proceso de individuación de Jung, por el cual la consciencia va integrando en sí al Inconsciente colectivo. En Las enseñanzas secretas de los buddhistas tibetanos, escrito por Alexandra David-Neel en 1951, encontramos párrafos como los que siguen:

… no existe una corriente de mi espíritu y, de ahí, una pluralidad de corrientes que son los espíritus de otros individuos, sino una corriente única que es el Kun ji namparshéspa, el conjunto de la actividad mental que obra sin punto de partida conocible. Es en él donde baña lo que llamamos nuestro espíritu y que nos esforzamos en delimitar, en separar. Vano esfuerzo, por otra parte: estemos conscientes o no de ello, los pensamientos que pensamos no son nuestros pensamientos, los deseos, las necesidades que experimentamos no son en modo alguno las nuestras, el desenfrenado apego que sentimos por la vida, la sed que tenemos de ella, nada de todo eso es completamente nuestro, todo esto es colectivo, es el río en movimiento, incalculables instantes de conciencia-conocimiento que llegan del impenetrable fondo de las eternidades.

[...]

Cada yo está formado por multitud de personalidades que pueden permanecer inertes o estar despiertas: la “multitud de los otros”. Según las enseñanzas secretas, esta multitud “está hecha de una cosa que no tiene nada que ver con los recuerdos. Está constituida por seres vivientes cuya actividad sigue su curso y la continuará indefinidamente asumiendo diversas formas porque no hay muerte.

No es el recuerdo de Platón, de Jesús o de Cristóbal Colón lo que mora en el Yo llamado Sr. Pedro. Es el mismo Platón, Jesús o Cristóbal Colón quienes están siempre vivos y actuantes por las energías que han desencadenado antaño. Y los hombres que llevaron esos nombres no eran ellos mismos sino las manifestaciones de energías múltiples. […] una multitud de presencias vivientes cuyas ascendencias se pierden en las insondables honduras de la eternidad.

El budismo no va más allá. Sus descripciones responderían, si hacemos caso a este concepto de la historia esotérica, a una etapa donde el ego no ha alcanzado las herramientas para trascender esta marea de fuerzas sin disolverse en ellas, ya que estaríamos en una etapa previa a las consideraciones posteriores del judaísmo –integración grupal del Logos en torno al símbolo comunitario de Israel— y del cristianismo –integración individual bajo el símbolo de Cristo—.

El Padre oscuro

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La coincidencia significativa entre los mitos de diferentes civilizaciones responde a una línea de transmisión ininterrumpida a lo largo de los tiempos que, en el ámbito de Occidente, conecta la filosofía helena con ciertos grupos del judaísmo, los esenios, el gnosticismo cristiano, el misticismo monástico medieval, la alquimia renacentista, los rosacruces, la antroposofía y, en nuestros tiempos, la corriente más trascendente del psicoanálisis.

Precisamente, la alquimia es el marco referencial en que se basa Jung para explicar la simbología de los arquetipos. En el contexto alquímico, Saturno es la consagración del plomo. Es decir, aquello que hay que transmutar para obtener el oro, la luz divina interior. Lo que nos permite hablar del arquetipo del Padre.

Todo arquetipo tiene un lado luminoso y otro oscuro. En la vertiente luminosa del mito, Saturno aparece como un sabio que tras ser vencido por su hijo Júpiter, es reducido a la condición de simple mortal que, tras refugiarse en el Lacio, enseñó la agricultura a los salvajes y les da leyes para gobernarse. De aquí surgen las fiestas saturnales del solsticio de invierno.

El hecho de que Saturno sea algo positivo se manifiesta, como dice el mito, cuando es derrotado. Esto es, cuando el individuo se deshace del influjo paterno y puede comenzar a andar el camino hacia su individualidad. Hasta que esto no ocurre, se manifiesta su lado oscuro, es decir, la sombra reprimida que gobierna desde el inconsciente: Saturno como el padre celoso de su poder que, para evitar ser destronado por sus hijos, devora a sus herederos.

Saturno es, de esta forma, el rey negro al que sus hijos deben derrotar para ser libres y continuar viviendo, pero al mismo tiempo figura necesaria en aras de comprobar la capacidad de éstos para ser independientes, obligándolos a luchar por hacerse con el poder. Un opositor necesario para el desarrollo del ego como entidad independiente.

En términos sociales, la influencia de Saturno como arquetipo paterno en su vertiente positiva se manifiesta como el proceso de desarrollo cultural y afianzamiento de la razón. Es decir, el proceso de desconexión con el Inconsciente colectivo. Pero, llegado un límite, es necesario trascender el mito cultural o, como dice Jung, el ser humano pierde definitivamente la intuición y se convierte en una criatura desorientada.

No otra cosa supuso, según el contexto esotérico, el hecho de que la Ilustración del siglo XVIII desembocara en la radicalidad de la doctrina positivista del XIX.

Entonces, el hijo cuya figura prevalece y cobra protagonismo en el proceso de la lucha contra el Padre no es Júpiter, sino su hermano Plutón, el dios de los infiernos. En la figura romana del dios se unen los griegos Hades, su equivalente directo, y Pluto, la personificación de las riquezas. Quizás porque las riquezas, en su forma de minerales preciosos, proceden del subsuelo.

Salir de Málaga y meterse en Malagón…

banksy persecutionEl caso es que Plutón, en cuanto que Hades, decidió raptar a Proserpina/Perséfone y llevársela a su reino subterráneo. La madre de ésta, Deméter/Ceres, en su desolación, descuida su labor de mantener la naturaleza y la vida se paraliza mientras dura la búsqueda de Proserpina/Perséfone. Esta es la base, por cierto, de los misterios de Eleusis, por los que los iniciados aprendían los secretos de la muerte en vida y el posterior renacimiento como seres agraciados con la sabiduría eterna. De nuevo, el mismo tema de la consciencia trascendida una vez que Perséfone, símbolo del alma, es rescatada.

La sociedad que se impone en el siglo XX representa la pérdida definitiva de contacto con el ámbito de lo inconsciente e irracional, es decir, Plutón ha surgido del averno y ha secuestrado a Proserpina/Perséfone, dejando a la humanidad en una situación de desamparo donde la vida se marchita.

Como dios, Plutón es un “manipulador en la sombra”:

Sus súbditos, sombras ligeras y miserables, son tan numerosos como las olas del mar y las estrellas del firmamento: todo lo que la muertecosecha sobre la Tierra vuelve a caer bajo el cetro de este dios, aumentando su riqueza o convirtiéndose en su presa. Desde el día en que inauguró su reino, ni uno de sus ministros infringió sus órdenes, ni uno de sus súbditos intentó una rebelión. De los tres dioses soberanos que controlan el mundo, él es el único que nunca ha de temer la insubordinación o la desobediencia y cuya autoridad se reconoce universalmente.

Dadas tales características, podemos entender la asociación de Plutón con los movimientos de manipulación inconsciente. Alberto Chislovsky, en un artículo sobre el tema, señala una diferencia entre la manifestación de Saturno como padre oscuro, que se deja ver por los movimientos de represión y control y que “utiliza las quizás no menos falsas racionalizaciones de libertad, bienestar, avance tecnológico e igualdad”, y Plutón como generador de fanatismos y movimientos irracionales que favorecen la manipulación de las masas.

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En este sentido, y puesto que hablando de Jung es inevitable recurrir a ese misterio de la sincronicidad, el autor señala cómo el descubrimiento del planeta Plutón en 1930, y la curiosa historia que gira en torno a la elección del nombre, se puede entender perfectamente como una referencia sincronística a la aparición en la historia humana de las fuerzas simbolizadas en el oscuro dios de las profundidades: la sustitución del antiguo orden social por uno nuevo basado en los impulsos de la masa. Además del auge de los fascismos, es la década en que nace la manipulación mediática y la sociedad de consumo se descubre como la mejor forma de esclavitud jamás inventada.

Como se ha dicho, cuando lo consciente se desvincula de lo inconsciente, lo reprime e ignora su poder, las fuerzas de lo irracional toman el control y convierten al ser humano en una marioneta carente de individualidad. Siempre hay un mito actuando en el inconsciente, de modo que, dice Jung, al no al no ser conscientes de ellos no los eliminamos, los reprimimos pero los reconocemos en otros, así que nos volvemos dependientes del exterior, ya sean personas, ambiciones, cosas.

Esto es así porque lo que reprimimos lo sentimos como carencia, así que al reconocer el arquetipo en el exterior, experimentamos la necesidad de incluir en nuestras vidas esa carencia. Por el contrario, tomar consciencia de los arquetipos internos nos permite avanzar en el camino de individuación, ya que nos sentimos completos y nos convertimos independientes.

No es de otra manera que se pueda describir el triunfo del materialismo consumista y hedonista del siglo XX.

Más esoterismo

Dr_EvilPara hacer honor al título del artículo y completar lo expuesto, valga lo que sigue para ampliar las similitudes entre las fuerzas arquetípicas y las fuerzas descritas por otros movimientos esotéricos. En concreto, la antroposofía distingue entre fuerzas ahrimánicas y luciféricas.

Tales fuerzas se consideran necesarias para el equilibrio cósmico y, en muchas ocasiones, su poder deriva de ser rechazadas y no asimiladas, debido a la reacción emocional de los “no iniciados” de odiar y querer, en lugar de elegir y asumir aceptando el balance.

Al igual que los arquetipos tienen su lado creativo y su lado oscuro, en el discurso antroposófico se dice que tanto el Demonio solar, Sorat, como el Cristo solar manejan a Lucifer y Ahrimán, pero con propósitos diferentes. Cristo los mantiene en equilibrio, y Sorat trata de desestabilizar el balance de fuerzas para así fomentar la destrucción.

Visto de esta manera, Lucifer y Ahrimán no son, simplemente, el mal. Ambos traen las fuerzas evolutivas humanas y terrenales que se necesitan para el desarrollo saludable y el cumplimiento de los planes cósmicos. Son las elecciones de cada individuo a la hora de relacionarse con tales fuerzas las que los convierten en buenos o malos.

El objetivo de Sorat es seducir a través de las fuerzas luciferinas y ahrimánicas para atraer al ser humano y destruirlo. Esta clave esotérica se describe de la forma en que detalla Robert Mason en un opúsculo titulado El advenimiento de Ahriman. Un ensayo sobre las fuerzas profundas detrás de la crisis mundial, de donde copio las ideas que vienen a continuación.

Ahrimán es la fuerza inspiradora del materialismo y del comercio, y su función es aumentar la rigidez del ser humano e impedir su tránsito al siguiente Periodo. Es, por tanto, una fuerza inmovilizadora que se basa en la mentira de que la realidad es equivalente a la materia. Según este pensamiento, el pensamiento científico impide el libre albedrío al exigir pruebas. Al aceptar las demostraciones, el individuo no tiene posibilidad de elección. La aceptación es automática. En este proceso, la conciencia no se individualiza, sino que se convierte en un ser grupal, un “homúnculo”.

El cientifismo ahrimánico ha desconectado el lenguaje de su vínculo espiritual que era el significado, haciendo que el significante quede vacío y permitiendo que sea un canal para la mentira. Las palabras son convencionalismos sin realidad en nuestra vida y así permitimos que quienes saben las usen para falsificar realidades.

Un lenguaje vacío, cargado de palabras trilladas, representa consecuentemente pensamientos automáticos, generalizaciones que traen a la mente imágenes de la realidad desde un único punto de vista que en realidad es ajeno al individuo. Perdemos la capacidad de crear nuestros pensamientos originales. Reflejos de la cultura ahrimánica son:

  • Nacionalismo: engendra políticas dogmáticas, odio y rencor que mueven al rechazo, pues se ha creado un “otro” diferente al “nosotros”.
  • Conocimiento “inhumano”: aburrimiento, alienación, desinterés, incultura. No tiene vida.
  • Mecanización del Estado: limita la libertad individual con leyes rígidas que cortan toda iniciativa.
  • Mecanización general: disciplinas que tratan al ser humano como un mecanismo y no como un organismo vivo e individualizado. Es el caso de la medicina occidental, la sociología que homogeniza grupos, el bienestar basado en el beneficio económico.

Lucifer, por su parte, es la fuerza que inspira orgullo, egoísmo, desinterés por el prójimo, emociones ardientes, subjetividad, fantasía  y alucinación. Hace que el intelecto generalice, unifique y trabaje por suposiciones. Es decir, estaría vinculado al hemisferio izquierdo, de manera que el lenguaje y el pensamiento humanos son de origen luciférico.

En su aspecto positivo, las influencias luciféricas han servido para elevar al ser humano desde el estado original de puerilidad –el equivalente al alma grupal de los rosacruces— hasta la madurez de su individualidad.  Pero Lucifer es demasiado caliente, demasiado caprichoso, demasiado inestable; él inspira el fanatismo humano, el misticismo falso y la tendencia a huir de la realidad terrenal, sustituyéndola por placeres imaginarios. En este sentido, se suele vincular a los movimientos espirituales enmarcados en la Nueva Era y, en general, a cualquiera de las tendencias pseudoespirituales que confunden el trabajo interior con la búsqueda hedonista del bienestar personal.

Viéndolo por el lado bueno

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Dicho lo cual, y regresando a Plutón, éste, como todo arquetipo, también tiene su aspecto benéfico. Y aquí viene a colación lo que dice Jung sobre la pervivencia de los mitos:

Puede decirse que si se lograra destruir de una vez el conjunto de las tradiciones del mundo, desde la próxima generación reflorecerían toda la mitología e historia de la religión. Incluso en épocas de cierta arrogancia intelectual son pocos los individuos que logran desembarazarse de los mitos; la masa no se emancipa nunca de ellos. La ilustración es insuficiente; se limita a destruir una forma de manifestación pasajera, mas no el instinto aletargado.

(Jung, Símbolos de transformación)

En la paradoja de que, cuando la conciencia se aleja demasiado del Inconsciente colectivo, surja de lo más profundo e irracional una fuerza instintiva que domina al hombre, está también la “salvación”, pues si se sabe enfrentar aparece como el empuje para la búsqueda de la sabiduría interior, oculta, y el rescate de la inspiración y de la intuición.

En este sentido, otra sincronicidad, esta vez apuntada por el gnóstico Stephan Hoeller en su libro Jung y los evangelios perdidos: el descubrimiento de los manuscritos de Nag Hammadi y Qumrán poco después del final de la II Guerra Mundial.

Los manuscritos, según Hoeller, vienen a ser “la sombra descartada y reprimida de la espiritualidad occidental y, de hecho, de la cultura occidental”. Algo similar a la leyenda que dice que Padma-Sambhava, el introductor del budismo en el Tibet, escondió numerosos documentos de sabiduría para que fuesen descubiertos cuando más grande fuese la necesidad de ellos. O más concretamente, a la historia sobre cómo Josué esconde la Torah de tal manera que sólo aquellos que fuesen dignos la descubriesen en el momento oportuno. Así, primero se descubrirían los evangelios apócrifos de Nag Hammadi:

En 1945, cuando las ruinas físicas y psicológicas de la segunda guerra mundial eran todavía dolorosamente evidentes en Europa, África y Asia, en el mismo momento en que las hecatombes de Auschwitz, Dachau y Bergen-Belsen iban a ser imitadas e incluso superadas por los campos de la muerte del archipiélago Gulag de Stalin, cuando a muchos ya les parecía que el mundo jamás se recuperaría de la mayor calamidad ocurrida en la historia humana, en ese mismo momento de la más profunda oscuridad y desesperación del alma del mundo, un campesino egipcio, que montaba su camello en busca de fertilizante, se encontró con una serie de documentos antiguos que poseen el potencial para ayudar a Occidente en la recuperación de una parte sustancial de su alma perdida.

Dos años después, un cabrero palestino daba por casualidad con el legado de los esenios en Qumrán.

Hoeller ahonda en esta sincronía entre la demanda de una nueva espiritualidad y el descubrimiento de los rollos al referirse a los oscuros entresijos de la investigación que han hecho que, a día de hoy, sólo se haya publicado el 20% de los textos hallados, como si asistiéramos a la lucha entre la tendencia evolutiva de la psique y la fuerza conservadora que se resiste a desaparecer:

La tradición esenia y gnóstica alternativa se convirtió en el equivalente de la sombra psicológica de la principal religiosidad judeo-cristiana. Y, sin embargo, la psique humana no puede renunciar durante tanto tiempo a la presencia efectiva de su sombra. Llega siempre un momento en el que la parte hasta entonces rechazada y, por lo tanto, ausente de nuestra simismidad llama poderosamente la atención hacia sí misma.

[...] Los eruditos, adoctrinados por la monolítica visión mundial del Viejo y el Nuevo Testamento, han encontrado grandes resistencias psicológicas en sus propias mentes cuando se han visto confrontados con el desafío de descubrimientos que, al ser sacados a la luz de la comprensión reflexiva se pueden revelar como Otro Testamento, que difiere radicalmente respecto de los dos aceptados, a los que a menudo contradice.

En este sentido, dice Hoeller que:

…la necesidad de plenitud sentida por tantos sigue siendo entendida, predominantemente, en términos de una férrea extraversión que tanto deploró Jung. Muchos hablan y escriben de paz mundial e imaginan “un mundo” sin reconocer que tales ideas nunca se realizarán sobre un plano externo mientras no haya suficientes individuos que alcancen la plenitud dentro de sí mismos.

Vínculos necesarios

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Los enunciados de los mitos y religiones son los del proceso interior, que es una necesidad del ser humano para estar completo. La sociedad actual priva a la persona de sus cualidades y valores individuales, reduciéndolo todo a un promedio y elimina la capacidad de experimentar los fundamentos creativos de la personalidad. Se ha eliminado la conexión con el pasado, que es la que permite al hombre completar su estado dentro del proceso histórico en que nace. Para Jung, “lo que necesitamos es el desarrollo del hombre espiritual interior, el individuo único cuyo tesoro está oculto en los símbolos de nuestra tradición mitológica y en la psique inconsciente del hombre”.

Lo que estremecía de terror a los griegos, sigue siendo verdad, pero sólo lo es para nosotros si abandonamos una vana ilusión forjada en los siglos últimos, a saber: de que somos de otro modo, por ejemplo, más morales que los antiguos. Lo único que nos ha sucedido es que hemos olvidado que un vínculo de indisoluble comunidad nos une con el hombre de antaño.

(Jung, Símbolos de transformación)

La pérdida de ese vínculo es lo que nos mantiene ausentes de nosotros mismos, criaturas enajenadas que contemplan una naturaleza muerta mientras Perséfone reina en la cárcel subterránea que le ofreciera Hades.

El hombre siempre ha vivido con el mito, pero ahora creemos que podemos prescindir de él, y eso es una mutilación del ser humano. En el encuentro con las antiguas narraciones, la conciencia se encuentra con lo inconsciente y de la unión surge el ser renacido, el niño divino que une cielo y tierra. Pero antes hay que destronar al Padre y, una vez en el poder, emanciparse de la Madre antes de que su excesivo instinto protector paralice nuevamente el proceso de individuación.

Pero esa es una historia para otra ocasión.

En 2006, el año en que estalló la burbuja inmobiliaria y comenzó la Crisis –con mayúsculas, porque de ésta el sistema actual no se salva por mucho que digan—, Plutón dejó de ser considerado planeta por la Unión Astronómica Internacional… ¿otra sincronicidad? ¿Acaso Plutón regresando finalmente a su reino en las sombras tras raptar definitivamente a Proserpina, dejando que, en la superficie, Deméter llore desconsolada mientras todo a su alrededor se marchita y pierde el color de la vida?

Puede que ese sea el siguiente paso, quién sabe. Una bajada obligatoria a los infiernos para rescatar a la Doncella.

O eso, o todos muertos.


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